Buscar este blog

jueves, diciembre 27, 2007

Viaje al Atuel I



El río tiene un nombre melancólico y bello; Atuel, lamento en mapundungun, y baja hipando saltos desde la cordillera.
No lo conozco y ya lo añoro. El Glaciar de las Lágrimas derrama una tristeza milenaria en sus aguas, los manantiales lloran en las dolinas que lo ciñen , los hombres del valle le han sangrado con múltiples canales y, como toda pena, acaba en la sequedad de los desiertos pampeanos.
¿Qué honda soledad aqueja al Atuel?
¿Qué agravios le han hecho tanto daño para esa aflicción tan honda que ha cavado un cañón en su curso medio?
¿Qué historia esconde el Atuel, en el sur de la comarca del Cuyum?

Hace más de diez milenios que las mujeres y los hombres pueblan sus riberas. Quizás mucho antes, en ese tiempo luminoso y perdido para siempre cuando Los Antiguos moraban en TierralSur, el entrañable país que reposa bajo las luces del Choique.

Más tarde llegaron cazadores de leyenda que diputaron palmo a palmo el territorio con el megaterio y el smilodón, el terrible tigre "dientes de sable".

Cuando los grandes monstruos desaparecieron, o quizás se ocultaron en algún recóndito valle, los pueblos aprendieron los secretos de la agricultura y de la cría de las llamas, el arte de tejer las redes de totora, el misterio del barro cocido y el temor a la noche eterna de la muerte.

Siglos pasaron y se hicieron amigos del río torrentoso y afligido. Huarpes se llamaron, vivieron en casas redondas y hablaron una lengua musical. Eran altos y barbados, nadie sabe muy bien de donde eran, pero lo cierto es que habían hecho, con paciencia y riego, con sueños y sembrados, de esta TierralSur la suya propia.


Cuando el Hijo del Sol reclamó, trastornando el mundo en el anunciado Pachacuti, el dominio sobre el país del arenal los huarpes se sometieron a su poder y guardaron los pasos de la Cordillera.

Más tarde llegaron los invasores procedentes de la lejana Ultramarina. Duros y fieros no se pararon en tratados, ávidos no dejaron de perseguir a los hijos de la tierra, pero muchos fueron los que, rendidos a los encantos de las mujeres huarpes, se hicieron también ellos moradores de aquel país árido y fascinante.

Hubo guerras y hubo amores, pues, en los años aquellos. Hubo pestes que los recién venidos traían en sus pieles resecas de culpas olvidadas. Hubo nuevos dioses. Hubo escalvitud y hubo mucha, mucha muerte.

Quizás de allí provenga la tristeza del Atuel.


lunes, diciembre 24, 2007

Cuentan que los dioses dieron un regalo a los hombres.

Era una caja, hermosamente labrada, y bien cerrada en sus cuatro aristas.

Como un don la entregaron a Epimeteo, primero de los mortales, y le recomendaron la guardase con esmero.

Sin embargo, como los presentes divinos suelen ser engañosos, también le concedieron la compañía de una mujer hermosa, tan llena de gracias que la llamaron Pandora.



Pandora fue la dulce compañera de Epimeteo por varios años y su vida hubiese seguido así, plácida y monótona, de no haber existido la intrigante caja. Día tras día la cerrada arqueta los provocaba con su hermético misterio. Allí, frente a ellos, en un sitio de honor, la caja se burlaba de su curiosidad con su trabada tapa… tan cercana, tan fácil de abrir, tan sugestiva en su vedado interior.

¿Quién fue?

¿Quién de ambos se atrevió a mirar la oquedad apenas presentida?

Él acusó a Pandora y el mito así ha pervivido. Ella, seguramente, no quiso echar culpas y menos sobre aquel niño grande que había amado, calló y no sabremos nunca su versión.

Tengo, no obstante, para mí que fueron ambos y de consuno quienes osaron levantar la trabajada cobertera y atisbar el oscuro lugar que los dioses, taimados, les prohibieran.

Lo cierto es que fue abierta la caja y de improviso una luz cegadora los envolvió a entrambos y sintieron placer por ese brillo y, cual polillas o efímeras mariposas, se dejaron arrebatar por la luz resplandeciente de misterioso gozo.

Poco duró el placer, pues la luz cesó de brillar tan súbitamente como había brotado, y una nube negra llenó el aire.

Airados contra sí mismos por su torpeza o su vanidad los esposos atinaron sólo a proferir insultos contra la persona que más amaban.

Epimeteo se volvió contra Pandora acusándola de ser la responsable de todos los males que de la caja habían salido. Sus ojos, antes dulces, se volvieron tan perversos como una noche de tormenta y su boca acostumbrada a los suaves adjetivos; se llenó de irascibles verbos de inmundicia.

Pandora odió a Epimeteo por haber puesto ante sus ojos la tentadora arqueta, por obligarla a mirarla día tras día, por no haber su mano detenido, por estar a su lado y hasta por amarla de esa manera tan arrebatada y sin medida.

Todos los males salieron de la caja. La envidia que no sabe cuando detenerse y la gula que le sigue, insaciable, los talones. La lujuria que goza en lo prohibido. La soberbia de creerse incontestable. La ira que corroe nuestros huesos y, malévola, se vuelve contra quien la esgrime. La intolerancia y su asesino hermano, el fanatismo. La piedad que ora mientras mata al otro. Los oropeles, las reverencias, los monarcas y sus pompas, el temor a los dioses, el servilismo.

Incontables, llenaron el aire con la pesadez del viento norte.

Ella fue la primera en reaccionar, cerró la caja. Él apenas la miró, quedó en silencio.

Una voz suave, susurrante, gimió en el interior del arca. Quedamente se quejó y mintió promesas;

- Seré el remedio a los males que escaparon, seré la compañía que hará más soportable su presencia, seré consuelo y aliciente, seré motivo de empezar de nuevo, seré nostalgia dolorosa y dulce, seré miel en los labios amargados y vino para el corazón deshecho.

