Tres mil
años, poco más, poco menos, tiene la vida urbana en Italia.
Esto
quiere decir que hay gente apiñada en las ciudades de la península
desde hace noventa generaciones, así, a ojo de buen cubero.
La cabaña
fue reemplazada por la domus, por un palacio, por unas ruinas y por
un nuevo palacio...así siglo tras siglo. Resultado; una especie de
torta millefoglie urbana.
Esto
quiere decir que uno camina y se encuentra con un edificio de valor
histórico, que hay antiguos palazzi de
paredes descascaradas que, en su interior, albergan lujosos muebles,
cuadros de gran valor y preciosos recovecos apenas explorados, que
por más que recorra, investigue y coteje cada lugar con la guía en
la mano siempre, pero siempre, quedará algo para ver.
Una
moderna avenida atraviesa la puerta de las murallas de Roma; por allí
entró Aureliano, victorioso, después de derrotar a Zenobia de
Palmira, más bella que Cleopatra. Doblando la esquina, un viejo
palacio, propiedad de una familia cuya prosapia se remontaba a los
días de Nerón, cedido tres siglos después al Papa por Constantino
y convertido en la Archibasílica de Letrán; “cabeza de las
iglesias de Roma y del mundo”, más importante, en jerarquía, que
San Pedro del Vaticano. Enfrente un obelisco, robado,
traído, de Egipto por el emperador Constancio y, cruzando la calle,
nuestro hotel... justo por donde solía pasar el acueducto de Claudio
cuyas arcadas se conservan entre dos tejados un poco más lejos.
Roma es inmensa pero no abruma.
Los palacios, las iglesias, las callejuelas engañosas recuerdan que
la astucia sobrevive a las armas.
Los museos, los tipos vestidos como legionarios para la foto y los
diminutos automóviles. El nuevo subterráneo, las grises aguas del
Tíber, el sol que brilla sobre la Fontana de Trevi, invadida por
turistas y el músico callejero en la esquiva Piazza Navona.
Las mujeres desfilando a la última moda por las calles, las colinas apenas perceptibles pero que se hacen sentir en las caminatas, los modernos romanos apresurados, pero prontos a dejarse tentar por un expresso.
Los ubicuos curas y las sonrientes monjas, los turistas japoneses o chinos, los inmigrantes árabes y una pareja enamorada venida desde la lejana Rosario. Todo ello, y tanto más que no alcanzamos a percibir pero sentimos en el aire, nos aseguran que, treinta y tantos siglos después, esta ciudad sigue siendo eterna; eternamente joven.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario