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viernes, diciembre 31, 2010

Durante la primera década del siglo…


Así hablarán los historiadores del futuro, es decir dentro de unos cuatro días, acerca de los últimos diez años que acabamos de vivir. Parecen remotos aquellos sucesos que nos marcaron, mundo, continente, nación, desde el 2001. ¿Y qué decir de los misterios que, para todos los que tenemos más de 30, llevaba aparejada la misteriosa cifra del año 2000; ya en el siglo pasado?
La memoria es selectiva, no hay dudas, puestos a recordar se agolpan imágenes que, a veces, ni siquiera se pueden situar claramente en el tiempo. Cada uno rememora aquello que le impactó, pero también aquello de lo que tanto oyó hablar. Imágenes propias, implantadas por los medios, generadas por el azar de los recuerdos. También, ¿por fortuna?, ¿por instinto de supervivencia?, ¿lamentablemente?, escojan ustedes el adverbio, olvida muchas, muchas cosas.





Esta es mi propia cosecha de comienzos de siglo…
En julio de 2001, acaban de robar mi casa, recibí por esas compensaciones del acaso la maravillosa noticia de que Mariana, entonces mi esposa, estaba embarazada por segunda vez. Daniel, un hermoso renuevo del viejo tronco Bessolo, estaba formándose en su vientre. Aún no imaginaba la maravilla de verme reflejado en sus ojos, en sus manitas aferrándome, en sus preguntas y, ahora, en su pertinaz interés por la mitología. Todavía no sabía de la turbación de encontrar en sus gestos, sus enojos, sus rabietas y sus risas el eco de aquellas que suelen dominarme más de lo que quisiera admitir.

¿Dónde estabas el 11 de septiembre de 2001? Es el recuerdo común más antiguo que puedo lograr sin recurrir a la extensión de mi memoria que tengo en la punta de los dedos. Día del maestro, recuerdos permanentes de un desgraciado 11 chileno, estaba en casa. Mi hija tomaba, sin demasiado entusiasmo, su desayuno. Escuchaba radio; ¿Cuál es? me gustaba entonces; comentarios sobre Nueva York, frases sueltas, la imprecisa sensación de no saber que estaban hablando y el recurso a la tele, en esos tiempos en que Internet (dial up) era un lujo para unas pocas horas nocturnas… La imagen de las Torres Gemelas, el humo, el impacto en vivo del segundo avión. Las sensaciones fueron contradictorias; un desastre siempre nos conmueve pero en este caso, y sé que muchos compatriotas coincidieron conmigo, era un ataque (no sabíamos quiénes o por qué) al corazón del Imperio.
 Los telespectadores de Tatooine ¿habrán lamentado la destrucción de la Estrella de la Muerte? Por primera vez desde 1941 los eternos agresores (obviamente siempre con Dios y la Justicia de su lado) eran agredidos, por primera vez desde 1812 los que habían bombardeado cada continente del mundo (y algún océano también) sufrían unas ofensiva en su propio territorio continental. Imágenes fílmicas de incontables catástrofes, generosamente provistas por ellos mismos, fueron evocadas de inmediato. Mi hija preguntaba: ¿qué pasó papá? No sé si se lo dije, ya mencioné la selectividad de la memoria, pero creo que respondí: las cosas están cambiando.




En 2001 otras varias tornas se volvieron.







































El gobierno de la Alianza en la Argentina (si no sabés que fue la Alianza porque vivís en un termo chino hay una cosa llamada Wikipedia) se encaminaba hacia la catástrofe. Había despertado algo más que tibias expectativas después de los diez años de pública almoneda menemista. No había cumplido ni siquiera un décimo de las expectativas, justificando una vez más aquella vieja verdad: “los radicales no saben gobernar”, cuyo corolario, no escindible, es: “los peronistas no dejan gobernar”. 




El censo, previsto para septiembre de 2001, fue para mí la prueba final del fracaso; que un gobierno no pueda siquiera 
asegurar el cumplimiento de un censo (algo que ya hacía cualquier rey de la Edad de Bronce) era una demostración más que suficiente de que le quedaba poco tiempo de vida. 
No esperaba, claro, lo que vino después: corralito, saqueos, violencia urbana, represión, piquetes (por ese entonces incorporamos la palabra la léxico habitual), cacerolazos, riesgo país (otra frase popular), estado de sitio, acefalía…



Y muertes, como la de Pocho Lepratti, como la de tantos otros.
Fui en familia, y un poco a regañadientes porque me evocaban esa clase media a la que no quiero pertenecer, y protestas muy otras en un país trasandino, a algunos de tantos cacerolazos casi espontáneos de aquellos días. Belu se entusiasmaba con un silbato, yo cuidaba esa vieja olla que, más tarde, usaría para cocinar, Daniel, en la panza, ¿quién sabe lo que sentiría? ¿Gritaría también desde su confortable comarca: ¡qué se vayan todos!?
Las memorias vienen solas a las puntas de los dedos. Renuncia y huída del presidente De la Rúa. 


