Soliloquio de
un varón perplejo.
Hay momentos
en los que uno se pone reflexivo.
Momentos para
abstraerse de lo fenoménico y enfocarse en lo importante (como dice mi
psicóloga cuando le digo que no me parece que aumente la sesión).
Momentos de
contemplación.
Una buena
música y algo para beber son siempre buenas compañías para estas excursiones
mentales.
Esta noche
quisiera que fuera uno de esos momentos.
Esta noche
quisiera llevar su atención, amable oyente, hacia uno de los grandes misterios
del mundo moderno.
Misterio que
contemplamos a diario, sin percibir la profundidad, complejidad y multiplicidad
que contiene. Y nunca mejor dicho contiene porque vamos a referirnos a ese
enigma, ese oscuro objeto de deseo para todas las mujeres: el bolso.
El bolso,
cartera en su variedad elegante, maleta si de un viaje se trata es un misterio
netamente femenino sobre el que, sorprendentemente, Arjona aún no ha expresado
su opinión… ¿qué tiene que ver Arjona con esto?, preguntarán ustedes… y yo
pregunto a mi vez… ¿Y qué tiene que ver Arjona con la música?
Pero estoy
divagando. Volvamos al bolso, que es como decir volvamos a ese insondable
abismo donde mis amables amigas pueden guardar las cosas más inverosímiles…
objeto fantástico porque, como el Aleph borgeano, es capaz de contener todas
las cosas.
Sábado a la
noche.
La
acompañamos a su departamento. Cine, la peli romántica que a ella le gusta,
cena, la pizza que permite el presupuesto, caminata hasta la casa de ella.
Ya estamos
frente a la puerta. Cerrada, claro.
-
Esperá, dice ella, acá tengo las llaves.
Entonces
comienza la búsqueda, el operativo, el rastrillaje de las escurridizas llaves.
Ella se apoya
en la puerta, si hay un parapeto mejor, y comienza la maniobra.
Que consta de
varios pasos.
No es
cualquier cosa, claro.
Primero
procede a tomar el bolso con ambas manos y balancearlo con entusiasmo; ni más
ni menos que empujando al sobrinito en la hamaca o agitando una coctelera. Este
movimiento, allegro molto vivace, provocará un característico rumor metálico
que indicará, sin ninguna duda nos dice ella, la presencia de las llaves dentro
del bolso.
-
¿Dónde?
-
Ahí mismo- responderá como si indicara algo evidente.
-
¿En qué parte?- insistirá uno, que ya empieza a mirar a
ambos lados al calle vacía y le gustaría estar en el ascensor para continuar la
historia de esa noche…
-
Adentro del bolso, esperá que enseguida las saco- su
sonrisa es tan linda que uno deja que ella continúe la operación.
Hasta el
momento no he conocido mujer que no haga sonar su bolso primero para verificar
la presencia de las llaves; es casi una ley natural, física o quizás una
constante universal, como la gravedad, vaya uno a saber.
Terminada
esta primera fase del operativo, podríamos llamarla sonora o polifónica porque
no sólo suenan las presuntas llaves, comienza la parte dos.
Es la etapa
táctica.
No por que se
proceda con arreglo a cualquier tipo de estrategia… sino porque se basa
exclusivamente en el tacto, con independencia del uso de cualquier otro
sentido.
Aquí el
parapeto es particularmente útil. Si tal muro no estuviera, nuestra bonita
acompañante optará por sentarse en el piso, provocando en su acompañante la
necesidad de sentarse a su lado… cosa no tan difícil como lo será levantarse
luego ¡qué uno ya no tiene veinte años!
El rostro de nuestra amiga, y el nuestro por reacción,
se convierte en un reflejo de las alternativas de la búsqueda; desolación o
expectativa… ¿Dónde están las llaves de…?
