Ni ofensa, ni favor para nadie...
Estas reflexiones deben ser leídas como si de una charla de café se tratase; no por su liviandad, me gustan, aunque no siempre, las charlas de café con contenido. Tampoco por su falta de rigor en el análisis, o por tratar trivialmente de asuntos que son esenciales para muchos. Nada de eso.
Son conversaciones en torno a una mesa, en algún bar imaginario (puestos a imaginar elijo el Malecón habanero) en las cuales no se intenta convencer, demostrar o proponer ninguna verdad; mucho menos agredir o molestar a nadie con mis opiniones.... que son simplemente eso: opiniones, mis personales modos de ver una cuestión; en este caso la de la religión.
Todos ustedes saben, y si no lo saben bueno es que muestre las cartas desde el principio, que soy ateo.
Dicho del modo más claro posible: no acepto, ni creo en, la existencia de una o varias divinidades; sean éstas personales a la manera del dios cristiano, sean fuerzas elementales como en el deísmo o el neopaganismo, sean seres en otro plano de la existencia (según creo postula el budismo), sean poderes que se identifican con el Universo, en la interpretación panteísta. No creo en ningún dios, si me apuran en ningún fin último (aunque tengo mis expectativas y esperanzas), ni tampoco en abstracciones que me merezcan algún tipo de veneración (se las llame Patria, Humanidad, Proletariado o Revolución), puedo respetarlas, puedo adherir a ellas en cuanto ideas que tienen que ver con mi propia constitución como sujeto, puedo estar dispuesto a dejar de lado necesidades personales en aras de “defenderlas”; pero no son un sustituto de la fe religiosa.
Mi ateísmo tiene origen, y no me detendré demasiado en este punto, en la reflexión y la experiencia, no en alguna gran crisis personal; ningún sacerdote me perjudicó, ninguna mujer me dejó para meterse a monja, nunca vi más iniquidad en la iglesia, en cualquier iglesia, que la que hay repartida en partes casi iguales en toda institución de este mundo. Aún cuando alguna religión me mostrase una excelente hoja de servicios, aún cuando resultase beneficiosa, aún cuando todo pareciera estar a su favor, yo diría: “no, gracias” a la invitación de pertenecer a ella. Y ello sería así porque no me considero agnóstico (¿qué clase de palabreja es esa?); no soy alguien que “no sabe”, sino ateo; alguien que sostiene y demuestra, si se lo piden, que no hay dios.
Cuando quieran conversamos sobre esto.
Aclarado el punto, vamos a mi tesis de hoy.
Sostengo que si hubiese un dios, si ese dios siguiese vivo, si se interesase por los humanos y, sobre todo, si intentase hablar con ellos y darles pautas para venerarlo; es decir si el ente hipotético que se llama dios existiese y se revelase a la humanidad, entonces es claro y evidente que uno lo encontraría en la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Y sí, es lo que creo, y con esto rompo una lanza a favor de una vieja y vilipendiada dama.
- No creo en tu dios, Católica- le diría al oído- pero desde el punto de vista de la lógica sos la única religión que un hombre inteligente podría aceptar.
- Vaya- rechiflarían algunos- así que después de tan bizarra profesión de ateísmo te enlistas en las filas del más rancio oscurantismo. ¿Dónde queda tu supuesta aura de libre pensador, dónde tu racionalismo, Gustavo?. ¿Te olvidás, por citar un solo nombre, de Galileo?
De esta manera me abuchearían y debería reconocer que, en parte, llevarían la razón.
Sin embargo en ésta me planto y de ésta no salgo: la única religión plausible de ser verdadera es la Católica. Lo cual no implica, ipso facto como diría un leguleyo, que lo sea; para ello le falta una cualidad esencial; a saber: que sea verdad todo cuanto ella postula, pequeño, o gran, detalle que doy por demostrado en aras de la brevedad y la unidad de tema.
En síntesis: el Catolicismo es la religión verdadera, lástima que no sea verdad...
Ahora sí, ¡suelten el toro!
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