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viernes, junio 16, 2006

Y por último

Porque la revolución tiene su orden, como bien lo sabía el Che; tiene su disciplina, tiene su moral y sus leyes, tiene sus códigos más estrictos, si cabe, que los burgueses. Es por esto que la imagen del Che como rebelde no es censurada, es una linda remara y nada más, el Che peligroso es el del estudio permanente, el de la autodisciplina, el de la voluntad, como él decía; “tallada con delectación de artista”.
Porque la revolución es dialéctica, no aspiramos a destruir sin más el orden burgués, aspiramos a superarlo... nunca deberíamos haber perdido esto de vista. Quizás los cristianos de la Teología de la Liberación, pudieran hacerlo, porque lo de ellos es una aproximación mística y, al fin y al cabo, la tradición eclesiástica nunca vio con buenos ojos al liberalismo (una vez conocí a un predicador metodista convertido al catolicismo que criticaba a la sociedad burguesa, coincidía con él, hasta que descubrí que, como Malthus, anhelaba el retorno del mundo medieval....), pero no los que nos decimos marxistas.
Elecciones, parlamentos, estado de derecho, son conquistas de la Humanidad que debemos preservar tanto o más que los descubrimientos científicos. Somos continuadores de los liberales del siglo XIX, así como Marx fue el mejor discípulo de Smith y de Ricardo, el mejor, digo, porque los superó, los leyó, descubrió lo que tenían de permanente y los proyectó hacia el futuro... Dialéctica, que le dicen.
No, ya no creo en la mera rebeldía frente al poder.
Creo en la disciplina aplicada a la revolución, creo en el orden revolucionario, creo en la dialéctica que conserva y supera lo mejor del mundo actual. Creo en la organización, no en el “como salga”, en el proyecto, no en la reacción espontánea.
Creo en la capacidad el hombre y la mujer para construir su propio destino, pero creo también que ese destino debe ser vislumbrado y que no podemos hacer tabla rasa de todo lo que se ha logrado.
No rechazo la matemática, no rechazo la ciencia, no creo que todas las creencias sean iguales (pienso volver sobre el relativismo cultural), no rechazo las conquistas de la “etapa” de dominio de la burguesía que aún vivimos.
Tener elecciones libres es bueno, es progresista, es socialista en el más pleno sentido de la palabra. ¿A santo de que se supone que es contrarrevolucionario opinar?
Educarse, aprender, dominar la técnica es un avance, no un retroceso.
Tener leyes, valorar a los demás, incluso el “no robar” no son instituciones perimidas por más que ahora sirvan a la burguesía, o a la clase dominante, o como quiera que se les llame...
Rebelarse contra todo “orden” no sólo es inútil sino que, a la larga, es el mejor reaseguro para el retorno del peor orden de todos; el opresor.

Una nueva rebeldía, la rebeldía revolucionaria

Un tipo que respeto más de lo que él sospecha, docente él, sugirió una vez frente a la problemática de un grupo de chicos particularmente conflictivo (con delincuencia, drogas y demás circulando entre ellos) que los levásemos a dar clases a la plaza, que redujésemos los contenidos, que debatiésemos la solidaridad y el mutuo respeto, que los tratásemos, en fin, como un grupo de amigos antes que como estudiantes, en sus palabras, “que los contuviésemos”
La misma vieja receta de la inútil rebeldía, el mismo progresismo bien intencionado, en este caso de raíz cristiana, que busca a la ovejita perdida, la venda, la cura, pero jamás, jamás, deja de tratarla como “pobre ovejita pecadora” irresponsable de sus actos y objeto de la misericordia de los “bien pensantes”
Pobres chicos, pensaba él (y yo hasta no hace tanto) ya bastante los perjudica la sociedad, hacen bien en escapar de ésta, hacen bien en rebelarse, ahora hay que guiarlos hacia una rebeldía correcta, hay que entenderlos, no hay que exigirles, no hay que retarlos (caricaturizo, claro, un poco), hay que seguirles la corriente de su “cultura” y esperar que en ellos madure la rebelión hasta que comprendan que solos no logran anda y hasta que apuesten a la solidaridad.
Nada más contraproducente.
Porque por ese camino se llega a la inanidad, porque terminan siendo un “jefecito” que se da todos los gustos mientras los demás roban para él, o termina tempranamente con su vida.
Ellos buscan, piden, gritan por un proyecto alternativo, por un poco de orden en sus vidas, por ser personas libres.
No el orden fascista, ni el orden burgués, sino el orden revolucionario.
El orden de la disciplina trabajadora, el orden del estudio, el orden de las evidencias científicas y de los textos correctamente escritos.
Habría que releer las cartas de los alumnos de Barbiana pidiendo “más contenidos”, para “ser más libres”
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La rebeldía, esa que refuerza el (des) orden actual

