Si
Roma es como una sabia abuela que aprendió a mandar sin imponerse y
logra sus propósitos apelando a su historia, Venecia es como otra
adorable viejecita que, en su sosiego, no disimula una juventud
frívola y casquivana. Y cada tanto renace la cortesana que fue,
escondida pero no acallada, en los vacíos sotoportegos
a la orilla de los canales.
Hay
que recorrerla por la mañana, en un día gris o en otro de sol (y
parecerán diferentes ciudades), alejándose de las manadas de
turistas, perdiéndose en calles estrechas hasta lo increíble, para
desembocar, después de un puente, en una inesperada piazza
flanqueda por una iglesia
barroca, por tiendas repletas de máscaras, delirio para mi
compañera, ocasión de injustos reproches: “¡Otra vez te vas a
parar!”, maravilla para los ojos de ambos, por aljibes centenarios
y por un silencio particular que rumia historias de amantes
enmascarados, de puñales afilados, de un cuerpo cayendo al canal, un
chapoteo y el rival ha desaparecido, de embajadores embaucados y de
Montresor tramando su venganza con la excusa de un barril de
amontillado...
Depués uno sale al Gran Canal, gigantesca S que atraviesa Venecia de
punta a punta, a la Piazza San Marco, a la Dogana y se encuentra con
viajeros de todo el mundo y de la más variada condición. La
damisela de Jordania; rubia oxigenada, maquillaje estridente y
vertiginosos tacos, la mendiga eslava con el pañuelo en la cabeza
que recuerda a un personaje de Chéjov, el nuevo rico ruso, los
españoles zezeando el inglés de turista, algún argentino que se
revela en el: “mirá esto, che”, los alemanes, sonrientes y
satisfechos, con su medido entusiasmo y, claro, los interminables
japoneses, ahora también chinos, fotografiando obsesivamente cuanto
monumento caiga en el objetivo de sus sofisticadas cámaras.
Todas
las grandes marcas en las calles del sestiere
San Marco(Venecia se divide en seis barrios, evocados en el ferro
de las góndolas), recovecos impensados donde degustar, al paso, una
pizza por dos euros, ningún auto, moto o incluso bicicleta que turbe
el paseo, las góndolas turísticas, carísimas, las lanchas taxis o
los vaporettos, que ya no son tales sino motonaves, por el Gran
Canal, las góndolas, que pocos turistas conocen (gracias B.B.) que
cruzan el mismo en dos minutos por apenas un euro y centavos, las
gaviotas, enormes, a orillas del mar y el león alado del apóstol
Marcos mirándolo todo, no sé si amenazante o cómplice, desde su
elevada columna.
1 comentario:
Venecia es una de mis ciudades favoritas y por eso disfruto de llegar allí y conocer toda la ciudad. Sin embargo este año he decidido comprar Pasajes al Salvador para quedarme en la playa
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