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jueves, diciembre 25, 2008

El consabido saludo de Navidad





Dicen que cada uno vive la Navidad que tiene dentro de su corazón.
Dicen, también, que la Navidad es un momento de reflexión y un espacio para conectarse con lo sagrado.
Agregan, algunos, que la Navidad tiene que ver con los sueños de la infancia, con lo más auténtico de nosotros mismos.
Tienen razón, sin duda, pero no terminan de convencerme.
Navidad es un Nacimiento (no me interesa, hoy, si mítico o histórico) y por lo tanto: Navidad son los ojitos de Daniel cuando espera la llegada de Papanuel...

Navidad es la presencia dulce de Belén en mis sueños...

Navidad es la sonrisa de Sabrina que me dice: Te amo.

Navidad es el comienzo que asoma en este diciembre; final del túnel y desembarco en la nueva tierra.


Navidad es sentirme cerca de todos aquellos que siempre están a mi lado: mis padres, mi hermana Edit, mis compañeros de trabajo, tantos y tantas que, a veces, me cruzo en Internet.

Navidad sos vos, por supuesto, en el sencillo acto de abrir este mensaje y pasar, con interés o con desgano no es tan importante, la vista por sus letras virtuales.

Navidad es la esperanza no ya de la Utopía, que siempre está por llegar, ni siquera de un mundo más justo, sino de la recurperación de la dignidad, del respeto por las diferencias, de la lucha por la justicia para todos.

Navidad, por fin, no es sino la oportunidad de ser; vos, yo, nosotros, un poco más generosos, un poco menos egoístas, de ser, en fin, Humanos.

Por todo eso y por lo que quieras añadir

¡¡Feliz Navidad!!

sábado, diciembre 20, 2008

En pocas, y claras, palabras...


Hallar al intruso

Entre estos cuatro símbolos sólo uno representa al amor, te invitamos a descubrirlo.

viernes, diciembre 19, 2008

Cthulhu fhtagn

Un joven, presumimos, estudioso encuentra entre los papeles de su difunto tío, arqueólogo, un inquietante manuscrito.

El texto se refiere a un culto extraño identificado con la palabra, de casi imposible pronunciación, Cthulhu.

El tío del protagonista, muerto en circunstancias poco claras, había comenzado a investigar el tema cuando un escultor le mostró una estatua modelada en base a sus sueños. La talla hizo recordar al profesor lo sucedido años atrás; durante una reunión de arqueólogos.

Un inspector de policía había recurrido a los sabios para descifrar el significado de una rara estatuilla, hecha de una piedra extraña, incautada después de una redada contra una secta siniestra. Uno de los eruditos relaciona el ritual y las invocaciones descriptas por el detective con un singular culto descubierto en una tribu esquimal. Cthulhu fhtagn son las palabras clave para identificar ambas ceremonias y forman parte de una invocación más extensa que, después de comparar notas, puede transliterarse así: Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn. Lo que equivale, según supo el policía, a: En su morada de R’lyeh, Cthulhu muerto espera soñando…

El escenario queda establecido.

A las investigaciones del fallecido erudito se suman, ahora, las del joven. Relata los hechos en primera persona, haciendo gala de un escepticismo positivista que, nos damos cuenta, es una fachada para ocultar la impresión que le provocan sus descubrimientos.


No les arruinaré el deleitable terror de La llamada de Cthulhu contándoles el desarrollo de la historia, deberían leerla, de preferencia en la madrugada, cuando todos duermen, y disfrutar de la prosa sugerente, pese a su torpeza manifiesta, de Howard Phillips Lovecraft.

cthulhu2

Si tienen apuro y son de los que miran la solución al pie de página la Red tiene numerosos sitios dedicados al tema, sólo googleen

Cthulhu fhtagn

y conocerán el horror innominado...

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jueves, diciembre 18, 2008

Baphomet Segunda parte







Joseph Freiherr (barón) von Hammer - Purgstall, orientalista austríaco cuyo nombre nos trae resabios de Lovecraft, escribió, allá por los comienzos del siglo diecinueve, una obra con un inquietante título que también merecería estar en los estantes de la Universidad de Arkham: Mysterium Baphometis revelatum, es decir, El misterio del Bafomet, revelado. Se trata de un claro ejemplo de literatura partidista, el autor sólo quiere demostrar la malignidad de los masones, empeñados, entonces, en fomentar las revoluciones burguesas. Elabora, entonces, una verdadera novela pseudo histórica mezclando referencias falsas con esas falaces deducciones que tanto han proliferado en nuestros tiempos, las conocemos, son las que comienzan con una afirmación dudosa del tipo: “todos los estudiosos están de acuerdo en …” para culminar en un “por lo tanto es evidente…” Uno asiente, aturdido por las tres páginas de citas, pero, cuando pasa el mareo, se da cuenta de que toda esa palabrería no significa nada. Así lo hizo el barón von Hammer – Purgstall, tomó citas de los poemas medievales referidos al Grial, las conectó forzadamente con oscuras referencias a los gnósticos, obtenidas de los Santos Padres, y llegó a la conclusión de que los Templarios adoraban a un ídolo herético, el Baphomet, que representaba al pagano dios de los gnósticos, un ser opuesto al buen Dios cristiano, y que este culto, lejos de desaparecer había perdurado en las prácticas masónicas…

¡Cuidado!, los que promueven la libertad, la igualdad y la fraternidad no son sino los adoradores de un dios falso… nos dice el barón y encuentra interesados ecos en la prensa...

La idea tuvo éxito, aunque no en el sentido que pretendía nuestro orientalista. En 1854 aparece un tal Alphonse-Louis Constant, más conocido por su seudónimo Eliphas Levi y da nueva vida al Baphomet.

