Italiano por tres de los cuatro costados, nunca supe muy bien de que
parte de la península provenía el que me dio el apellido.
Mi nono,
nunca dije abuelo, materno era siciliano, de la antigua Agira, patria
de un famoso historiador griego.
Mi nona paterna era argentina, hija
de un campesino de Montescaglioso, en la Basilicata.
El abuelo
paterno, que completa el tríptico, murió nueve meses antes de mi
nacimiento... así que no me pudo contar gran cosa.
A mi padre la
genealogía no le interesaba, de manera que sólo sabía que mi
bisabuelo; Teófilo Bessolo era del norte de Italia, a veces se
mencionaba vagamente Cerdeña, orgullosamente masón y que llegó a
la Argentina a principios del siglo veinte.
Indagando y buscando pude saber que hay varios Bessolo en el ancho
mundo, incluyendo al fallecido actor que encarnó a Superman en la
televisión de los ‘50, que la mayoría se concentra en Turín
(Torino en italiano) y que un minúsculo pueblo lleva el mismo nombre
de familia que constituye mi orgullo.
En la búsqueda del camino de Italia a Francia mis preferencias eran
Roma, por Historia, y Torino, por historia... personal en este caso.
Quería conocer el lugar donde los carteles en la ruta eran idénticos
al apellido que figura en mi pasaporte.
Me
apresuro a confesar que no logré este modesto objetivo. Desde Torino
hay trenes para todos lados y Bessolo queda a unos pocos kilómetros
pero tan aislado que hay que combinar un par de ómnibus para llegar
y en la dirección de turismo no tienen ni idea de como hacer tal
cosa... ¿Bessolo?,
dijo la chica del punto de informes como si le preguntara como llegar
a la Comarca.
Sin embargo pude recorrer la antigua capital de Saboya, luego del
Reino de Piemonte y Cerdeña y finalmente, primera de la Italia
unificada. Una ciudad que no parece italiana sino centroeruopea. Algo
austera, como una Rosario más grande, más antigua y menos
improvisada, comercial e industrial, a orillas de un río no más
ancho que el Carcarañá, con montañas nevadas a lo lejos.
No había demasiado para ver, o no sabíamos mucho que ver, excepto
el museo egipcio, el más grande después de el de El Cairo, y la
Mole Antonelliana.
Turín (o Torino) al fondo los Alpes |
El museo, pese a estar en obras (toda Europa está en obras en enero,
temporada baja), es sencillamente maravilloso. Desde la época
predinástica hasta la conquista romana uno puede contemplar los
testimonios de la vida egipcia; no sólo momias y sarcófagos, sino
objetos de la vida cotidiana, juegos de mesa, cosméticos, sandalias
y unas curiosas estatuas de Isis y Horus que recuerdan, no sin
motivo, la conocida imagen de la Virgen y el Niño del catolicismo.
Doscientas fotos, no es hipérbole, son el recuerdo visual de esta
visita.
Junto a un piramidión |
La Madre (Isis) y el Niño (Horus) |
Antiguo egipcio haciendo lo mismo que yo todas las mañanas... ¡ya te doy de comer, Pancho! |
Hator y Horus ¿cuál elijo, Dani? |
La Mole Antonelliana |
Verla... es peor! |
La vista del Po con unas cascadas como las del Saladillo, salvo los "guachines", nos compensó en aquella tarde gris y fría.
Cascadas del Po |
Iglesia Santa María Redonda... nada originales |
Torino no es
precisamente encantadora y, sin embargo, me gustaría volver, al fin
y al cabo mi estirpe paterna tiene su origen aquí.