Un error
común, agravado por siglos de literalismo y por fundamentalistas de toda laya,
es creer que los mitos son mentiras desvergonzadas.
Nada que
ver.
Un mito es
explicación. En forma de cuentito, en un relato (que es lo que significa mythos),
en una historieta que intenta develar verdades que no se pueden decir de otra
forma.
El de Adán
y su costilla es un mito fundante, así dicen los antropólogos, de nuestra
cultura judeo cristiana. Cultura que es más, mucho más, que creencia religiosa
y mandamientos varios.
Repasemos
la historia.
Adán, barro
amasado en el que alienta un no se qué de divino, está solo en el Paraíso. Solo
con todo un jardín a su disposición. Solo y aburrido, se presume. Solo y
solitario que no es lo mismo… pero es igual.
Dios, que
todavía no es el súper ser sino un artesano voluntarioso, se preocupa. Hay algo
en Adán que no anda bien, algo que, a falta de mejor sustantivo, podemos llamar
nostalgia.
Adán está
triste. ¿Qué tendrá Adán?
Adán no
tiene compañía. Adán no encuentra un semejante. Adán no se refleja más que en
el estanque… y la monotonía cansa, hastía, embola.
Todavía no inventó
el si al menos, pero va camino a eso.
Dios, todavía
no un airado dictador, procura que su chico, su obrita maestra (era un
principiante y qué principiante no cree que lo suyo es lo mejor), su consentido
esté feliz.
Como el
Pastor que será en días por venir, Dios conduce a los animales a la presencia
de Adán. Alguno de ellos, piensa, le servirá de compañía.
Adán sonríe
tristemente; ¡este Dios y su ignorancia de lo que quieren los humanos!
- No, Señor,
no- dice- ni el perro, ni el gato, ni el caballo o la gaviota son compañías para
mí.
- ¿Ninguno?-
pregunta el Creador un tanto mosqueado. Sus animales son magníficos, veloces y
astutos, fieles y regalones, hermosos y variados. ¿Cómo puede ser que Adán no
encuentre en ellos lo que busca?
Y el
relator nos aclara el misterio.
Ninguno de
ellos, dice, era una ayuda adecuada…
¿Ayuda
adecuada?
Eso dice el
texto. Las palabras hebreas son más explícitas, y confusas también.
Ninguno de
ellos, dice en hebreo, era ezer kenegdó
¿Ezer
quenequé?
Detengámonos
un rato en esta expresión que los traductores vierten como ayuda adecuada,
compañía idónea o ser capaz de ayudarlo. Si traducimos con mayor cuidado
encontramos que ezer kenegdó significa otra cosa.
Ayuda
contra él…
¿Contra él?
A ver.
Dios
dice esa famosa frase: No es bueno que Adán esté solo, le haré una ayuda en su
contra…
- No, si es por eso, - habría dicho Adán- ni te molestés... con una mano yo...
Nada, no dice nada.
Y se jode. O no.
Acto
seguido Dios duerme al confiado muñequito de barro y, como todos sabemos, le
practica cirugía mayor sin autorización de la obra social.
Le quita una costilla,
sutura la herida, y con la costeleta obtenida fabrica esa Ayuda en Contra
prometida: la Mujer.
¿Ayuda en
contra?
Adán no
necesita alguien que lo sirva. No le interesa la fiel compañía de un perro, el
interesado ronroneo de un minino, el sometido galopar de un matungo. No, nada
de eso es Ayuda contra Él.
Adán no
quiere una imagen de espejo. Alguien que piense sus pensamientos. Alguien que
comparta su manera de ver las cosas.
Quiere
quien le haga la contra. Quien le rompa las pelotas. Quien le diga: ¡Te lo
dije!, cada vez que se manda una macana, que lo acaricie con ternura, y
reproche, cuando vuelva magullado de jugar a la pelota con un quirquincho bola.
Una ayuda
que mire todo desde el otro lado. Una leal oposición (eran otros tiempos, claro).
Una antagonista para trenzarse en combates que lo derroten con una lágrima, con
un beso o con el apretado nudo de sus piernas.
Dios, por
una vez, lo entiende.
Dios, por
una vez, comprende la soledad del hombre incompleto.
Dios, por
una vez, hace un milagro.
Así, dice
el mito, apareció la mujer.
" No de la cabeza para
superarlo,
ni de sus pies para ser pisoteada.
De la costilla, para ser su igual.
Cerca de su corazón, para
ser amada".
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