Fue él, de eso sí estoy seguro, quien abrió por segunda vez la caja. En su interior aleteaba un pajarillo, verde como esmeralda, como el cielo que precede a Eos, como el follaje de los bosques jóvenes.

Con ternura tendió el mortal su mano y le brindó cobijo en su pecho cansado de lágrimas y culpa. El ave, cristalina joya, abrió con su pico el corazón del hombre y bebió su sangre al tiempo que le inoculaba su veneno.

Alzó el vuelo entonces, libre para errar por el anchuroso cielo, compañera eterna de los mortales, brillante gema de las noches más oscuras.

Vacía quedó entonces la arqueta primorosamente trabajada, caída la inútil tapa y derramado su lóbrego interior. Amanecía.

Ella fue quien preguntó primero, adivinando que tal avecilla era más terrible que los monstruos desatados;

- Dime tu nombre, ya que serás de nuestra raza perenne compañera.

- Esperanza- respondió la verde maravilla y se quedó volando, por siempre, en torno de ellos.

domingo, diciembre 23, 2007

El mito de la Caída




El mito de la caída está presente en la mayoría de las culturas antiguas; esto hace pensar que se trata de un "recuerdo" que se remontaría a una supuesta tradición primitiva o revelación original; al menos es así como lo interpretan los creacionistas.

Mucho menos oneroso para nuestra inteligencia es, en cambio, suponer una suerte de "convergencia" donde ante la pregunta:

¿por qué no somos perfectos si nos sentimos capaces de serlo? ,


se ensaya la respuesta:

fuimos perfectos en una época, pero perdimos esa condición por la envidia de poderes superiores a nosotros...

Bella conclusión, y también
engañosa, que permite depositar toda nuestra frustración en el exterior, eludiendo las responsabilidades morales ::::

Y entonces


- La mujer que me diste por compañera...
- La serpiente me engañó...
- Adán pecó...
(sin olvidar a Pandora)




El Mito de la Caída, especialmente en la versión que trae el Génesis, admite muchas y diversas lecturas. Compuesto en las postrimerías del Reino de Judá alude irónicamente a la situación de los antiguos monarcas davídicos y su decadencia debida, dice el autor, a haberse dejado engañar por las mujeres y especialmente por la Serpiente, que es su imagen mítica.

La serpiente, pues, no es sino lo que fue durante toda la Antigüedad; la dispensadora de dones y reveladora de secretos, enviada preferencial de la Diosa y su Ley del Deseo adversaria, como tal, del Dios y su Ley del Deber inflexible.



La serpiente es portadora de conocimiento; saber que implica dolor, conciencia de finitud, sentimiento de anonadamiento pero también superación del ciego devenir y aceptación gozosa de la libertad.

Éramos inconscientes antes de la Caída, fue ese acto de voluntad suprema el que nos dotó de humanidad; expulsados del Paraíso pudimos ser capaces de hacer (y de escribir) la Historia, librados a nuestra suerte abandonamos la vida natural propia de los animales, el eterno presente, el gozo indiferenciado, ese estado que no es ni doloroso, ni placentero porque no existen los opuestos... y entramos en el mundo de la ambivalencia, de la diléctica, de la pena, pero también del placer.


Los teólogos antiguos lo intuían de allí su sentencia de "Necesario fue el pecado de Adán"
Pues, como dice Cioran, refiriéndose a la Caída...

Precipitados en el tiempo a causa del saber, fuimos inmediatamente dotados de un destino, pues sólo fuera del paraiso hay destino.

sábado, diciembre 22, 2007

Comentarios

Animo, insto, sugiero, solicito y espero recibir sus comentarios. No es tan difícil, no es un trabajo extra y al que escribe le hace sentir que está teniendo un diálogo...

Con cariño
Gustavo

martes, diciembre 18, 2007

El oponente






Maravilloso poeta; Milton.
Releo su Paradise Lost... pesado y pomposo a veces, magnífico y resonante, otras. La única epopeya medianamente aceptable que ha podido producir el cristianismo; religión que calza bastante mal con la épica.
Está escrito en un inglés perdido en las nieblas del pasado, el inglés de una pequeña isla lejana en camino de soñarse imperio, el inglés de campesinos algo huraños, desconfiados, y felices en su monotonía rural, el inglés de los puritanos que rompían los viejos moldes en pos de su república cristiana.
Me detengo en el pasaje del libro 1 donde Satán "recorre sus dóciles escuadras", bello aún en su rebelión y su derrota.


Es imposible no evocar, entonces, a la poderosa figura de Melkor (Morgoth) en el Silmarillion y uno coincide con Auden: "Tolkien ha triunfado donde fracasó Milton".
Es que Morgoth es terrible; respira horror y malevolencia, no se insinúa como un traidor, sino que lo es sin ambages, se siente miedo en su presencia... miedo y una invencible repugnancia.
Otra cosa es este Satán tan bien logrado que deja de ser el arcángel caído, dibujado con tan puras líneas que se nos muestra más humano que el propio Adán, patético cobarde, o la voluble Eva... infinitamente más interesante que un Dios que no puede menos que ser perfecto y, como tal, predecible.
Este líder de la rebelión celestial, este bolchevique o guerrillero del Empíreo, no es en modo alguno un tirano, mucho menos un traidor de sus congéneres. Por el contrario "en sus miradas crueles se percibe el remordimiento y el dolor ante las desgraciadas víctimas de su culpa". Es un demonio compasivo.