Los depósitos congelados, varios presidentes en una semana (Google me recuerda que fueron cuatro y olvidables) y una frase del último regente de la abatida República: La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida. Este modelo en su agonía arrasó con todo... Olvidándose, claro está, de que había apoyado con todo su esfuerzo tal “modelo” (en Argentina todo plan económico y político, o la ausencia del mismo, se llama modelo). 
El país se incendiaba, los medios masivos eran antiguos hechiceros profetizando sobre las ruinas desgracia tras desgracia, los economistas jugaban a ver quien preanunciaba la peor catástrofe, los grupos de izquierda releían en sus viejas biblias los pronósticos de la revolución proletaria y se preguntaban ¿cuándo tomaremos el Palacio de Invierno? 
Proliferaban los clubes de trueque, que para algunos eran el despertar de la nueva sociedad, y las asambleas barriales; se gritaba, todavía, piquete y cacerola; la lucha es una sola y se soñaba con una alianza de clases, onda Revolución Francesa, que guillotinaría a la podrida aristocracia (en mi país, como no hay aristocracia, se suele odiar a la oligarquía, pero en esos tiempos el odio era unánime contra la llamada “clase política”) e implantaría la República de los Iguales como proclamaba, con acentos de Babeuf y algo de Savonarola, la profetisa Carrió. 
Duhalde, en tanto seguía hablando: quien depositó pesos, recibirá pesos. Y quien depositó dólares, recibirá dólares.
Los hechos se agolpan. El espacio de palabras es acotado y debo resumir. Ustedes, botella al mar al fin, suplirán lo que falta si es que deciden comentar.


El 2002 comenzó bajo el signo del desconcierto. También de la expectativa que suele parecerse mucho a la esperanza. Mi hijo Daniel abre sus ojos a un mundo en el cual lo único seguro es el cambio.

El Euro, la primera moneda de una federación de naciones, entra en circulación en Europa y muy pronto será una seria competencia para el dólar imperial. Entre guerras, atentados suicidas, tomas de rehenes, calentamiento global y asteroides que pasan peligrosamente cerca de nuestro planeta ¿recuerda alguien la explosión sobre el Mediterráneo Oriental que, por tres horas de diferencia, no causó la muerte de millones de personas? Yo, al menos, no…


Años sazonados aquellos. En mi propia vida, digo, con los condimentos más variados. Incienso de mis últimos años al servicio de la Santa Madre (varias madres debe uno dejar en el camino, pero dejemos esto para las sesiones de los martes), canela del Cercano Oriente (una me intoxicó hasta la alergia, otra todavía endulza recuerdos que serán sólo eso), mirra (demasiada), pimienta en exceso y toques de mostaza en los últimos tiempos. Deliciosa mostaza que, a veces, no saboreo como debiera… pero de la cual ¡estoy enamorado!


Un país arrasado era lo que amanecía en la primera década del siglo. Un país muy diferente es el que amanecerá en los primeros segundos de la segunda. ¿El país soñado?, no, ciertamente pero al menos la política ha vuelto a las calles, poco a poco se definen posturas y, no es un dato menor, estamos sobrellevando con relativa indemnidad la peor crisis del presente siglo.
 No digo que todo está bien (otro día hablaremos de ello) pero tampoco todo está tan mal. Hay mucho para cuestionar a la administración K y muchísimo más a la llamada oposición; pero el clima es diferente y, cuando el mundo parece derrumbarse en las geografías que nuestros argiropolitanos acostumbraban a admirar, uno encuentra motivos para la esperanza. Sin obviar todo aquello que duele; la miseria, el hambre (con la cosecha de tres días, ¡tres días!, comerían por un año todos los que están bajo la línea de indigencia), la falta de viviendas, y la lista sigue…

En diez años acuñamos nuevos verbos; googlear, bloguear, colgar, loguear, nuevas costumbres a la hora de volver a casa o del insomnio; facebook, you tube, Wikipedia para los más frikis…














Los celulares pasaron de ser  aparatos para hablar por teléfono a dispositivos sofisticados que, además, permiten la comunicación (o incomunicación andá a saber) telefónica.






























Ya no confiamos tanto en lo que se dice, somos más críticos.



No nos esforzamos tanto por lograr las cosas, ¿más holgazanes quizás?

Los ideales están tan lejos como hace una década.


Los caminos se desbrozan sobre la marcha y cunado se vuelve la vista… ya lo dijo Machado, ¿se acuerdan?

Tanto en diez años…
Tenía treinta y seis, entonces
Viví el frenesí de los cuarenta, me separé, encontré lo más parecido al verdadero amor (o quizás sea el Verdadero, si nunca lo viví tal vez necesite tiempo para reconocerlo) y hallé mi lugar en el mundo en una escuela que, cada día, se mete más y más en mis afectos… Compañer@s de trabajo, y de estudio, entrañables, chic@s maravillosos, mis hijos creciendo y la amorosa mirada de Sabrina.
Tengo cuarenta y seis, ahora.
¡Y lo mejor  todavía está  por venir!

viernes, julio 23, 2010

Como me convertí en Héroe de la Unión Soviética Final


 Última parte del cuento.
Epílogo Regreso al Futuro

Han pasado cuarenta y ocho años desde que me fui.
El Tupolev 445 de Aeroflot me lleva con rapidez al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, es el 23 de julio de 2010, tengo noventa años, casado, con tres hijos, seis nietos y no recuerdo cuantos bisnietos. Dos veces héroe de la Unión Soviética, ahora retirado pero consultado de tanto en tanto por los Primeros Ministros de los diversos estados socialistas (incluido el obsecuente del camarada Tony Blair), con una hermosa dacha a orillas del Egeo (mi única condición cuando Rusia obtuvo Estambul y la Turquía Europea) y rodeado del afecto de miles de camaradas en todo el mundo. Mi último viaje fue a los ex Estados Unidos, para asesorarlos en su desastrosa política económica.