Sigo siendo un rebelde, pero ya no un perturbador.
Tuve una visión fugaz de una inútil rebeldía en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001; ¿te acordás?, algunos hasta se atrevían a hablar de situación pre revolucionaria... y quizás lo era, no lo sé, pero lo cierto es que sólo fue una de esos infructuosos incendios, hojarasca y nada más
¿Por qué?
Por lo mismo que los conatos de revuelta a nivel mundial de las décadas del 60 y del 70 se frustraron, por la misma razón que los movimientos sociales de los ochenta se agotaron, por el mismo triste destino que pesa sobre las protestas antiglobalizadoras si siguen el mismo camino.
Falta el proyecto, falta la visión del destino, falta el horizonte, o si se prefiere, la utopía.
La utopía, alguna vez volveré sobre ella, no es un momento de irracionalidad, no es un bello sueño irreal; es el esbozo del mundo por venir, es el prediseño de lo que deseamos, es un momento profundamente racional, pero de una racionalidad anclada en el devenir, que nace de la negación pero la supera (perdón por la “grosería”) dialécticamente.
Y lo repito; a todas estas rebeliones les falta dialéctica.
Una dialéctica que no sea mera repetición (repetición de la historia o repetición de consignas) sino que sea real, actuante, verdadera...
No sirve decir que todo esto es una mierda, que lo es, no sirve patear todo, no sirve negar permanentemente. Porque cansa, porque no crea nada (no crea ni en el mundo real, ni en las conciencias), porque a fuerza de negar se termina por repetir lo negado.
Cuando les hablaba a los pibes de catequesis (allá por los 80) acerca de la injusticia social, de los ricos y los pobres, de la miseria ¿qué otra cosa hacía que describirles eso que ellos ya sabían?, eso que vivían (y yo también, aunque tan alienado que me consideraba de una improbable clase media)
Cuando justificaba que mis alumnos (allá por los 90) robasen a los ricos, cuando les daba como marco de referencia una inverosímil comunidad de los pobres (a estas alturas ya me reconocía como miembro de la clase trabajadora), cuando, en fin, inventaba con ellos un quimérico mundo de solidaridad entre “nosotros” y proponía la “ruptura” con la enseñanza “oficial”, en beneficio, decía, de una participación horizontal y presuntamente democrática; ¿qué otra posibilidad les daba, una vez que ese mundo solidario y futurible no tenía existencia real en el barrio, que crecer sin ninguna norma? ¿qué hacía sino destruir los débiles lazos sociales sin reemplazarlos por otros? Creía acelerar la revolución; sólo fomentaba la rebelión.
Y de hecho alejaba la rebelión.
Los “maestros progres”, como creía ser yo entonces: ¿no habremos ayudado a crear sólo pibes/as cuya vida no vale nada y que carecen de valores?
Con todo ese discurso de “creatividad”, de “rebelión”, de “anti estructuras” y hasta de “autogestión”¿no los empujamos hacia la delincuencia?
Pregunta que no se hace en voz alta, pregunta incómoda, pregunta que hace creer que uno “está quebrado”

La inútil rebeldía 2

Después de un paréntesis de algunas semanas (motivos más que personales) retomo este interrumpido diálogo con el ignoto lector o la desconocida lectora. Si es que alguno de ellos tiene existencia real.
La rebelión es bella, no cabe duda, y no es casual que el personaje del rebelde siempre suscite nuestra simpatía; incluso si es el mismo Satán, como en el poema de Milton. Pero la rebelión puede ser simplemente una manera de perturbar, dicho más llanamente, una manera de “romper las pelotas” y poco más que eso.
La rebeldía, por si sola, no construye, por supuesto, oh sí, es un bonito efecto, como esas escenas de masa del cine de Hollywood, pero al fin y al cabo es una rama de los FX y muchas veces no aporta nada a la historia (si hablamos de películas) o a la Historia (si os referimos a la común aventura humana)
La rebeldía, entendida como perturbación, como ruptura del orden dado, incluso como caos creativo (un poco a la manera de los anarquistas “vulgares”) es un comienzo, es una parte, es un principio si se quiere, pero a la larga deviene en inanidad.
Resistirse es fútil, le decían los Borg de Star Trek al buen capitán Picard, y tenían razón; sólo resistirse (y la rebelión no es sino la más alta forma de resistencia) no sirve para nada...