Y este dolor satánico crece, nos dice el poeta, "cuando piensa que toda aquella multitud está padeciendo sólo por seguirle, por ser fiel a su causa". Líder de un pueblo en el exilio, encabezando la primera "Larga Marcha" de la historia del Universo, el que será llamado Diablo no rehúye su responsabilidad, ha sabido ganarse el corazón de los suyos y esta lealtad crea en él una obligación que, en modo alguno, rechaza. Es, también, un demonio responsable de sus actos.
Finalmente quiere tomar la palabra ante sus fieles capitanes y sus perseverantes huestes pero, recita con evidente complacencia John Milton, "por tres veces distintas intenta hablar a sus valerosas tropas y otras tantas se lo impiden las lágrimas que se agolpan, sin quererlo, en sus ojos tenebrosos". Sí, Satán, el Diablo, el Demonio, es capaz de llorar.



A esta altura el lector que no esté cegado, adormecido, por la enseñanza religiosa, aquel que conserve su juicio crítico, no puede menos que simpatizar, como Mick Jagger, con el diablo. A diferencia de aquel, educado pero criminal, éste quizás por su juventud, es de otra clase; no un asesino, no un traidor o un sombrío urdidor de males, sino por el contrario, un tipo responsable, un guía que asume como propias las tribulaciones de su pueblo, un conductor, militar, sí, pero sobre todo humano.
Entonces, cuando nos sorprendemos de ver bajo luz tan favorable a aquel que tantas veces nos enseñaron a odiar y temer, o a odiar por temor, Milton da un giro genial, el más logrado de todo el poema a mi juicio, y nos presenta el discurso del diablo a su gente.

Es una pieza oratoria que muchos de nosotros podríamos suscribir, un manifiesto contra la omnipotencia, contra la soberbia de un dios demasiado seguro de sí mismo, un grito de rebelión que se alza en nombre de la libertad, de un alma demasiado grande para aceptar ser, meramente, un juguete del creador.

Un canto de dignidad, de no sentirse vencido ni siquiera en las mazmorras del infierno, una respuesta honorable a la ignominiosa derrota infligida por las fuerzas angélicas que, hermanos nuestros, prefieren doblar el cuello y ser llamados siervos antes que, orgullosos, arriesgarse al azar de vivir sin amo.

No cae, Satán, en el individualismo. Es la suya una lucha colectiva contra el despotismo y la comodidad de las doradas cadenas celestiales. Apela a sus compañeros no como déspota, sino como militante de una misma causa libertaria.

Este diablo tan humano, este demonio compasivo y rebelde, este Lucifer que arriesga todo por la independencia, es más que un cuento religioso, es un poderoso mito en el cual, como en cifra, veo la eterna lucha entre la opresión y la libertad.


domingo, diciembre 16, 2007

Ensayo de haiku

Bésame

Hermosa

Hiere mis labios

Con la daga afilada

De un amor oculto



Farsalia y el Imperio

El término imperio se presta, en la actualidad, a confusiones pues designa tanto el poder de un estado sobre territorios obtendios por invasión, conquista o colonización, y en ese sentido podemos hablar del Imperio Español, del Imperio Británico y hasta del Imperio (Norte) Americano, como una forma de gobierno en la cual existe un soberano; el emperador, análogo a un monarca pero investido por una aureola de poder y sacralidad mayores, así el Imperio Alemán (Reich), Turco, Ruso o Chino (el efímero Imperio Centroafricano de Bokassa o el de melodrama de Maximiliano no entran en la cuenta) herederos, los tres primeros, de la tradición romana; una tradición con mucha historia tras de sí desde la lejana Farsalia aquí mentada.

Existe, empero, una tercera acepción que es, de algún modo, la más legítima si entendemos por tal la correspondencia con la etimología. Imperio proviene de Imperium, el término latino para designar el poder militar. En efecto, el concepto de imperium procede de la tradición religiosa etrusca y designaba la potestad de un jefe (o varios) del ejército para mandar a sus tropas, por extensión también el de un dictador (otro término que sólo guarda remota semajanza con el actual) para ejercer el poder sobre la población de la ciudad... no olvidemos que no existe una clara distinción entre ambas; el ejército es el pueblo en armas.

En la Roma monárquica, hasta donde sabemos, y en los tiempos "clásicos" de la República el imperium es el derecho a mandar y la ejecución efectiva de ese derecho legal. Tanto los cónsules como los pretores (magistrados judiciales) poseían el imperium; disquisiciones posteriores diferenciaban entre al imperium domi (de la urbe) y el imperium militae (obvio ¿no?) que se ejercía siempre fuera de Roma.

Esta distinción se difumina en los tiempos posteriores. En los años finales de la República (que nunca cayó, siempre estuvo "suspendida" legalmente) se distingue entre el imperium consular y el imperium proconsular, el primero propio de los cónsules de Roma, el segundo de los gobernadores de provincias, en teoría delegados de aquellos.

Uno de los principales estudiosos del tema A. H. M. Jones define al imperium como: "the power vested by the state in a person to do what he considers to be in the best interests of the state." (el poder investido por el Estado en una persona para hacer lo que juzgue redunde en el óptimo interés del Estado, traduzco con cierta libertad).

Farsalia (cerca de Tebas, Grecia, 9 de agosto de 48 a.C.) fue la batalla que enfrentó (como diría Goscinny) a la legión romana maniobrando contra la legión romana...

Se libraba la guerra entre los populares de César y los optimates de Pompeyo (sería un error ver en ellos partidos, más bien se trata de facciones) que dirimiría como la República, que dominaba el mundo mediterráneo (es decir era ya un verdadero Imperio en la primera acepción) enfrentaría mejor el desafío de gobernar casi toda la ecúmene y mantener la estabilidad de las clases dominantes de ese mundo pequeño, pero enorme en su propia visión, pues los europeos siempre imaginaron que su pequeño continente era más grande de lo que realmente es.

Pompeyo, decía César en sus Comentarios sobre la Guerra Civil, tenía 117 cohortes, lo que representa 66.000 soldados, amén de 7000 jinetes. Julio, por su parte, contaba con 33.000 hombres, en 87 cohortes y una reducida caballería de 1000 guerreros galos y germanos (eduos los primeros, ubios los segundos) con una reducida escolta hispana para el jefe.