Llevo cuarenta y ocho años evitando acercarme a mi patria, incluso cuando los ministros argentinos viajaron a Moscú para refinanciar la deuda externa (el FMI se trasladó a la URSS en 1990) rehusé encontrarme con ellos. Ahora no tiene importancia, ahora puedo regresar.

Hasta el aire era diferente cuando aterrizamos. Dejé que el resto de la comitiva se encontrase con el Presidente Zamora para gestionar la franquicia (desde 1970 ya no exportamos la revolución, simplemente concedemos una franquicia y ellos corren con los gastos) y me escabullí, en mi silla de ruedas, hasta una salida lateral.

¡Qué diferente la Buenos Aires de 2010, de la Buenos Aires de 2010 que yo recuerdo!
¿Mejor o peor? No puedo decirlo, son socialistas desde hace poco y los cambios suelen ser lentos. Por lo pronto no veo villas miseria, ni tampoco grandes autopistas; ¿parece bueno, no?

Un automóvil me lleva velozmente hacia el norte, busco una ciudad y una dirección que cuidadosamente he evitado desde que pude conocerla; allí podré hacer un definitivo balance de mi vida...
Pienso en todo lo sucedido en estos más de cincuenta años.

La Unión Soviética es la primera potencia mundial; una potencia, debo decirlo, no siempre justa, ni demasiado democrática, pero que es admirada (e imitada) en todo el mundo. Los valores del socialismo siguen vigentes, pese a las “cestitas festivas” y el auge de Redinter, la conexión mundial de computadoras que revolucionó la manera de comunicarse, incluso parece que la rebeldía de izquierda se potenciase a medida que pasa el tiempo. Y, después de los que creé en los años 70, tenemos nuestros propios grupos contestatarios, surgidos espontáneamente y a los que no podemos controlar. Los partidos están en descrédito, es verdad, y quizás no sea ajena a esto mi costumbre de dar regalos a sus presidentes, secretarios y demás, pero los soviets se han independizado de ellos y cada día se hacen más rebeldes a nuestras directivas.

Todavía no hice del fútbol una pasión, pero estamos en eso, desde 1978 (cuando el mundial en Rusia) tenemos periodistas deportivos perfectamente imbéciles, algo es algo...

El resto del mundo es socialista o está en vías de serlo, la Argentina, junto con Papúa y Andorra, eran los únicos estados capitalistas que quedaban y ahora los tres compraron la licencia para ser considerados oficialmente marxistas, así que por ese lado ya no hay problemas. Quedan, podrían decir, los Estados Unidos, já, por favor, ¿alguien puede pensar seriamente que esos cuarenta y pico de estados semiindependientes puede contar para algo?, tienen suerte si no se los incorpora México en un par de décadas...

Hace poco volví a ver al Che, no lo hacía desde el 68, no hablamos de política, simplemente jugamos al ajedrez, pero antes de irme me dejó flotando una pregunta:
- ¿Valió la pena todo esto, Gustavo, no hiciste del socialismo su contrario en el proceso?

Estoy llegando a Rosario, en esta calle vive un hombre de cuarenta años a quien conozco bien y de quien ignoro todo, creo que él será el único que pueda contestarme la pregunta.

FIN

viernes, julio 16, 2010

Como me convertí en Héroe de la Unión Soviética III

Tercera y cuarta parte del cuentito...