La fase
táctica tiene una duración variable, pero nunca, jamás, resulta efectiva. Digamos
que es perfectamente inútil, pero ninguna dama que se precie de tal dejará de
llevarla a cabo. Es algo que se trasmite de generación en generación;
consagrado por el uso, por así decir.
Llegamos, de
este modo, a la tercera etapa, a la esperada fase tres, a la resolución del
enigma planteado ante la puerta cerrada… a las dos de la mañana de un sábado…
calle desolada, ruido de pasos….
Esta tercera
parte corresponde al análisis, a la separación, a la disgregación de una
entidad en sus factores componentes. Es como si se desarmara el motor del auto,
se desmontaran los componentes de un equipo informático, o se procediera a una
autopsia.
Ella comienza
a extraer del bolso todos los objetos que guarda con el inteligente propósito
de, por descarte, extraer las ansiadas llaves.
Uno se
relaja, sí el varón es medio estúpido y no aprende de la experiencia, y se
dice:
-
Bueno, enseguida van a aparecer. Al fin y al cabo, ¿qué
tantas cosas pueden caber en un simple bolso?
Cartesianos
por temperamento calculamos que el volumen del objeto, limitado, limita, por
definición, la cantidad de objetos que contiene. Craso error que repetimos con
la insistencia propia de nuestro género. Si uno hace las mismas cosas, dijo
alguien que no sé si fue Einstein o Marcelo Tinelli, tiene que lograr los
mismos resultados…
La poseedora
del bolso comienza, entonces, el metódico proceso de vaciado del mismo. Los más
diversos cuerpos materiales se apilan en mayor o menor orden, en el parapeto
antes mencionado o se agrupan en torno de las lindas piernas de nuestra amiga…
Una
enumeración exhaustiva de los mismos sería imposible. Hay algunos, sin embargo,
que nunca, por ningún motivo, pueden faltar en ese misterioso receptáculo de lo
inverosímil llamado bolso femenino:
Un cepillo
para el cabello, con folículos pilosos de diversos tonos y colores agrupados en alegre desorden entre sus cerdas…
¿Pero vos no eras rubia? dice el
tipo, ignorante como todo macho de que las tinturas existen desde la más remota
antigüedad.
Peine, para
el ídem… y no, mejor no preguntar si el peine y el cepillo no vienen a ser casi
la misma cosa, con idéntico fin. A menos que uno quiera una clase, teórico
práctica, sobre el arte del peinado y sus importantes consecuencias estéticas…
que lo hará sentirse un bárbaro procedente de los confines de la civilización,
además.
Rimel:
peculiar sustancia, de composición desconocida, que suelen usar para marcar con
una delgada línea negra … bueno, no sé que se marca con exactitud, pero supongo
que las pestañas o alguna zona aledaña. Esto se hace con el fin de que se corra cuando lloran y uno
se sienta más culpable de lo que sea que haya hecho mal…
Una dama que
no tenga rimel en su bolso es siempre alguien de cuidado. Peligrosa. Puede ser
una psicópata que en lugar de culpa quiera acomodarte un par de tiros cuando
descubra en tu agenda el número de tu ex… Si no tiene rimel, muchacho
argentino, aléjate de ella…
Polvera. En
el 99,9 % de los casos con espejo integrado. Llegada aquí la búsqueda, nuestra
gentil compañera la interrumpirá decididamente para abrir la mentada polvera y
mirarse en el espejito… que está más sucio que el retrovisor de Raikonnen
después del Dakar…
La polvera femenina
es la envidia de un Van Gogh, un Gaugin o hasta un Miguel Ángel… tanta variedad
de colores, tonos, matices en un espacio tan reducido. Para uno, que no es
siquiera pintor de brocha gorda, la misma descripción del objeto plantea un
problema: el del vocabulario. Varones y niñas aprendimos en la Primaria que hay
siete colores del Arco Iris… sólo siete, de los cuales el índigo sigo sin saber muy
bien cuál es… Las chicas, en el curso de su vida, aprenden cientos, ¡qué digo,
miles!, de colores. Colores con los nombres más inverosímiles: chocolate,
petróleo, habano, fucsia (chocolate y habano me los imagino, aunque me parecen
idénticos, pero ¿fucsia? ¿qué diantres es una fucsia?...)