Frente a frente ambos ejércitos apoyan un flanco en un arroyuelo y atacan denodadamente el otro con la caballería a fin de forzar el resultado de la batalla en una sola maniobra. Pompeyo, carente de ideas, pretende vencer por la fuerza del número, César, genial nos dicen los historiadores militares (militaristas claro está) se da cuenta de esta maniobra y planea derrotar a la caballería en un súbito contraataque que le permita ser el agresor por el otro flanco.

Julio refuerza, pues, su caballería con seis cohortes en línea oblicua (manteniendo otras en reserva) lo que debilita el centro... pero César confía en sus veteranos. Al superar las líneas cesarianas, los de Pompeyo se encuentran bajo el inesperado ataque de las seis cohortes reforzadas ahora por la caballería de César, que había efectuado una retirada táctica al comenzar la batalla, y se dan a la fuga. La reserva de César, entonces, se desplaza al centro y los pompeyanos quedan entre el yunque y el martillo. El flanco derecho se desbanda, huye Pompeyo y termina, tras dos horas y, según César apenas 200 muertos, entre ellos el querido centurión Caio Crastino, la batalla de Farsalia un triunfo del uso de las reservas y la sabia combinación de las tres armas de la época caballería, infantería ligera e infantería pesada... Un análisis táctico de esta batalla en el magnífico sitio de José Antonio Lago: http://www.historialago.com/leg_01250_tactica_farsalia_01.htm

Farsalia fue, en una perspectiva más amplia, el comienzo del fin de la República, incapaz con sus viejas estructuras de controlar el mundo mediterráneo. César sería, hasta los idus de Marzo, el árbitro supremo de Roma, ciudad, que a su vez detenta una hegemonía indiscutida entre las Columnas de Hércules y el Eúfrates y entre el frío Canal Británico y las riberas del Nilo. Como comandante en jefe César posee ambos imperios, consular y proconsular, en una postura poco ortodoxa constitucionalmente pero en modo alguno completamente ilegal. La monarquía existe nuevamente, de hecho, pero no de derecho y la gran pregunta del Senado y el Pueblo de Roma es ¿César intentará resucitar el abominable título de Rex?

Si lo intentó, parafraseando al Marco Antonio de Shakespeare, fue un grave error, y lo pagó con su vida.

Después de una nueva guerra civil, entre los asesinos de César que postulaban el resurgimiento de una República ya muerta, y los cesarianos que, sin ideas constitucionales claras entendían (de esa manera pragmática que británicos y yanquis heredarán de Roma) mejor que ellos como gobernar el mundo romano surgen los primeros esbozos del régimen que, en la última lucha, Octavio, mediocre general pero político infinitamente más hábil que Antonio, instaurará (con la ayuda inestimable de Agripa y Mecenas entre otros... sin olvidar a Livia, claro para los próximos tres siglos.

La república no es abolida; se la suspende temporalmente y Octavio, pronto hará que lo hagan llamar Augusto, asume entre otras magistraturas utriusque imperii, posteriormente los juristas lo llamarán imperium maius. El imperio romano, que ya existía como dominio de la Urbe sobre el Orbe, se convierte en todo, menos el nombre, en una monarquía análoga a las creadas por los sucesores de Alejandro pero con formas republicanas a la cual los historiadores, gente que perece por las etiquetas, ha llamado principado. En efecto, Augusto no es sino el princeps civitatem, el primer (principal) ciudadano; Imperator en cuanto ejerce el mando militar, proclamado como tal después de algunas campañas victoriosas (como lo son, por otra parte, muchos generales vencedores) pero no como gobernante "mundial". Sin embargo será este titulo el que evolucionará, a través del Dominado (la forma de gobierno que se impuso tras la crisis del siglo III) y de Bizancio, en el concepto moderno de monarca supremo. Los griegos, que lo perciben antes que los romanos deslumbrados por el formulismo, serán sutiles y sagaces al traducirlo como Autocrator.

Farsalia, pues, fue el comienzo del Imperio (si estas cosas tienen tan claro el origen) en cuanto poder monárquico, pero sólo una etapa más del imperio de Roma sobre su "pequeño" mundo.

Para quien dijo que mi defecto era ser pobre...

Ni soy un gigante, ni tengo ojos azules,
y sin embargo...


Un gigante de ojos azules
amaba a una mujer pequeña
que su sueño era una casita
pequeña como para ella
que tuviera en su frente un jardín
un jardín con madreselvas.

Un gigante de ojos azules
amaba a una mujer pequeña
que muy pronto ya se ha cansado
de tan desmesurada empresa
que no terminaba en jardines
jardines con madreselvas.

Adios ojos azules, dijo,
Y con gracia muy voltereta
del brazo de un enano rico
entró en la casita pequeña
que en el frente tenía un jardín
un jardín con madreselvas.

El gigante comprende ahora
que amores de tanta grandeza
no caben ni siquiera muertos
en esas casas de muñecas
que en el frente tienen jardines
jardines con madreselvas.


martes, noviembre 20, 2007

12 (de la columna de clasificados)

Doce, por la reverencia debida a los números sagrados, y no más son los que busco.

Doce Patriarcas. Doce Profetas. Doce Apóstoles. Doce Hombres Justos. Doce Pares de Francia.








Deberán amar las palabras como se ama la carne y la sangre. Deberán padecer el goce de escribir. Deberán respirar el aliento vital de los vocablos. Deberán engarzar con dedos hábiles párrafo tras párrafo de inanes predicados tras un único (pater noster...) sujeto en un brutal rosario opresivo y liberador; de preferencia oximorónico.

















Doce Tribus. Doce Constelaciones. Doce Planetas. Doce Meses en el Año.

Deberán sentir en sus espaldas el peso de la Historia. Deberán ser contemporáneos de Ejnatón y de Kropotkin. Deberán tratar de igual a igual con las sombras de los muertos. Cenarán cada noche pirámides y ziggurats, babeles de papiros polvorientos, pérgamos arrasadas por el fuego, carabelas pobladas de fantasmas e islas de nombres olvidados. Deberán estar silénicamente ebrios de pasado.