3.- Casi un héroe.
El poder es algo maravilloso, pero la propaganda es mejor. No es que critique la propaganda soviética, los tipos ya tenían sus buenos treinta años de usarla y la manejaban bastante bien, pero les faltaban tres cosas: 1) Un objetivo claro, 2) una percepción real de lo que las masas querían y 3) mucha, pero mucha imaginación.
Eran idealistas, claro, y no lo critico, sin embargo las cosas se les estaban yendo de las manos y necesitaban un buen asesor de imagen.
Y allí estaba yo, en Lublianka, manteniendo contentos a los muchachos y compartiendo amigablemente con los guardias. El caso se hizo famoso; “el argentino que está bien con todo el mundo”, titulaba Pravda y el Premier Jrúshev venía a visitar seguido la prisión. En esas visitas debatíamos amigablemente sobre todos los temas posibles, sólo de política no hablábamos porque, como yo decía, “no me interesa la política, señor Premier, soy comunista”; lo cual hacía reír al camarada Nikita, un campesino sencillo, jocoso, pero capaz de iras terribles.
Aquel día, mi amigo estaba más que preocupado, un tal Vladimir Semitchastny, general de la policía secreta, según me dijo, conspiraba para poner en su lugar a una figura que fuera más “comprensiva” con los viejos halcones de la KGB. Quería saber si yo tenía alguna idea.
-                     ¿Ideas, Nikita?- le respondí- sí, una cuantas, pero ¿vos te las bancás?
-                     ¿Qué quiere usted decir, camarada?
-                     Hay que hacer cambios, che, esto no va más.
Se asustó y repuso: -Soy un marxista consecuente, no seré yo quien destruya a la Madre Rusia.
Me gustaba cuando hablaba así, tan vehemente y mucho más cuando golpeaba el puño sobre el escritorio; verdaderamente Nikita era un figura con carisma, el sueño de cualquier publicista.
-                     Mirá- le dije- no te pido que cambiés nada...
-                     Mejor así- contestó- hay algunos tipos jóvenes que insisten con hacer una política de glasnost e implementar algo que llaman perestroika...
-                     ¿Y eso?
-                     Dos palabras rusas con las que, seguramente, usted no está familiarizado- explicó- glasnost significa transparencia y perestroika quiere decir reestructuración económica...
-                     Suenan bien- repliqué
-                     Eso dice Miguel, un joven agente de la KGB, él cree que si abrimos un poco el juego podremos superar los graves problemas económicos y sociales de Rusia. Yo no estoy tan seguro- se detuvo un momento, evidentemente no sabía muy bien como expresar sus dudas; Nikita era un flor de tipo, de hecho era el ruso común y corriente, con una perspicacia natural y a veces algo brutal, e intuía que algo no cerraba en la propuesta del joven Miguel (luego supe que se trataba de Miguel Gorbachov, alguien que en mi propio tiempo fue muy conocido)
-                     Tenés razón- le dije- por el camino de este pibe ustedes se van al cuerno... (usé otra palabra, argentina, intraducible al ruso)
-                     ¿Entonces,  camarada Gustavo?
No tenía idea, pero era la primera vez, desde mi llegada que se me ofrecía una oportunidad grande y esto, por supuesto, me excitaba. En Lublianka ya había agotado las posibilidades de hacer algo importante y me estaba aburriendo, por otro lado me había encariñado con los rusos, con sus maneras, tan parecidas y tan diferentes a las argentinas y sentía la necesidad de darles una mano...
-                     Mirá, Niki- agregué- hagamos una prueba.
Se mostró entusiasmado.
Le pedí que identificara un problema sencillo pero importante para la gente, algo menor, quizás, si bien indicativo del humor social. Por mi parte, y con algunos asistentes jóvenes (expresamente incluí a Miguel entre ellos) resolvería la cuestión y él mismo, y nadie más, juzgaría mi actuación de acuerdo a los resultados de la campaña.
Si todo estaba bien sólo le pedía manejar la cuenta publicitaria de la URSS durante unos, digamos, siete años... lo que duraba uno de los planes del Estado. Le hice ver que con la prueba no perdía nada, que siempre podía volver a prisión (aburrida y todo era mejor que el Gulag, donde hubiese debido empezar desde cero) y que de tener éxito no sería mío, sino suyo.
Hubo una última objeción.
-                     Mire, camarada- me dijo tras un silencio embarazoso- usted es un tipo de persona extraña, por supuesto no es el ideal del militante comunista, pero tampoco es un típico capitalista, yo, esteee, yo no tuve mucho contactos con argentinos, pero me parece que, si todos son como usted, resultan un tipo diferente de personas... ni socialistas, ni capitalistas, sino todo lo contrario. Si le he de ser sincero admiro su trabajo en la prisión, pero también creo que debería fusilarlo por ese mismo trabajo...
Me sonrojé.
-                     Creo que es usted un mentiroso nato, simpático, sí, pero mentiroso- agregó Nikita- y capaz de hacerle trampa al mismo diablo, como dicen en mi pueblo...
-                     Tenemos una palabra argentina para eso- respondí orgulloso- chanta...Sí, camarada premier, soy un chanta, pero pregúntese si no le conviene tener un chanta como yo a su servicio...
Obtuve el puesto.

