Otros habrá que lo superen en elaboración, ya que es bastante elemental, y quizás también en difusión, aunque totaliza más de 80 ediciones, pero el hecho de inventar, casi de la nada, un libro sagrado no es, como se dice, moco de pavo...
Una época y un país que cree en la Biblia a pie juntillas, una mente comercialmente astuta y algunas hipótesis sin fundamento pueden ser tan buen material para inciar el negocio religioso como cualquier otro. Ahí tenemos varios pastores, y algunos curas (estos últimos con una franquicia demasiado onerosa) para probarlo.
José Smith Jr., creo, los supera a todos.
Silvestri, Palau, Ignacio deben atenerse a la Biblia en sus prédicas... y la Biblia, libro crecido durante milenios en el seno de pueblos lejanos, se les vuelve en contra en algunas frases, no lo pueden evitar...
El yanqui dio con la solución.
Se inventó su propia Biblia y la puso al lado de la "recibida" como una igual; más clara, más coherente, menos complicada... como quien dice un clásico "dios por uno", perdón, "dos por uno" quise decir.
La trama del engaño (ya Smith había enfrentado procesos por fraude pero, ¿quien no mintió alguna vez?) es simple, como buen producto americano.
El Profeta Joseph Smith Jr.
Smith Jr., un típico chico de campo, ve aparecer un mensajero divino. Son los años 30 del siglo XIX y Roswell aún está lejos.
El ángel, un antiguo americano resucitado, indígena diríamos, pero Smith no lo dice, le revela que en una colina pequeña y poco notable del estado de Nueva York se encuentran unas tablas de oro que contienen la historia de los antiguos habitantes del Nuevo Mundo.
Las planchas de oro: el Libro de Mormón original.
Actualmente se encuentran en...
el cielo
El mensajero se llama Moroni hijo de Mormón, de allí el nombre dado al libro, y era el responsable, después de la muerte de todo su pueblo, de haber ocultado los antiguos escritos.
Todo sucede como se ha anunciado, nos cuentan Smith y unos testigos que son, también, creyentes de la nueva fe; en una caja de piedra en el cerro que los americanos de antaño llamaron Cumorah están escondidas las crónicas del pueblo desaparecido.
El texto, claro, es indescifrable, en esos tiempos recién comienzan a conocerse las antiguas lenguas egipcias y mesopotámicas, pero Dios ha pensado en todo; adjunta al kit profético no una, sino dos piedras luminosas (suerte de lentes para visionarios), que permiten traducir la obra.
El idioma es el nunca antes, ni después, conocido "egipcio reformado" y parece, por las copias que subsisten, una colección arbitraria de signos que poco tienen que ver con los jeroglíficos. Por motivos desconocidos los autores, de origen judío como se verá, prefirieron escribir en esta extraña lengua antes que en hebreo... quizás porque en la América de 1830 ¡había mucha gente capaz de entenderlo!
Como sea, cuando algún seguidor de Smith muestra los enigmáticos caracteres a los "eruditos", estos no les encuentran ni pies ni cabeza... ¡tanto mejor!, los profetas tienen a gala no ser creidos por sus contemporáneos.
¡Egipcio reformado!, vaya, vaya
Al margen, unos años después Smith se animó a traducir un texto realmente egipcio; lo llamó el Libro de Abraham y dijo que era una autobiografía del Patriarca, ¡más confusión!, cien años después se probó que era una copia vulgar del conocido Libro de los Muertos y que tenía tanto que ver con el decano de los Patriarcas como con una receta de nachos...
El libro en sí es notable.
Notablemente aburrido; intenta mostrarse como bíblico (y por eso después le agregaron versículos) pero se cae en las primeras líneas y no vuelve a levantarse más que en contadas ocasiones.
Se trata de una compilación de textos, que datan de un período comprendido entre el 600 a. C. y el 400 d.C., en los que se relata la historia de Lehi, su familia y sus descendientes.
Lehi, por supuesto, era bueno, justo y todo eso por lo cual Dios, que es sabido tiene debilidad por estos ancianos que critican a "la juventud perdida de ahora", lo eligió para salvarlo de la inminente ruina de Jerusalén e iniciar, de nuevo, otro pueblo escogido.
Lehi con sus hijos, entre ellos el buenazo de Nefi y el tiro al aire de Lamán, se pone en marcha hacia Arabia y tanto camina que va a dar a la costa del Océano Índico.
Una vez allí Dios, que también tiene predilección por la naútica, le ordena construir un barco y cruzar con él el océano hasta la Tierra Prometida.