Doce Caballeros. Doce Reyes de la idílica Feacia. Doce Hijos de Atlas. Doce Sabios. Doce Dioses en el feliz Olimpo. Doce Naciones bajo el dosel del Cielo.










No pido blasones, no leeré curriculums vitae, no ofrezco salario, bolsa o comisión. No atraigo, ni rechazo.

Doce efímeras polillas busco para unírmeles en su loco vuelo y perecer, trece, en las obsesivas llamas de un fuego de verano.




sábado, noviembre 17, 2007

Vigilia de amor

Anoche te miré dormir;

tus ojos cerrados,

los labios, tan suaves, tan ansiados,

el pecho que subía y bajaba.

Soñando ¿quién sabe con quién?

Me quedé un largo rato

velando a tu lado

sin siquiera animarme

a quitar tu cabello del rostro

sin atreverme apenas

a cubrirte de besos

silenciosos y calmos

Anoche te miré desnuda;

tan sedosa y tan deseable,

tan ajena, tan lejana

pero a la vez la misma

que descubrió a mi lado

el placer de dejarse querer,

el gozo de caer desde el cielo

en mis brazos abiertos

perdiéndote en besos profundos

y en hondos abismos de dicha.

Anoche te vi dormida.

Y volveré a verte hoy,

y seguiré en las noches, velando

tu sueño

sin descanso y sin reproche

sin esperar más amor

que el que siempre me diste

atento a tu deseo

pendiente de tu respiración

suspenso en la esperanza

de que despiertes

me sonrías y,

como en esos años de nostalgia,

tiendas tu brazo dormida

y me lleves a tu lado

sin dejarme escapar

nunca más.

sábado, noviembre 10, 2007

Ser ateo es ser libre.






















Inicio, con este, una serie de artículos acerca de que significa, para mí, ser ateo y el por que de esta toma de posición.

Es parte de un movimiento mundial de autoafirmación, una manera de hacernos visibles y de decir: ¡eh, un momento, los ateos no somos criminales, desviados o monstruos!























Es, también, un testimonio personal de una manera de ver el mundo que no pretendo imponer (ya diré por qué no soy ateísta) pero sí difundir y animar a más y más personas a que experimenten la misma felicidad que yo vivo al descubrir, maravillado, un mundo sin dioses...

Como de costumbre espero sus comentarios.

Como de costumbre sé que no habrá demasiados...

Ser ateo es ser libre.

Sin dudas es una opinión muy personal; pero lo cierto es que no creer en ninguna divinidad proporciona una estimulante sensación de libertad y serenidad.

No hay nadie allí. No hay un ojo mirando, fisgón, ni tampoco otro con quien hablar.

Estoy solo, gloriosamente solo, excepto (gran excepto) por mis amigas y mis amigos. Vos entre ellas o ellos…

Esto es una apuesta inversa a la de Pascal.

Es una apuesta por la cordura y por la madurez. O, lo que es lo mismo, un rechazo a la locura y a la fantasía en cuanto normas de vida.












La locura sensata de la fábula, la quijotesca locura creativa, la fantasía que se reconoce como tal, que divaga por el mero placer de extraviarse en senderos desconocidos son maravillosas; las reivindico y las conservo a mi lado como compañeras de ruta.

Alejo, sí, de mi corazón esa locura frenética que se yergue en cordura, esa fantasía ebria que se dice realidad. Esa necesidad de un mundo ilusorio para poder sobrevivir en éste.

Ser ateo, con orgullo lo digo, pero sin soberbia, es lo mejor que me pudo haber pasado.

En las áridas arenas del exilio que he vivido, ha sido para mí un estímulo y un consuelo no haber caído tan bajo como para buscar el consuelo de un dios…

viernes, noviembre 02, 2007

2 de noviembre, día de los fieles difuntos


Dice la jaculatoria...

He de morir
más no sé cuándo.
He de morir
más no sé dónde.
He de morir
más no sé cómo.

Lo que sí sé
es que,
si muero en pecado mortal,
me condeno para siempre...

¡Maravillosa mitología!
Vivir pendiente de la muerte. Vivir para el instante de la aniquilación. Vivir en el temor de; ¡justo ahora!, pecar, caer, fallar, desfallecer, errar el blanco y perder, así, cualquier atisbo de salvación, haciendo completamente inútil todo cuanto se ha vivido. Convirtiendo la vida entera en un derroche que culmina, no en la nada, esto sería soportable, sino en el Tormento Eterno. ¿Es eso vivir, acaso?. Más bien es morir cada día.

Caminar sobre un terreno minado de tentaciones. Transcurrir en el miedo, más aún, en el temor del descuido, de la inopinada culpa.

¿Puede imaginarse esto?

No es tan ajeno y lejano.
Miles, millones, lo han padecido creyendo, satisfechas, haber llegado a la cima de los valores morales, orgullosas de la espada pendiente sobre sus cabezas y llamándola Virtud.

No es tan ajeno y lejano.
Millones hoy lo creen, millones esta hermosa noche esperarán la muerte suspirando de terror por sus, reales o imaginarias, culpas.

No es tan distante y extraño.
Muchos más de los que suponemos, más allá de si musitan oraciones o se entregan a la meditación o, incluso, se duermen mirando una pantalla de TV, cargarán este peso en sus espaldas.

He de morir. Soy culpable. Todo camino está cerrado.

Y sin embargo.

Sin embargo, estas palabras se pensaron como un reaseguro de la moralidad, como el freno que la conciencia social imponía a un cuerpo siempre díscolo, siempre rebelde, peligroso en su fecunda exhuberancia, temible en sus húmedas oquedades.