Comenzamos con algo tan sencillo como la salsa y las salchichas del Gosplan... Todo el mundo se quejaba de ellas, de que eran iguales en toda la Unión Soviética, de su sabor, de su mala calidad... se decía que si se enviaban satélites y cosmonautas al espacio por qué no se podía hacer algo decente con la comida en las fábricas y escuelas. Un día, uno de los miembros de mi equipo trajo unas encuestas de opinión que le había solicitado pero, en lugar de reducir las respuestas a indicadores numéricos, quise que las leyéramos una por una; me impactó la tercera que encontré: una mujer de la zona de Kursk calificaba a la comida de su fábrica como “comida chatarra”. Los pibes del equipo, todos buenos comunistas, nacidos después y dentro de la Revolución, se ofendieron, a mí, por supuesto, eso me dio una idea.
Simple, casi evidente, como todas las ideas una vez que alguien las ha tenido, pero que nadie había sido capaz de ver antes.
Creamos, entonces, la Empresa Estatal de Comidas Rápidas a la cual bauticé como Tío Jósif (Tío José) en obvia alusión a Josif Stalin. Le dimos un atractivo logo; el rostro de Stalin en rojo y negro (con lo cual aprovechamos sus viejos retratos que ya nadie quería) y pusimos sucursales un poco por todas partes, comencé una agresiva campaña de promoción presentándola como lo nuevo, la comida de la era espacial (estaban encantados con ello en ese entonces) y, lo más importante, una alternativa a las comidas de la fábrica. Era, por supuesto, el mismo menú, pero presentado en forma diferente; cajas de atractivos colores, algunos símbolos soviéticos, por supuesto, promociones de dos por uno, una generosa provisión de papas fritas (bueno, fueron nabos algunas veces) y la infaltable salsa, sí, idéntica a aquella que tantas quejas suscitaba. Los locales se abarrotaron apenas abiertos y hubo necesidad de implementar turnos extras; los empleados estaban todos bajo mi control y, combinando mis lecturas del futuro con las sugerencias de los muchachos sobre incentivos morales, implementé el codiciado título de “empleado del mes”, el cual luego fue cambiado, al gusto ruso, por el de “héroe del mes” y se le agregó la “estrella roja por porciones servidas” conferido al finalizar el año. Todos los vinculados a la empresa estatal tenían un mismo uniforme, eso lo tomé de otra queja, colorido y, debo decir, algo ridículo, pero muy, demasiado, efectivo; teníamos jóvenes universitarios que dejaban su carrera para atender en los locales de Tío Jósif (yo había sugerido Mc. Jósif, pero, creo que con buen criterio, lo rechazaron).
Los estándares de calidad de la empresa eran los mismos que de las viejas compañías, pero presentados en un estilo nuevo; éramos una gran familia, un equipo donde todos aportábamos al esfuerzo común y estábamos en todo el territorio soviético. El cliente, el camarada decíamos, siempre tenía la razón... excepto en aquellos casos en que la teníamos nosotros, pero esto, agregaba siempre para el regocijo general, “nadie debía saberlo”. En el tiempo libre organicé equipos de fútbol, me proponía implementar con más fuerza ese deporte en la URSS, hasta hacerlo una pasión multitudinaria, obligando a los coordinadores y puestos medios a participar en ellos; también hice que Tío Jósif auspiciara el festival de ballet del Bolshoi aquel año, costumbre que se mantiene hasta hoy.
En fin, la campaña de la comida rápida fue un éxito total y casi sin que nos costase un solo kópek ya que la inversión estaba prevista en el Gosplan.
Una semana después de que los cosmonautas de la Sóyuz 1 aparecieran en televisión comiendo una “cestita festiva” de Tío Jósif (lo que disparó nuestras ventas), un satisfecho camarada Jrúshev se presentó en mi departamento de la perspectiva Nevski.
Katia estaba viviendo conmigo y se mostró orgullosa de la visita del jefe de estado, yo me puse las pantuflas y lo invité a tomar algo en el living; estaba mirando la final del campeonato de fútbol: “Glorias de la Madre Patria”, un evento aburridísimo, aunque todavía me preguntaba el por qué...
-                     Felicitaciones, camarada- comenzó extendiéndome la mano.
-                     Gracias, che- le correspondí- espero que la campaña haya sido de tu agrado.
-                     ¿De mi agrado?- comenzó a reír y yo no pude evitar  pensar, de nuevo,  en el carisma de ese tipo- ¡claro que sí, camarada, claro que sí! En mi visita a las Naciones Unidas todo el mundo me preguntaba por Tío Jósif, hasta los yanquis, un tal Roland, o Ronald, o algo así me escribió para pedirme datos al respecto (le contesté, pero supe que lo arrestaron por “antiamericano”), los muchachos del pacto de Varsovia quieren tener a Tío Jósif en sus países... desde el ’45 no éramos tan...¿cómo era la palabra?, ah, sí, populares en Europa...
-                     ¿Y qué dicen en el Kremlin, Nikita?
-                     Oh, bueno, ya sabés como son, camarada- ahora su tuteo era habitual- hay suspicacias y algunos creen...
-                     Creen que deben deponerlo, camarada Premier- acotó, como siempre, Katia.
El no se mostró sorprendido: - Me quieren voltear desde que asumí, mi estimada camarada. Haga lo que haga siempre hay descontentos...
-                     Arriba ese ánimo, che- dije entonces, porque ambos empezaban a entrar en esa típica melancolía rusa que sólo se cura con una botella de vodka- los tenemos donde queremos.
-                     ¿Cómo es eso, Gustavo?- preguntaron ambos
-                     Pegar, Katia, Nikita, eso es lo que hay que hacer...
-                     Lo pensé- dijo entonces el premier- una buena purga, algunos juicios sumarísmos o un tribunal popular... tal vez intervenir militarmente en Polonia...
-                     ¡No!- grité- ¡no sean brutos, cuernos!- bueno, usé la palabra argentina otra vez- Pero, che- los reconvine paternalmente- esas cosas no van más. Yo no sé, Nikita, vos sos un buen marxista y yo no leí más que el “Prólogo a la crítica a la economía política” cuando hice primer año en la Facu, y encima en el resumen de la amiga de un amigo, pero me parece que ustedes no entienden mucho de que va esto del comunismo, ¿verdad?
-                     Explícate- dijo algo mosqueado el Premier y Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética; ¡nada menos que un argento venido no se sabía de dónde pretendía darle clases de teoría política...!, pero guardó la compostura.
Por lo menos hasta que terminé de exponer mi propia versión del plan septenal. Mi miró furibundo y se fue; Katia no me dirigió la palabra por una semana entera.

4.-  Dialéctica aplicada o ¡Todo el poder a los medios!