El navío, con toda la familia dentro, cruza el Índico y el Pacífico (unos trece mil kilómetros apenas) guiado por la Liahona, una especie de brújula maravillosa, llegando, por fin, a las costas de un país desconocido.
Que no era otro que América.
Una extraña América, casi deshabitada, con vacas, cerdos, caballos, trigo, lino y gusanos de seda (aunque no maíz, llamas, bisontes o magüey); equipada, en fin, con todo lo necesario para armar una civilización.
Una América como la querían los colonos; sin molestos indios.
En la nueva tierra la familia de Lehi prospera. Según se infiere del libro santo se dedican a dos actividades primordiales; la procreación dado que en pocos años suman miles de personas y la construcción de toda la infraestructura necesaria para dar marco a los relatos que vendrán a continuación. En el tiempo que les deja libre la reproducción de la especie y la tala de bosques, cultivo de la tierra, pastoreo de ganado, minería, fundiciones, ebanistería, talla de la piedra, construcción de ciudades, templos, caminos y letrinas, se dedican a guerrear entre ellos.
Se sabe, los que Dios elige no siempre están a la altura de las circunstancias.
Muerto Lehi los hermanos se dividen en bandos irreconciliables. El bueno de Nefi da origen a los ilustrados, creyentes y honestos Nefitas, mientras que su hermano Lamán es el tronco de los arteros y despreciables Lamanitas... por lo menos es lo que dicen Nefi y sus hijos.
El Señor comparte estos prejuicios, por lo tanto, nos cuenta Smith en su traducción; transforma físicamente a los Lamanitas en un pueblo de aspecto horrible, piel oscura, pómulos salientes y aficción por la guerra, en una palabra: los convierte en indios.
Los nómades Lamanitas...
y los nobles Nefitas
Pasan muchos y monótonos siglos.
Hay reyes y reinos, profetas y sacerdotes, guerreros y escribas.
Pirámides, guerras, éxodos y deportaciones.
El profeta Alma, en una "típica" escena de la América precolombina!!!
Zarahemla, ciudad americana, con carros y corceles
Los Lamanitas traman conjuras y constituyen ligas de agnósticos.
Los Nefitas aprenden los misterios del cristianismo aún antes del nacimiento de Jesús y cuando este, por fin, resucita; realiza un breve tour de cuarenta dias por las tierras americanas.
Jesus in America!!!
Y los famosos indios con barba...
Lamanitas y Nefitas se reconcilian y viven largos años como hermanos, pero la ambición y el odio no mueren. Ya en el siglo IV se vuelven a separar hasta que, en una gran batalla en la cual perece Mormón, los Nefitas son exterminados por los victoriosos Lamanitas y sólo sobrevien sus palabras en las planchas de oro.
No se dice, pero se insinúa con claridad meridiana, que los indios actuales son, de hecho, los degenerados descendientes de los malvados Lamanitas, mientras que las grandes obras de arquitectura que empiezan a asombrar a los americanos en Yucatán o Perú son obra de los bondadosos y rubios herederos de Nefi.
El moribundo Mormón se despide de su pueblo
Hasta aquí el libro.
Inútil buscar precisiones históricas, geográficas o arqueológicas. No existen y en cada página pueden señalarse contradicciones y errores que, pacientes, los eruditos del mormonismo intentan explicar.
Cuando leés la Biblia, creyente o no, encontrás nombres conocidos y una topografía familiar, podés saber con certeza donde estaban Jerusalén, Samaria o Babilonia, encontrás descripciones o alusiones a elementos arqueológicos que corresponden a esas culturas antiguas y hasta puede que des con algún texto que confirme parte del relato.
Nada de esto pasa con el Libro de Mormón.
A los nombres inventados, la falta de verosimilitud del ambiente, la nula relación que tiene con la arqueología americana y la ausencia de referencias externas, se suma la imprecisión geográfica.
Nadie sabe donde estaban asentados estos Nefitas y sus rivales.
Tres escuelas de pensamiento dibujan tres geografías diferentes. Los que dicen que Nefitas y Lamanitas vivieron en toda América, habiendo desembarcado en Chile, los que sostienen que se limitaron a ocupar un área pequeña de América Central y, más audaces, los que les atribuyen como hogar unas supuestas tierras sumergidas en el Golfo de Méjico.
Una de las interpretaciones propuestas para la "geografía" mormona. Obsérvese la Tierra de la Promesa.
Y otra, de Sorenson, quizás la más coherente... o menos incoherente
De este libro surge la (o las porque existen una docena de "iglesias" mormonas) Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuya sede principal está en Utah y cuyos rubios misioneros son una presencia común en nuestras calles.
Pero eso será, alguna vez, objeto de otro artículo.
¿La venganza de los Nerds?