
Doce Patriarcas. Doce Profetas. Doce Apóstoles. Doce Hombres Justos. Doce Pares de Francia.
Deberán amar las palabras como se ama la carne y la sangre. Deberán padecer el goce de escribir. Deberán respirar el aliento vital de los vocablos. Deberán engarzar con dedos hábiles párrafo tras párrafo de inanes predicados tras un único (pater noster...) sujeto en un brutal rosario opresivo y liberador; de preferencia oximorónico.

Doce Tribus. Doce Constelaciones. Doce Planetas. Doce Meses en el Año.
Deberán sentir en sus espaldas el peso de la Historia. Deberán ser contemporáneos de Ejnatón y de Kropotkin. Deberán tratar de igual a igual con las sombras de los muertos. Cenarán cada noche pirámides y ziggurats, babeles de papiros polvorientos, pérgamos arrasadas por el fuego, carabelas pobladas de fantasmas e islas de nombres olvidados. Deberán estar silénicamente ebrios de pasado.

Doce Caballeros. Doce Reyes de la idílica Feacia. Doce Hijos de Atlas. Doce Sabios. Doce Dioses en el feliz Olimpo. Doce Naciones bajo el dosel del Cielo.
No pido blasones, no leeré curriculums vitae, no ofrezco salario, bolsa o comisión. No atraigo, ni rechazo.
Doce efímeras polillas busco para unírmeles en su loco vuelo y perecer, trece, en las obsesivas llamas de un fuego de verano.