Pasada la semana nos reunimos de nuevo en mi departamento; Nikita hizo retirar a los guardias y me ofreció, en su estilo torpe y sincero, disculpas.
-                     Debo agradecerte- además- por lo que hiciste. A estas horas yo estaría en Nueva Zembla, de no ser por vos, Gustavo.
-                     Oh, no es nada- las disculpas de Katia esa mañana fueron, por supuesto, más efusivas- simplemente hablé con algunos muchachos de Pravda y les convencí de sostenerte en el poder..., por otro lado teníamos algunos ahorros en Tío Jósif que pude emplear en una buena causa...
-                     ¿Sobornaste a los generales, argentino?
-                     Miralo de este modo, Nikita- respondí- hice regalos de cumpleaños que tenía pendientes, prometí algunas cosas que, de todos modos, iba a cumplir porque era mi deber y asusté a algunos al cerrar locales en ciertos cuarteles...nada inusual. Sólo les di motivos para estar agradecidos conmigo y - lo miré a los ojos- con mi amigo el Premier...
-                     ¿Y ahora?- preguntó- acepto sugerencias...
-                     Bien, Katia, Nikita, ahora hay que actuar, en caliente. Lo que llevamos adelante es una revolución, pero ¿dónde empieza la revolución?
-                     Cuando coinciden las condiciones subjetivas con las objetivas, es decir cuando los cambios...- comenzó a recitar Katia.
-                     No cuándo, amor, sino dónde- y sin esperar respuesta añadí- aquí- golpeándome la cabeza con los nudillos.
-                     Eso, camarada, es un desviacionismo...
-                     Me excita cuando hablás así Katia, de verdad, pero concentrémonos en el asunto; ¿sí?- Nikita me miraba asombrado- la gente tiene que estar orgullosa de la revolución, sentirla parte de sí misma, amarla, excitarse con ella, para seguir con tu tema Katia... Miren la revolución es como Dios.
-                     ¡Qué?
-                     Escuchame un poco, Niki, ¿querés?; y decime; ¿cuál es la organización más completa, integral y resistente de todas?
-                     No sé, supongo que...
-                     La religión, camarada, la religión, las iglesias y, en particular, la Iglesia Católica. Fijate bien, cometen los mayores crímenes, se mandan enormes burradas (otra vez usé una palabrea argenta), estafan y utilizan a los fieles, cambian puntos esenciales de su doctrina... y siguen lo más campantes..., en serio, Nikita, los curas los van a enterrar a ustedes...
-                     Hemos tomado medidas al respecto...
-                     No me escuchaste, camarada, no te estoy diciendo que el enemigo son los curas, al contrario, te los pongo como ejemplo. Mística, che, esa es la cuestión...mística, identificarse con una causa sin saber muy bien de qué se trata pero convencidos de su bondad... Ustedes, los dirigentes de la Unión Soviética, deben ser como Dios; bueno cuando manda la lluvia y bueno también cuando manda la inundación...
Se quedaron un rato pensando, yo aproveché para machacar en caliente.
-                     Tenemos que hacer que todos quieran vivir en la Unión Soviética, tenemos que presentarnos al mundo como ellos quieren que seamos, no como somos realmente, sino podemos estar a la altura de las circunstancias, paciencia, pero al menos que nos vean y digan: “che, que bueno es ser soviético, todos los tipos tienen laburo, cada uno tiene un auto, una casa, no hay problemas raciales, ni religiosos, tendrán sus defectos, claro, por ahí invaden Hungría o deponen al gobierno de Irán, pero, ¡qué importa!, en todo lo que hacen son grandes”. Eso es lo que tienen que pensar de nosotros, y tenemos que empezar por pensarlo nosotros mismos...
-                     Bien, camarada Gustavo, justamente es lo que estamos planificando en el Buró de Propaganda...
-                     ¡Buró de Propaganda!, por favor, Niki, no me hagás reír...yo tuve que tratar con esos tipos. ¿Qué les pasó, che, en el veinte tenían buenos publicistas, pero después de la Guerra...?
Fue muy fructífera aquella reunión que terminamos, bueno, no quiero contar como terminamos con Katia, Nikita, Eliana que vino después y algunos guardias rojos...
Quedó acordado que el Buró siguiese funcionando por un tiempo para no dejar tipos en la calle y como control, pero yo y un equipo seleccionado de Tío Jósif nos encargaríamos de una nueva oficina: la EntuRev o Entusiasmo de la  Revolución. Con el nombre clave de Oktubre (me gustaban los Redonditos cuando, en el futuro, era joven) operábamos por fuera de los canales oficiales del gobierno y sin relación con el anquilosado PCUS.
La cobertura de Nikita Jrúshev era fundamental, así que mi primera tarea fue crear una imagen positiva de él afuera y adentro del país. No fue difícil, lo mostré tal como era, algo que a los rusos les encanta... creamos un par de revistas de chismes de los miembros de la Nomenklatura, el nombre popular del reducido grupo de personas que realmente dirigían la URSS, Miguel propuso actuar contra ellos, y otros pretendían negar su existencia, les dije que no a ambos, aceptamos su presencia, pero, en lugar de criticarlos, mostramos sus lujosas dachas sobre el Mar Negro y escribimos jugosos artículos sobre sus romances con miembros del equipo olímpico; las revistas se llamaron El Pueblo, con un sesgo más político, pero netamente oficialista y Rostros directamente dirigida a un público que se interesase por las vidas privadas y las residencias glamorosas. Fueron un éxito, hasta el punto que Pravda comenzó a operar contra nosotros, entonces nos dirigimos contra él, después de intentar cooptarlo claro, y creamos Hoja 24, un periódico de oposición que se hizo famoso por sus titulares irreverentes...
