Rebelde, disconforme, "molesto" siempre fueron palabras que sonaban muy grandes para mí. La Rebeldía, la Insurección, se me presentaba como una fuerza creadora de por sí; la imagen del Viejo Mundo que se destruye para dar origen al NUevo nutría mis sueños y mis esperanzas. Mezcla de mitología cristiana (en una vertiente que tiene menos que ver con el componente "romano" y más con el "apostólico" del catolicismo), con el Gran Relato marxista, ecos dormidos del joaquinismo medieval, de la Utopía de Moro, de las luchas revolucionarias americanas (de 1776 en adleante, pasado por 1810, 1945 y 1959) me sentía parte, modesta, de una gran corriente histórica, heredero de 30.000 voces acalladas, seguidor en los pasillos de la villa de los que anunciaron la revolución del Reino de Dios. Cristianuchi, como decían con ciertra sorna los amigos de izquierda, zurdito, como decían sin saber my bien a que se referían mis amigos cristianos.
Recuerdo cuado, yo pensaba entonces que pertenecía a cierta clase media (ilusiones de un joven de grupo parroquial), les mostraba a los chicos de catecismo la pirámide social, les decía eso que ellos ya sabían, pero que me parecía importante que "tomasen conciencia" (já!, que frase), que eran explotados, que Jesús era un líder revolucionario y que "los ricos" lo mataron, que la solución estaba en crear comunidades eclesiales, libres, horizontales, democráticas, para llevar a cabo esa revolución que llamábamos "el Reino de Dios"
Luego vino la docencia, la posibilidad de trabajar sobre las conciencias, las lecturas de Freire alimentando nuevos sueños, los intentos de "educación popular". La participación sindical, bien que acotada, como obligación moral de mis opciones. Me alejé del cristianismo, nunca encontré un lugar en la izquierda, seguí (sigo) trabajando en la misma escuela.
Recuerdo mi práctica docente de esos años. La prédica de la rebledía, la desconfianza por las normas, la exaltación de la aanrquía creativa. Cuando no tenía empacho en justificar un robo, si éste era hecho "contra los ricos", en exaltarme ante la posibilidad de los saqueos, imaginando (¡qué mal había leído a Marx!) el estallido de la revolución en las jornadas de 1989. Recuerdo como apostaba todo a la organización popular, las comunidades de base en un principio, las asociaciones de vecinos, las asambleas, después. Aún tuve un atisbo de todo ello en diciembre de 2001. No me creía eso de los troskos de situación "prerrevolucionaria", pero casi.
Ahora, miro a mi alrededor, y creo que se impone un reexamen crítico de todo aquello.
Es lo que pienso hacer en la siguiente entrada... porque necesito saldar cuentas con el pasado.
¿Quebrado?
No lo creo, más bien al contrario, estoy a punto de dejar de lado la mitología (toda; la cristiana y la marxista) para buscar una de las tantas respuestas:
¿Por qué no estalla todo de una buena vez?
domingo, mayo 14, 2006
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