Sin embargo, estas palabras deberían guiar la vida, pensaban sus formuladores, una vida que era sin duda una preparación para la muerte ¿no lo es siempre, acaso?, palabras que debían hacer cotidiano lo inevitable y darle un regusto épico a la gris rutina de trabajar y dormir, dormir y trabajar, esperando el día del descanso eterno.


sábado, octubre 27, 2007

Juana, la Papisa







¡Una papisa!

¡Una mujer en el trono del Pescador!

¡Burla para los protestantes y rubor para los papistas!

¡Tema para Voltaire, para los autores de betsellers, para los amantes de los misterios históricos!

¡Deliciosa historia!

El Tarot la incorporó a sus figuras y los polemistas la usaron profusamente.

Hubo ensayos, diatribas, novelas y hasta algún filme.

Y antes, una leyenda...














La Papisa Juana


Se cuenta que hubo una mujer, de origen inglés pero nacida cerca de Maguncia (hoy en Alemania) que llegó a ser Papa, más bien, Papisa.

Allá por el 855, época dura de aristócratas bárbaros y clérigos rapaces, cuando los Papas eran el último resabio del orden imperial esta mujer extendió su dedo para recibir el Anillo del Pescador. Otros autores buscan otras fechas del mismo siglo y se refieren al sagaz y diplomático Juan VIII como el protagonista de nuestra historia.

Juana era, añaden para más sabor, hija de un monje procedente de la entonces mucho más ilustrada Inglaterra y creció en un ambiente de erudita religiosidad. Como en esos tiempos nadie, mucho más si no era noble, podía acceder de al saber si no era ingresando en la vida eclesiástica, la pequeña Juana no tuvo otra opción que el convento. A diferencia de sus contemporáneas, no obstante, no lo hizo en una orden femenina, donde la enseñanza era mínima por cierto, sino en alguna de las ramas de la prestigiosa familia benedictina y vestida como varón. El cronista Martín el Polaco, incapaz de creer que una mujer podía amar el saber por sí mismo, supone que, en realidad seguía a un amante. A mí me gusta más pensar que se había enamorado del conocimiento.

Iohannes Anglicus, tal el nombre del monje imberbe, destacó como copista y viajó por toda la Cristiandad. Estuvo en Constantinopla, donde conoció a otra mujer de armas tomar, la emperatriz Teodora (las fechas no coinciden, pero ¡que importa!), en Atenas, y allí aprendió medicina con el Rabino Isaac Israelí y en la corte del Emperador de Occidente Carlos, el Calvo para terminar su periplo tras las derruidas murallas romanas.

Su erudición, quizás su intuición femenina si tal cosa existe (como me consta) y su encanto (que podemos, románticamente, imaginar) le valieron un puesto importante en la Curia bajo el pontificado de León IV hasta llegar a ocuparse de los asuntos internacionales del Servus Servorum Dei.

Mano derecha del Pontífice, no le costó demasiado ser electa para sucederle (con el nombre de Benedicto III o bien de Juan VIII) y nadie dice que no cumpliera con eficiencia su tarea espiritual tanto como política.











Un día, sin embargo, mientras se dirigía por la calle de Querceti, cerca de la iglesia de San Clemente y del arruinado Coliseo, hacia Letrán, comenzó a sentir fuertes e inconfundibles dolores.













La Basílica de San Juan de Letrán, un antiguo palacio imperial






Sucedía que Juana se había enamorado del rubio embajador sajón (digo yo que era rubio, realmente no

lo sé) Lamberto y, cediendo a la pasión como dicen las telenovelas, había quedado embarazada. El parto, pues, le sobrevino en plena procesión y miles de fieles romanos contemplaron, con explicable asombro, como el Papa daba a luz a un hermoso varoncito… tal vez tan rubio como su papá.


El gentío enfurecido, dice Jean de Mailly, el propio trabajo de parto, asevera Martín, determinaron la muerte de la joven pontífice.

En cuanto al niño no he podido averiguar que fue de él. Sin embargo en el lugar se colocó una imagen de ambos; madre e hijo, y se grabó en mármol la siguiente inscripción: Petre, Pater Patrum, Papisse Prodito Partum (Pedro, Padre de los Padres, favoreció el parto de la Papisa) o P.P.P.P.P.P.

Por supuesto nunca más Papa alguno volvió a pasar por esta calle, camino de Letrán.

También desde entonces cada nuevo Papa electo debía sentarse en la "sella stercoraria" (sí, significa eso mismo que pensás), un asiento (se dice que de pórfido) con un agujero en el centro y someterse a la verificación táctil por medio de un eclesiástico encargado de ese (desagradable, pero nunca se sabe) menester. El ritual, agrega la leyenda, culminaba cuando el inspector ad hoc exclamaba: Duos habet et bene pendentes (Tiene dos, y cuelgan bien) que establecía claramente la, al menos sexual, virilidad del Pontífice.










¡¡¡Sí, los tiene bien puestos!!!

Varios hechos se unieron para dar origen a esta leyenda, muchos malos entendidos e inexactitudes (inaccuracy is a God, dijo alguien) colaboraron en su difusión y al menos un antiguo recuerdo sirvió para fijarla en la memoria colectiva de Occidente.

Sacerdotisas hubo en todos los cultos antiguos, sin embargo el judaísmo y el cristianismo proscribieron la participación femenina en la adoración a su celoso dios patriarcal. Hubo intentos y hubo desafíos, pero no prosperaron, aún entre los cristianos que se atrevieron a mantener, desnaturalizada y disfrazada, a la diosa madre...

El recuerdo y la posibilidad, empero, se mantuvieron. Podemos imaginarnos, en los albores de la Edad Media (ni tan oscura como pretendiera Gibbon, ni tan clara como la soñaran los románticos) los murmullos en los claustros, los debates en las escuelas, los cuentos rústicos (¡oh Chaucer!) en las posadas:

Hay, hubo, una Papisa.

Hay, hubo, una mujer que fue sacerdote y que llegó a la Cátedra de San Pedro.