La segunda fase, dirigida por Miguel pero bajo mi estricta supervisión (el tipo era casi un genio, pero carecía de autoridad , todos se burlaban de él), consistía en la reforma política, ojo, yo no quería hacer alteraciones sustanciales, personalmente el liberalismo o el socialismo me son indiferentes, soy publicista y argentino ¿recuerdan?, pero esto del Partido Único, de  las elecciones con pocos candidatos, de los soviets no estaba marchando bien; ¿cómo cambiar sin que todo se fuese al mismísimo demonio?. Miguel era un radical, quería abrir el juego y, con la experiencia de Hoja 24, crítico desde la izquierda, proponía toda clase de tonterías; yo se las aceptaba, claro, pero hacía mi propio juego. Como no estaba en la Argentina la cosa era relativamente sencilla; mi talento era único, no tanto por provenir del futuro sino por los trucos que conocía, y no teniendo rivales (amén de que mi seguridad, porvenir y diversión estaban aseguradas) podía dedicar mis energías a trabajar por la Patria Soviética. Fomenté la escisión del PCUS en dos grandes partidos el Partido Comunista y el Partido Democrático; más conservador el primero, más popular el segundo. Ambos estaban de acuerdo en los puntos principales, sobre todo en mantener el sistema socialista y los soviets, pero cada uno tenia plena libertad para actuar como quisiera en los demás puntos; así el PC se apoyaba en la Nomenklatura, en el Ejército y la Flota y en los grandes burócratas, mientras que el PD reunía  a los intelectuales, los puestos medios, la mayor parte de los trabajadores industriales y un importante grupo de jóvenes; la fuerza área también simpatizaba con ellos. En los soviets la diferencia era regional, algunas repúblicas eran bastiones comunistas y otras democráticas, lo cual se reflejaba en sus delegados; un uzbeco, por caso, era habitualmente comunista, mientras que un kazaco era democrático; todos los georgianos adherían al comunismo que, después del XXV congreso, reivindicaba a Stalin. También, Miguel insistió en ello, fomentamos la aparición de otros partidos menores, incluso uno virulentamente pro estadounidense, pero yo era quien asignaba los fondos para ellos y me aseguraba de que, permanentemente, quedaran en ridículo.
La política volvió a Rusia.
En las calles se discutía animadamente y las elecciones eran seguidas con un entusiasmo desconocido desde los años veinte. Nikita, claro, seguía al frente, pero logramos renovar todos los cuadros intermedios y a los miembros más molestos de la Nomenklatura. Katia, y Eliana, querían que yo me presentase como candidato, les dije que jamás cometería ese error y en este aspecto he cumplido mi palabra; en vez de ello convencí a Nikita a afiliarse al PD y logré que el general Vladimir Semitchastny, de regreso de Siberia, se presentase como candidato del PC, ambos eran amigos míos (a Vladimir le conseguí un par de buenas amigas, amén de la reducción de penas) y se alternaron en el poder durante veinte años...
En 1965, Niki desmanteló el Pacto de Varsovia y creó una Fuerza de Paz Socialista para enfrentar a la OTAN, yo casi no intervine en ello, pero diseñé una campaña en todos los medios que la presentaba como “el resguardo de la Democracia”, por ese entonces acuñé la expresión “Mundo Libre” para referirme a los países socialistas; un publicista británico me inició una querella, pero yo había tomado la precaución de registrar la marca a nivel mundial (del mismo modo que lo hice con comunismo, socialismo, Marx, marxismo y una docena más, sin olvidar la hoz y el martillo, la estrella roja y la Internacional); ahora para usar alguna de esas palabras o emblemas debían tener la autorización de la URSS. Eso, por supuesto, me dio una idea.
Era 1967 y soplaban vientos de fronda en la República de Checoslovaquia; hablaban de un socialismo con rostro humano (Hoja 24 tuvo un excelente título ese invierno) y anticipaban que la próxima primavera, en Praga, sería diferente.
Estábamos con Katia charlando, yo había apagado el televisor, decididamente teníamos que hacer algo con el fútbol soviético, cuando ella se volvió a mí y preguntó, como retomando una conversación interrumpida:
-                     ¿Y los demás?
-                     ¿Qué hay con eso?
-                     Los otros países socialistas del mundo; Polonia, Rumania, por ejemplo, se están quedando atrás...
-                     Katia, no podemos ocuparnos de todo el mundo... ¡qué se arreglen!
-                     Estás actuando como un argento, y lo sabés Gusti- eso dolía en sus labios, debo reconocerlo- a mí me preocupa sinceramente el futuro del socialismo... hay multitudes de polacos que quieren cruzar a la URSS y no te digo nada de los alemanes del este, pero eso no es lo que me preocupa, al fin y al cabo son vecinos y están bajo nuestra influencia directa, pero... ¿qué hay de los chinos?, ¿o de los cubanos? No podemos encerrarnos en nuestras fronteras, nos necesitan allí afuera...
-                     ¿Si?- respondí tratando de dar a mis palabras el acento más neutral posible, allí, en mi propia cama, estaba comprobando la efectividad de Oktubre.