Como sea.
La polvera es
otro adminículo indispensable en todo bolso que se precie. Viene con una
elegante brocha que, análisis forense mediante, testimonia las combinaciones de
colores que su poseedora ha experimentado… como diría el orador, las palabras
me faltan para describirlas.
Después de la
polvera, inesperada como liebre de la galera o aumento de tasas y servicios,
sale la agenda.
¡La agenda!
Un estudio extenso de la misma llevaría más tiempo del que disponemos pero cabe
destacar que siempre, sin excepción, esta agenda tiene dos características
ineludibles, a saber:
Primero; está
como indigestada de papeles, papelitos, documentos, manuscritos y hasta papiros
supongo guardados por su poseedora desde tiempos inmemoriales, por si acaso.
El número de
celular de la amiga de un compañero de trabajo que conoce a alguien que puede
conseguir un turno en… convive con comprobantes de extracciones del cajero que
datan de los tiempos del corralito, se codea con el ticket de la perfumería, la
receta de esas pastillas para adelgazar que nunca se compró y esa servilleta
que él le regaló en una noche romántica y escasa de soporte para escritura.
Aclaremos que él no es uno, por supuesto, sino un él de hace mucho del cual
ella dice que se olvidó…
Tantos
papeles asoman entre las hojas de la agenda que ya parece un bibliorato… peor;
un expediente de oficina pública, si bien en realidad no es sino un valioso
repositorio documental, un archivo, que sintetiza los últimos quince años de
vida de nuestra amiga.
La segunda
característica de la agenda que vemos salir del bolso es que responde,
puntualmente, a la personalidad de la joven en cuestión.
Prolijamente
encuadernada en cuero negro, con sobrios apliques metálicos, definen a una
mujer segura de sí misma, eficiente, secretaria competente y organizada.
Colorida, con diseños geométricos o no
figurativos indica una personalidad amante de las artes, imaginativa y un poco
bohemia, pero sin salirse de los límites de lo establecido. Si los colores son
estridentes, si notamos mandalas, símbolos indígenas, jeroglíficos mayas o
runas estamos ante un ejemplar moderno de mujer hippie en busca de encontrar un
compañero que le permita trascender más allá de los sentidos.
Una agenda
con el diseño de Kitty, a su vez, es síntoma de una encantadora joven que se
conecta con su niña interior, abierta a la fantasía, al juego… ¡e
increíblemente caprichosa!
Y podríamos
seguir; Maitena para las cuarentonas separadas que la juegan de feministas a la
espera del inexistente príncipe azul, Coelho para las que se sienten profundas
pero no tanto, Galeano o Mafalda indican diferentes niveles de compromiso
social (el primero para docentes de Amsafé Rosario, el segundo para docentes
que no se meten en política… pero se sienten “comprometidas”)
En cualquier
caso; si ver la encuadernación de la agenda es una experiencia instructiva,
mucho más lo sería el examen de su contenido. Tarea imposible pero que nos
depararía inenarrables sorpresas… y evitaría esos malentendidos que terminan en
el Registro Civil un año después… y en Tribunales pasados los cinco…
Dejemos de
lado, con todo, este pedagógico recorrido por la agenda de nuestra compañera… y
olvidemos los números telefónicos sin el 4 adelante, las direcciones de mail
con dominio UOL y las diferentes claves del cajero, el correo y la sesión en la
oficina… todas evocadoras de algún cumpleaños importante.