Hay, hubo, alguien (alguna) que desafió los cánones, las reglas y los rígidos estamentos. No controlan todo, no siempre se salen con la suya los que nos proscriben. El poder también puede (debe) ser engañado.

Así hablarían, así se reirían por lo bajo. Poco importa si era o no verdad.

Es un hecho que la Papisa nunca existió. Las series de Papas, pese a ciertas inexactitudes y sucesiones debatidas, está claramente establecida; testimonios materiales como monedas y medallas corroboran el hecho. En 855, la fecha más probable, fueron Papas León IV, murió ese año, y Benedicto III, además del antipapa Anastasio, las pruebas son concluyentes. No hay lugar para la mujer... como tantas veces en la historia.

Es muy probable que la política del Papa Juan VIII (872 - 882), extremadamente conciliadora frente a la Iglesia Griega según los obtusos funcionarios occidentales, diese origen a la reputación de "feminidad", que ellos asociaban, ¡pobres!, a debilidad, del pontífice. Es posible, pero no hay pruebas directas, que lo llamasen Papisa Juana. Es casi indicial que en este episodio se originase la leyenda, sin percatarse de recoger viejos temas míticos.

También las acciones de la aristócrata romana Marozia pudieron haber sido el núcleo de la fábula. Esta mujer, hija y madre de Papas, era intrigante y audaz, eso dicen sus interesados biógrafos al menos, y durante una generación dispuso a su antojo del trono pontificio eligiendo y deponiendo a seis "Santos Padres" en veinticinco años... período llamado Pornocracia por el Cardenal Baronio en el no menos escandaloso siglo XVI. Quizás Marozia también hubiera merecido el epíteto de Papisa.

El episodio del parto en la calle de Querceti, cerca de San Clemente, parece deberse a una mala interpretación de una inscripción antigua: P. P. P. P. P. P no significaría Petre, Pater Patrum, Papisse Prodito Partum (Pedro, Padre de los Padres, favoreció el parto de la Papisa) sino Propria Pecunia Posuit Patri Patrum P. es decir P (nombre de un donante desconocido) ofrece de su propio dinero al Padre de los Padres (epíteto de los sacerdotes de Mitra). Idea no tan descabellada, y apuntada por Dollinger, autoridad en epigrafía romana, si se recuerda que en la olvidadiza Edad Media muchas inscripciones antiguas fueron reintepretadas de esta manera. Siendo que la calle en cuestión había dejado de usarse (estaba bloqueada) y que en ella había un fresco que mostraba a una Madonna con el Niño, no puede extrañar que todos esos indicios se conjugasen para dar origen a uno de los episodios más pintorescos de la leyenda.




El otro elemento, la comprobación de la virilidad del pontífice electo a través de la "sella stercoraria" nunca tuvo lugar, no es mencionado en ninguno de los precisos rituales que se conservan referidos al entronizamiento del Pontífice y parece deberse al uso que hicieron los papas de antiguos asientos sanitarios (o sea letrinas) romanos hechos de pórfido y vestigios del mobiliario imperial (recordemos que el Palacio de Letrán, aún hoy propiedad del Vaticano, era una de las residencias de los Césares). Una costumbre, digamos, bizarra que naturalmente daba pie a leyendas como la citada.

Digamos que no es algo muy "edificante" pensar que el Papa se sentaba en un retrete antiguo, de mármol rojo, claro, pero retrete al fin...

Sin embargo; ¡nadie le tocaba los testículos para verificar que era un varoncito!

Con todos estos detalles la historia ya estaba lista para pasar a los Cronicones, para ser copiada por los monjes, para la risa y para la diatriba. Las propias autoridades eclesiásticas la aceptaron y cuando Jan Hus, poco antes de ser enviado a la hoguera, la citó como prueba de la inmoralidad de la Curia Romana no fue refutado.

Hubo que esperar al siglo XVI para que se establecieran los hechos, y se conjeturase el origen de este cuento que, no obstante, aún hoy, sigue siendo citado de tarde en tarde en foros de Internet.

Nada, en principio, se opondría a que una mujer ocupase la Cátedra de Pedro. De hecho no es requisito la ordenación para ser Papa, el Espíritu Santo, según los fieles, es quién elige a aquel que será ungido sucesor de Pedro, y podría muy bien suceder que escogiese a una representante del género femenino y designarla para ser la Piedra de la Iglesia Católica... pero hasta ahora eso no ha sucedido. Lo cual es una lástima.

Todos somos peronistas (rompiendo la veda electoral)

Hay una anécdota (se non é vera....) que cuenta una entrevista entre Perón y un periodista extranjero en los días en que el ya viejo líder vivía exiliado en Madrid. Preguntado sobre la política argentina el General se demoraba en indicar los porcentajes de adherentes de cada uno de los partidos de la época: los radicales, decía, son el 35 o 40%, los conservadores forman el 20%, los socialistas, tanto, los comunistas, cuanto y así terminó el elenco sin nombrar al partido que había fundado.
¿Pero cómo, preguntó el corresponsal, y los peronistas cuántos son?
Ah no, dijo el viejo líder con esa sonrisa que desarmaba oponentes, peronistas son todos...



En la Argentina de 2007, treinta y tres años después de la muerte de Perón, esta ingeniosidad se ha vuelto un lugar común de la política.

Peronistas son todos.

Cristina Fernández de Kirchner, CFK para la jerga, reivindica su procedencia de ese movimiento y se presenta como la candidata de un gobierno peronista... una revancha de la Historia para esa olvidable presidenta que fue Isabelita.

Su principal opositora, la mediática y a ratos gorila (basta ver entre sus acompañantes a Sebrelli) Elisa Carrió afirma, pese a su raigambre radical, seguir los pasos de Evita y busca alinearse en aquella presunta línea histórica Yrigoyen - Perón... la misma, dicho sea de paso, donde quiso colarse Alfonsín con su "tercer movimiento histórico".



