Al
principio parecía una buena idea:
Ir desde el norte de Italia; Verona, Padua o Venecia, hasta Roma en un tren nocturno.
Dejábamos de “imponer” nuestra presencia a los primos y ahorrábamos una noche de hotel.
Ir desde el norte de Italia; Verona, Padua o Venecia, hasta Roma en un tren nocturno.
Dejábamos de “imponer” nuestra presencia a los primos y ahorrábamos una noche de hotel.
¿Dormir
en un tren puede ser más incómodo que dormir en el avión?;
pensamos.
¿No es
romántico recorrer juntos la Romagna y la Toscana a la luz de las
estrellas, juntos y abrazados en un camarote de tren?; imaginamos.
Esperar
el tren con ansias, pero sin apuro, subir a la medianoche en una de
esas ciudades de ensueño y amanecer, maravillados, en la
deslumbrante Roma es casi perfecto; dijimos.
Pensamos,
imaginamos y decimos demasiadas cosas...
La
partida fue desde Venecia. Retardos que no viene al caso mencionar
nos dejaron con la entrada a los museos de la Piazza San Marco pagada
y sin usar; aprovechamos el último día en el Véneto para ese
recorrido.
El
anochecer, léase las cinco de la tarde, nos encontró, ahítos de
arte e historia, en el célebre Café Florian.
Allí, desde 1720, se
daban cita poetas, músicos, revolucionarios y conspiradores de casi
toda Europa.
Allí, en el siglo XXI, toman el té encopetadas damas
venecianas o turistas de bolsillos rebosantes. Allí estábamos
nosotros, del lado de afuera, en la Piazza, con un viento frío y
cortante (gentileza del Adriático), intentando aprovechar la
conexión Wi Fi...
Finalmente
tomamos el vaporetto, recorrimos a lo largo el Gran Canal y
desembarcamos en la estación Santa Lucía.
Una cena en un restaurant
de menú libre reemplazó con ventaja los fastos de los lujosos cafés
del Rialto.
En unas pocas horas partiría el tren nocturno a Roma, viajaríamos en un camarote y arribaríamos a la Ciudad Eterna con las primeras luces del alba. Casi un capítulo de Marguerite Duras o Thomas Mann.
En unas pocas horas partiría el tren nocturno a Roma, viajaríamos en un camarote y arribaríamos a la Ciudad Eterna con las primeras luces del alba. Casi un capítulo de Marguerite Duras o Thomas Mann.
¡Pocas
horas!
Nunca son
pocas cuando uno espera en una estación que se va quedando desierta.
Ni cuando
pasan los minutos y el tren no se anuncia.
O al
escuchar repetir al altavoz que tal o cual formación, procedente de
alguna histórica ciudad, tiene un retraso también histórico.
Y cada
cinco minutos una voz ya habitual repetía: “Allontanarsi dalla
línea gialla”, como una de esos ritmos que uno no logra sacarse de
la cabeza. “Ding dong, atenzione...” y uno espera que anuncien el
tren, pero en su lugar: “allontanarsi...”
Llegó la
medianoche, se terminó el día de Reyes, que acá es visitado por
una curiosa bruja llamada Befana, y por fín, a los veinte minutos
del siete de enero “Il treno Intercity” estaba a punto de partir;
“allontanarse....”.
El tren
en cuestión venía de Milán y el camarote, de seis personas, estaba
ocupado por dos mujeres con pieles de ébano, hubiera dicho Salgari,
dos negras, comentarían los pibes del barrio.
Una de ellas intentaba
dormir, la otra devoraba un paquete de pochoclo de penetrante aroma
mientras, obsesivamente, acumulaba puntos en el juego de su
smartphone. Insinuamos que ocupaba nuestro asiento y, sin mirarnos,
con un gesto de displicencia, se movió al otro. Su compañera se
acomodó en la búsqueda del interrumpido sueño.
Por
razones que tampoco hacen al cuento íbamos cargados como paqueteros
bolivianos, con el añadido de que la voluminosa valija, despojada de
una de sus ruedas en una maniobra aeroportuaria, se desplazaba ahora
sobre un práctico carrito, origen China, precio pocos euros, sujeta
por la habilidad cordelera de mi compañera.
Mochila en la espalda,
dos valijas pequeñas repletas de regalos para llevar y presentes ya
recibidos, valijón en precario equilibrio de tamaño ligeramente
inferior al ancho del pasillo, cansancio, sueño y el persistente
perfume de los pororó saturados de azúcar... así empezó el viaje
nocturno
La valija
no entraba en el compartimento, así que debió quedarse en el
pasillo, tambaleante y molesta. Como era el camarote cercano a la
puerta, y al baño, los sufridos pasajeros debían esquivarla nada
más subir al tren y nosotros, como encargados de un peaje sin costo,
moverla al interior del compartimento ante cada “prego” de los
viajeros.
O de los polizones.
Cada tanto uno veía pasar raudamente a
un tipo de gorro y campera o a otro que fingía ir al baño y,
detrás, al controlador, “il capotreno”, en inútil demanda del
correspondiente pasaje. Después los gritos cada vez más elevados,
la súplica casi inaudible en la cual sólo se distinguía la
palabra: “fredo” y la promesa o la amenaza, nunca cumplidas, de
bajar en la próxima estación.
Entretanto
la viajera y el viajero argentinos, con su gran valija renga,
procuraban dormir por turnos para cuidar la mutilada posesión, no
fuera que alguno se la llevara por error...o justo castigo por ir de
colado.
En una
parada que ya ni recuerdo se completó nuestro camarote.
Un digno
señor que me recordaba al Tío Tom, pero con más graduación alcohólica, y un un joven procedente de las
misteriosas tierras que baña el Ganges
... quien nos pidió que no
cerráramos la puerta con una expresión de malestar tal que parecía
a punto de dejar en el tren parte de su propio karma; al menos el que
había cenado aquella noche.
La morocha africana había dejado de trazar círculos en la pantalla táctil, arrugado la bolsa de pororó ya vacía y, cambiando la displicencia por el fastidio, dejó el compartimento por otro menos plebeyo. Nos miró como si fuera Beyoncé
Padua, el
Po, Bologna, Florencia y tantos lugares de resonancia universal
pasaron en la tinieblas.
Oscuridad afuera, sueño interrumpido en el
tren.
Miré a mi compañera, se había dormido escuchando música,
“debo permanecer despierto”, me dije (nota, siempre me hablo a mí
mismo como si fuera un personaje de novela), “debo cuidar la vali...”
Lo
siguiente que recuerdo es un montón de luches en sucesión, el
fragor típico de toda gran ciudad, un atisbo de amanecer y el
anuncio de que en cinco minutos arribaríamos a Roma.
1 comentario:
Desde hace rato tengo ganas de viajar a Roma y por eso me gusta tener la posibilidad de hacer este viaje. Ojala que pueda obtener pasajes a roma baratos ya que no cuento con mucho dinero y por eso me gustaría viajar de forma económica
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