-                     Claro, Gustavo, mi camarada argentino, somos la avanzada del Mundo Libre, somos el reaseguro de la democracia contra la dictadura fascista de los Estados Unidos; nuestro destino, un destino manifiesto si me permitís la expresión, es cuidar al mundo...
Aquello me excitaba, mi propia esposa comprobaba los éxitos de mi trabajo; los soviéticos estaban orgullosos de su país, tanto que ya no miraban con deseos reprimidos hacia el oeste, por el contrario: ¡se sentían capaces de seducir al mundo!, y consideraban que las cosas ¡debían ser así!
-                     Tenés razón, como siempre amor, mañana iniciamos una nueva etapa... La URSS es sólo el comienzo...
Empezamos por el cine y la televisión, sin descuidar la radio y la prensa, pero ellas ya andaban solas. Me reuní con el Director de Filmes del Estado y le comuniqué que su departamento ahora reportaba directamente a Oktubre, no opuso resistencia y no tuve que despedirlo.
De inmediato empezamos a trabajar en tres proyectos claves: una serie de filmes sobre la vida de las familias soviéticas, debían hacerse en colores, con el formato más tradicional posible y de ellos la tercera parte serían comedias: colaboré personalmente en los guiones de varias de ellas, en casi todas el muchacho conoce a la chica y se enamora después de una serie de enredos, hay un par de personajes absurdos y casi tontos con los que el público no podía menos que encariñarse. Lo único que variaba en ellas era el decorado (el campo, el siglo XIX, el espacio exterior) y los nombres de los actores, desechamos, para este proyecto a los grandes actores nacionales y elegimos a desconocidos; los mudamos a una ciudad ucraniana llamada Chernobyl (el reactor, dije, deberían emplazarlo en otro lado) e hicimos de ella la sede de las industrias fílmicas soviéticas, en un barrio exclusivo vivían los actores y las actrices, a los que se les permitían, y festejaban con algunas cuidadosas notas de censura, todas sus extravagancias.
El otro proyecto consistió en una serie televisiva titulada “Partida hacia las Estrellas” ubicada doscientos años en el futuro, con una tripulación veladamente socialista, que exploraba el espacio a nombre de la Unión de Planetas, cuyo funcionamiento se basaba en la constitución soviética; la mayor parte de la dotación de la nave; la llamé Intrépida, era rusa, pero había incluso un oficial norteamericano, algo tonto, que hacía las delicias del publico con sus tics capitalistas..., el capitán, por su parte, un galán interplanetario y el oficial científico, un alienígena frío y racional, se convirtieron en los favoritos de la audiencia. La serie les encantaba a los cosmonautas y fomentó el interés popular en las misiones espaciales, al punto que el Premier Semitchastny anunció que, antes de 1975, enviarían un hombre a Marte (a los yanquis ya les había fallado el proyecto lunar), cosa que, realmente, se logró en 1980.
Mi tercera idea fue la creación de películas basadas en una agente secreta; Oktobriana, elegante, algo cínica, fuertemente sexual y siempre excelentemente peinada, era una espía al servicio del Kremlin como nosotros querríamos que fuese, no como son en la realidad. Sus artilugios secretos, paraguas explosivos, automóviles anfibios o helicópteros personales, se volvieron un excelente producto para incluir en las “cestitas festivas” de Tío Jósif...
Por esa época conocí al personaje histórico que, seguramente, hubiera elegido ver si alguien, antes de David Dezorzi, me hubiese propuesto viajar al pasado; Ernesto “Che” Guevara.
Lo había rescatado una misión especial en Bolivia y estaba reponiéndose en una clínica de Sebastopol. En sus visitas anteriores, deliberadamente, yo había evitado encontrarme con él, me daba cierto pudor y, además, no quería involucrarme demasiado en los asuntos de América Latina... sabía que, en ese mismo momento, un pibe, en la ciudad de Rosario, crecía ajeno a un futuro que, seguramente, no viviría nunca; quería mantenerme ajeno a la vida de ese pibe argentino.
Llegué a la puerta de su habitación y me detuve, sólo tenía unos pocos minutos, quizás el tiempo justo para una sola pregunta, y quería aprovecharlo bien.
Pasé.
-                     Así que vos sos el argentino de quien tanto se habla...
-                     Sí- respondí modestamente
-                     ¿Sos de Rosario, como yo?
Asentí.
-                     No me gusta lo que hacés, ni como lo hacés, camarada- su voz era socarrona.
-                     Hago lo mejor para la Unión Soviética- le repliqué casi cuadrándome.
-                     Dejate de boludeces- continuó- a lo mejor vos pensás que estás colaborando con el socialismo, pero a mi, che, “no me gusta el como”, diría Martín Fierro.
Hablamos largo rato, al fin, porque dos argentinos, lejos de Argentina, siempre se entienden, me dolía, aún me duelen, sus dudas acerca de mi trabajo, pero en cuanto cambiamos de tema me sentí más a gusto de lo que lo había estado por mucho tiempo, más a gusto de lo que estaba desde que llegara a la URSS.
Por fin me animé y le hice la pregunta que toda mi vida había querido hacerle, la pregunta que todo argentino querría formularle al Che, la pregunta que nadie, a ciencia cierta, había podido responder en mi tiempo:
-                     Che, Ernesto ¿de qué cuadro sos?