Roberto Lavagna es un peronista, ministro de economia del ex gobernador Duhalde y un breve tiempo del propio Kirchner, se presenta como candidato a presidente por una entelequia llamada UNA, conformada por lo que queda de la Unión Cívica Radical (nota para lectores extranjeros: que el nombre no llame a engaño, son tan radicales como el PSOE es socialista y obrero) en cuyo amplio espacio caben también algunos tránsfugas del peronismo sin lugar en las listas oficialistas.

El asesino de maestros Jorge Sobisch, gobernador de Neuquén, se postula a la primera magistratura por el Movimiento Popular Neuquino, partido provincial de extracción peronista, acompañado del (mal) escritor y provocador de profesión Jorge Asís, quien se considera, también, un peronista y fue funcionario durante el menemato.

El cineasta Fernando "Pino" Solanas, autor entre otras de "La Hora de los Hornos" , del documental "Perón: actualización doctrinaria para la toma del poder" y de "Los Hijos de Fierro" viene, así mismo, del movimiento fundado por el General, bien que ligado a sus interpretaciones más "zurdas" y aspira tanto a la presidencia como, más realistamente, a un lugar en el Senado de la Nación.
Lleva consigo a numerosos referentes de la intelectualidad peronista, como es el caso de la lúcida socióloga Alcira Argumedo; y cerró su campaña, centrada en la defensa de la soberanía energética, con una réplica del avión a reacción Pulqui construido por el gobierno peronista en los años 50 del pasado siglo.

Por último Alberto Rodríguez Saá, el gobernador de San Luis, reelegido con el 83 % de los votos (vale aclarar que la oposición no se presentó al comicio), esposo de una actriz de mediana edad, supuesto emisario de extraterrestres (aunque él lo desmiente) y hermano del brevísimo ex presidente Adolfo, también procede del peronismo y aspira a ser electo presidente de los (sufridos) argentinos.

Es decir que de las 13 agrupaciones políticas que competirán mañana, 6 que representan según las encuestas casi el 90 % de los votos, se encuadran, apelan o buscan el aval de Perón y de la mitología peronista.

¿Se ha vuelto, por fin, peronista la Argentina?
¿Es el peronismo la "ideología" del pueblo de esta nación en el Sur del Sur?

Un rápida ojeada a los datos anteriores podría indicar una respuesta afirmativa a estas preguntas.
Sin embargo no todo es tan simple.

Criticado, visto como responsable del "atraso argentino", tildado de fascista (lo que nunca fue) y protector de criminales de guerra (lo que sí hizo, al igual que la URSS y los EE UU), demonizado y excecrado por la gente bien.

Alabado y reivindicado como auténtico, como popular, como expresión de lo mejor que tenemos, reinventado día a día.

¿Qué es el peronismo?



















Si algo caracterizó al peronismo, como a su predecesor el Yrigoyenismo, es la ausencia de un componente ideológico expreso. El peronismo histórico fue un emergente social multiforme que, voluntariamente, careció de estructura filosófica o aún de una expresión doctrinaria más allá de algunos apotegmas ambiguos, las famosas Veinte Verdades, o de lemas más o menos efectistas.

El peronismo, fenómeno plural, divergente en el tiempo y casi inasible para quien no lo haya vivido, es más bien una actitud, un talante, un, como decimos acá, sentimiento. Las analogías más evidentes que se me ocurren pasan por la identificación con un club de fútbol, una comunidad (no una fe) religiosa, o un grupo musical. Pero también tiene que ver con una toma de posición pragmática, con un institntivo acercamiento a las maneras y los modos de actuar y de ser de los sectores populares, con un estilo de hacer política, de gestionar, de gobernar.

El peronismo fue un movimiento de corte nacionalista, con influencias del catolicismo social y un fortísimo componente obrerista, unido en el seguimiento casi incondicional de Perón y de Evita en los primeros años (1945 - 1952).

El peronismo fue nacionalista y autoritario, con énfasis en la producción y la disciplina social, enfrentado a la Iglesia y a los partidos tradicionales y con un tímido acercamiento a los EEUU en los finales del segundo gobierno de Perón (1953 - 1955).

El peronismo fue un movimiento de resistencia popular, con tendencias disímiles en su seno, de postulados claramente anti imperialistas, coqueteando con los movimientos de liberación del Tercer Mundo y preocupado por "reconquistar" el poder durante los diecisiete años de exilio del General (1955 - 1972)

El peronismo fue a la vez tanto un movimiento de liberación nacional, con presencia casi excluyente en los sectores populares, muy arraigado en la juventud y con un discurso de izquierda como una estructura burocrática centrada en "la corte" de Perón, de ideas reaccionarias y casi fascistas, ambas tendencias con fuertes llamamientos a la violencia, durante el llamado Tercer Gobierno Peronista (1973 - 1976)

El peronismo en algunos de sus principales dirigentes se acercó a la dictadura pero, también, fue el grupo político más perseguido y el que dio más desaparecidos durante esa negra noche (1976 - 1983)

El peronismo fue el gran derrotado en las elecciones del '83 y el que aprovechó todos los errores del radicalismo (especialista en el tema) para presentarse como la única alternativa al desgobierno de Alfonsín.

El peronismo fue el dócil instrumento de Menem para aplicar del modo más contundente las políticas neoliberales prescriptas por los "gurúes" de la economía (vernácula y mundial) por medio de la notable, pero no novedosa, alianza entre las clases más opulentas y las más humilladas de la sociedad.



El peronismo fue una escuela de corrupción.


Un discurso histórico lejano.





Una mitología cada vez menos convocante.








Una marca de fábrica. Una garantía de, al menos, robar pero hacer. Un seguro de "gobernabilidad". Una imprevisibilidad que resulta, a la postre, manejable. Un epítome de ese imposible llamado "ser nacional".

Y es por eso que, gane quien gane, el próximo presidente (o presidenta según lo indican todas las encuestas) será peronista.

¿Es que no lo somos todos en este país?