Dejémoslas
porque ahora el bolso proyecta hacia el exterior unos cuantos bolígrafos,
algunos de colores inverosímiles, dos resaltadores, el liquid paper, un par de sacapuntas, un capuchón que no corresponde
a ninguno de los bolígrafos antes mencionados, clips, ganchitos mariposa,
quizás alguna chinche, un rollo de cinta scotch, varias banditas de goma,
grampas de la abrochadora, tres hebillas para el pelo y un lápiz que, contra lo
que pudiera pensarse, no sirve para escribir sino para atarse el cabello… y
otro que se llama delineador ¡vaya a saber por qué!
Un amigo mío
jura que vio una llave de cruz y una Kalashnikov junto con esta miscelánea de
objetos… pero se trata de un tipo exagerado… ¿para qué querría una llave de
cruz una mujer?
-
¿Ya encontraste las llaves?- pregunta uno con la mayor
dulzura de la que es capaz, dulzura que no puede evitar un cierto tono de
fastidio que ella podrá o no notar, dependiendo del grado de interés que tenga
en nuestra compañía. Digámoslo de una vez, siempre lo notará (y peor aún, lo
guardará en su disco rígido de un terabyte) pero si le resultamos atractivo,
deseable o meramente necesario, hará como si le hubiésemos preguntado por qué
está tan bella y nos contestará con esa voz que nos desarma:
-
Todavía no, dulce… pero tienen que estar por acá…
-
¿Por acá?
-
Sí, lindo, en el bolso…- con una voz tan inocente que uno
estaría dispuesto a testificar a su favor incluso ante un tribunal del pueblo
en China.
Y sigue el
repertorio de objetos en el bolso.
Billetera, no
para llevar el dinero, que puede estar suelto, distribuido en diferentes
monederos y escondido en el corpiño…
La billetera
alberga diversas tarjetas, algunas con vencimiento en mayo de 1999, el pase de
multijuegos del sobrinito, el carnet de Central, con el cupón de la última
cuota paga firmado por Vesco, la tarjeta sin contacto del Bondi, cinco o seis
tarjetas que testimonian sucesivos aumentos de la tarifa, un cospel del subte
de cuando fue al recital de Sting y la entrada para ver a Soda Stéreo en San
Nicolás… Junto con las fotos de la familia hasta la tercera generación en grado
colateral, amen de ciertas instantáneas que, mejor no preguntar, están
violentamente recortadas. A veces un envoltorio de Tubby 3 completa la galería
de recuerdos que otras personas llaman billetera.
Un monedero,
sin monedas. Un paquete de algo que alguna vez fue un alfajor. Un pendrive (¡mirá vos, así que estaba acá!, dice
ella mientras comenta que tuvo que comprarse otro porque no lo encontraba… y
que acaba de volver a olvidarlo). Una calculadora, cuya única función es hacer
sumas. Y la lista sigue y sigue…
Tres
encendedores.
-
¿Fumás tanto?
-
No, tontito, uno es mío pero no funciona, el otro es de
mi amiga que me lo prestó… el otro ¡qué cosa! No sé como apareció acá…
Aclaremos que
la presencia del encendedor no implica que su portadora sea fumadora, parece
que tiene varias utilidades, calentar la punta del delineador, derretir la
punta de acetato de los cordones, prender las velitas del cumpleaños… y
prestárselo a una amiga que olvidará devolverlo.
Los
cigarrillos tampoco implican una fumadora. Pueden estar como recuerdo de una
pareja que lo era, como resabio de un vicio que se intenta dejar o porque,
benditas amigas, alguna de ellas se los olvidó en la oficina y cuando la vea se los devuelvo. Si las
explicaciones no son verdaderas, al menos resultan verosímiles.
Dos, a veces
tres, lápices labiales. Tonos inextricablemente distintos, al menos eso dicen
porque para mí rosa hay uno solo.
Uno de estos
labiales, curiosamente, tiene un extraño compartimento destinado a una diminuta
pila, como la de los relojes, que amerita la pregunta.
-
¿Un lápiz de labios a pila?
-
No, tontito- en un tono que uno creería destinado a un
niño de salita rosa, nivel inicial- es un juguetito… personal… si te portás
bien te muestro como funciona.
-
No gracias, soy grandecito para los chiches.
Ella se ríe,
¿de qué?, ¡quién sabe! y sigue desenterrando cosas del bolso, morral o zurrón
mágico…
Libreta de
teléfonos, no confundir con agenda.
Teléfono
celular. Extrañamente con un tono de llamada muy similar a ese que sonó,
indiscreto, durante toda la película… y que nadie se molestó en apagar.
Estuche de
lentes de sol; no importa que la haya pasado a buscar a las nueve de la noche.
La mujer moderna no sabe donde y en qué condiciones podrá amanecer.
Estuche de
lentes recetados (¿presbicia?, ¿no me dijiste que tenías treinta años?)
Pastillero,
si ella es del tipo metódico, de lo contrario varias cajitas de medicamentos
contra las más peregrinas pestes… cajitas vacías en su mayoría. La exploración
posterior determinará que los blisters, o incluso las pastillas sueltas, vagan
cual moléculas en estado gaseoso por todo el interior del bolso.
Pinzas (en
plural) depiladoras. Alicate o cortauñas. Esmalte, dos frasquitos, quita
esmalte, un resto de la caja de tintura con el código del último tono elegido
(lleva el inverosímil nombre de caoba intenso o ceniza caramelo). Cargador del
celular, modelo anterior al que lleva en el bolso, un par de auriculares,
bolsita vacía por las dudas…
-
¿Y las llaves?
-
¡Querés tener un poco de paciencia! Están acá- el tono
ya es casi maternal, no por el cariño, sino por lo terminante.
-
Acá ¡dónde?
-
En el bolso. Si me dejás buscar tranquila…
Pañuelos de
papel, servilletas de papel, trocitos de papel.
Estampita de
San Expedito, no por creyente, sino porque… ¡bueno,
te vas a poner a cuestionar mis creencias!
Crema para
manos.
Crema para el
rostro.
Crema
maquilladora.
Crema
desmaquilladora.
Alcohol en
gel… no vaya a ser que la gripe A…
Un chocolate.
Un bon o bon.
Un envoltorio
de bon o bon.
El estuche
interior de los huevitos Kinder, repleto de monedas.
Pinzas que
parecen sacadas de un museo de la inquisición, pero que, explica bondadosa, son
para rizar las pestañas…
Una caja de
chicles.
Una linterna
(a veces se corta la luz, aclara) y un cabito de vela (de cuando se cortó la última vez, dice).
Un saquito,
por las dudas. Un sobrecito de azúcar, otro de edulcorante, uno más de café
instantáneo.
El paraguas
portátil.
Dos sobres de
preservativos… el chico siempre dice que se los olvidó en el otro pantalón pero
a ella “no la engañan más”.
Y al fin, en
el fondo, en el último recoveco del bolso, allí donde nadie esperaba encontrar
ya nada… relucientes, pulidas, mecánicamente perfectas… ¡las llaves!
Ella sonríe,
uno también sonríe mientras relojea a esos pibes, gorrita y birra, que pasan
por la calle, prueba las llaves, las gira, las saca, vuelve a ponerlas, las
gira una vez más…
-
Dejame a mí.
-
Si yo no pude vas a poder vos, ja…
-
Pruebo, a lo mejor…
Pero nada. No
giran, no abren. Los pibes están más cerca, las llaves están trabadas.
Ella se ríe,
se ríe fuerte, uno la mira. ¿Risa de temor? ¿Habrá enloquecido? ¿Pasa algo
gracioso?
En sus manos
tintinea un, otro, manojo de llaves.
-
No lo vas a poder creer… las tenía en el bolsillo.
¿Vamos?
Y en menos de
lo que lleva decirlo, el despliegue de objetos que portaba el bolso retorna a
su inmensa, infinita, morada y uno la sigue obediente hasta el séptimo piso…
Sí, su bolso
es un desastre pero, como diría el Indio; “ella es tan linda…”