Hablar, escribir, pensar,
incluso ¡puta madre que inútil que parece en estos tiempos!
Ayer escuché a una dulce
niña, doce años, delicada y hasta ingenua: “Para mí está bien
que lo mataran”... los rostros de casi todos sus compañeros,
reflejaban aprobación. Si el profe decía lo contrario y hablaba de
cosas tan extrañas como derechos o justicia el fastidio era
evidente.
El mal se combate, se
aniquila; todas las armas son válidas, los malos no merecen vivir
¿no lo dice la tele? Desde Hora de Aventuras hasta 24, desde el
presentador que apaga y prende luces hasta el notero que levanta
chismes de barrio ¿tiene miedo, señora?, ellos o nosotros, ¿donde
estaban los derechos humanos cuando...?
La lucha de clases está
a la vuelta de la esquina, pero es un poco más complicada que los
buenos proletarios contra los malvados capitalistas. No alzamos el
puño para derribar el edificio burgués, eso suena a cuento del
pasado, remoto e incomprensible; ¿proyectos colectivos? ¡Es el
siglo XXI, despertá, muchacho!
¿Cómo llegamos a esto?
¿Un país con buena
gente?
A lo mejor sí, ¿matan a
golpes en Iruya o Trevelin?
Si a vos te hubiera
pasado... ¿Y sabés qué?, sí, me pasó. ¿Y sabés otra cosa?; los
hubiera cagado a palos... por eso es lógico que la justicia no la
ejerza la víctima, por eso hacemos este ejercicio de optimismo
llamado sociedad. No siempre resulta, que le vamos a hacer, pero es
lo que hay. Eso o la barbarie, la edad oscura, la quema de brujas,
los variados exterminios que hemos ensayado desde la prehistoria para
acá.
No, no tengo respuestas.
Se me queman los papeles
cuando veo a los “vecinos” matar a golpes a un tipo, quien sea,
haya hecho lo que haya hecho. ¿También a un genocida?, también,
aunque escribirlo me provoque el vómito; que lo juzguen, que lo
sentencien, que lo encierren, lo que sea, pero con esa particular
forma de racionalidad que se llama, quizás impropiamente, justicia.
No te voy a convencer,
por supuesto, estimado compañero de laburo, cansado de esquivar
“choritos” a las seis de la matina. Tampoco a vos, seguro de tu
propia honestidad, encerrado en tu pequeña fortaleza, receloso de
tantas caras “raras”. Tampoco uno la tiene tan clara. Hablar de
inclusión, de proyectos de vida, de contención social está bueno,
pero no alcanza, parece que nunca alcanza.
Es que no es sólo el
crimen. No es que te maten por nada. No es la droga que avanza y
tampoco la falta de horizontes. Es más terrible que eso.
Es la crueldad, es el
desprecio por la vida, es el crimen instalado como modo de ser, el
odio como base de la sociedad. Lo dicho, la lucha de clases al
desnudo, pero en estado puro, sin cauce político, sin proyecto
alternativo; una pesadilla caótica en lugar de un desborde de vida
al estilo anarquista.
Es doloroso, en un
sentido hasta físico, y es terrible, además.
Porque uno sabe de donde
viene esto y a donde conduce. Porque son historias demasiado cercanas
las que se repiten. Porque es la receta clásica del fascismo.
Por momentos también me
gana el odio, por momentos también me apunto a la violencia (uno no
es, nunca fue, un pacifista) pero me sale por otro lado. Los gordos
pelotudos de la tele, los comentadores compulsivos de las redes
sociales, algún puntero político de cuarta, los candidatos de
sonrisas falsas que juegan con fuego, los que incubaron a tantas
serpientes en treinta años de democracia y ahora se espantan cuando
las oyen silbar...
1 comentario:
Genial!!
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