En su libro Dogma y Ritual de la Alta Magia, Eliphas nos proporciona la primera imagen del supuesto ídolo templario. El Bafomet, identificado con el Macho Cabrío del Sabbat, es un ser alado, especie de híbrido entre humano y carnero, con la barba en punta, una antorcha en su cabeza, cuernos y, para mayor perplejidad, pechos femeninos.

La imagen, tomada tanto de los naipes del Tarot como de algunas esculturas medievales, tuvo inusitado éxito y se convirtió en la representación aceptada del Bafomet.

Incluso en remeras!!!!

En el texto, Eliphas conecta a este ser demoníaco, poderoso y fascinante, con antiguos rituales egipcios, especulaciones cabalísticas y olvidados rituales medievales, algunos de ellos auténticamente modernos…

Es evidente que un tal ser merecía una etimología mucho más noble que una mera confusión de nombres y así vemos aparecer nuevas hipótesis sobre el Bafomet.

Ya Littré, en su Dictionnaire de la langue francaise, señala que el nombre es una deformación cabalística de la sigla: ab .p . h. o. tem., que, escrita al revés, es decir tem. o. h. p. ab. significa: templi omnium hominum pacis abbas o sea; “Abad del Templo de la Paz de Todos los Hombres. Sí, el mismo Littré escribió esto y, como buen erudito no olvidó citar su fuente; el Abbé Constant que no es otro que… ¿adivinan?, claro, el ubicuo Alphonse-Louis Constant, más conocido como Eliphas Levi…


Más recientemente, un autor sufí nacido en la India pero de origen afghano; Idries Shah, citado por Kevin Bold, propone otra derivación para el misterioso ídolo templario. Esta vez recurre al árabe pero, en lugar de la confusión, apela a la claridad: Bafomet es una trascripción de un nombre místico: Abufihamat; “El Padre del Conocimiento”. Los Templarios, devenidos de monjes combatientes en estudiosos de antiguas sabidurías, no habrían cometido la torpeza de atribuir a los musulmanes, que se oponen no sólo a las imágenes de culto, sino a casi toda representación visible, la adoración de un ídolo. Bafomet era una imagen de antiguos secretos y sabidurías milenarias que los monjes del Temple habrían conocido en misteriosos círculos de iniciados.

El doctor Hugh Schonfield, curioso personaje que comenzó como experto en lenguas semíticas y trabajó con los manuscritos del Mar Muerto para dedicarse, luego, a sostener improbables teorías de complots y códigos secretos, sostiene que es en la cábala hebrea donde se halla la clave del Bafomet. En su libro The Essene Odyssey nos invita a aplicar el método del Atbash, una clave criptológica que consiste en sustituir cada letra del alefato hebreo por la que le corresponde en orden inverso. Así Bafomet que en hebreo se deletrea Bet Pe Vau Mem Tau (B-P-O-M-T) se convierte en Shin Vau Pe Iod Alef (S-O-P-I-A) que es la transliteración de la palabra griega Sophía (Sofía) es decir; Sabiduría. Esta clave, que carece de documentos que la avalen, aparece citada en la controvertida novela El Código Da Vinci. Para Schonfeld, entonces, el Bafomet, lejos de ser un ídolo, era la expresión del culto de los Templarios a la Sabiduría Divina que se identifica, en la Biblia cristiana, con el mismo Jesús.

Alphonsus Joseph-Mary Augustus Montague Summers, un demonólogo británico que parece salido de un cuento de Arthur Machen, esbozó durante los años ’20 del siglo pasado, en The History of Witchcraft and Demonology una interpretación griega un tanto “bizarra”. Bafomet sería un compuesto entre Baphe, forma de Bapto, bautismo, y Metis, nombre de la antigua diosa griega de la sabiduría que, según el mito, fue devorada por el propio Zeus. La palabra significaría, entonces, Bautismo de Metis es decir, Bautismo de Sabiduría.

Hay para todos los gustos.

El Bafomet, ser caprino, ídolo pagano o gnóstico, metáfora de la sabiduría secreta o simple error de traducción se convirtió, siglos y andares, en el símbolo de lo esotérico, de la mística satánica, de la brujería que cree en sí misma y en el emblema de muchos conjuntos de rock metálico. Su nombre, eco de temores soterrados pero no olvidados, nos remite a bóvedas húmedas, a ciencias prohibidas y al intento permanente del ser humano por penetrar más allá del Velo.

lunes, diciembre 15, 2008

Acerca del Bafomet


Curioso, el universo de las palabras. Son mucho más que meras indicaciones de sentido, juegan con nosotros, se esconden y se revelan, nos estremecen o nos dejan indiferentes, son portadoras de múltiples sentidos, o de ninguno, pueden realizarse en un chiste, en un retruécano o en un ritual.

Hoy evocaremos juntos una de esas palabras cuyo sonido tiene el silbo de lo prohibido, de lo demoníaco, incluso.

Hoy hablaremos del Bafomet.

¿Quién sabe de donde viene este nombre? ¿Importa, acaso? Sólo a los filólogos y otros heresiarcas similares, pero, por si alguno ronda por aquí van algunas hipótesis.

He aquí la primera de ellas.

Una de las primeras menciones de la palabra es durante uno de los más célebres, e inicuos, juicios que se recuerdan: el proceso a los Caballeros Templarios. No que no se lo hubiesen ganado, tenían enemigos poderosos y no pensemos que esta hostilidad fuese sin motivos; usura, acaparamiento de tierras, negociados y el más imperdonable de todos, un proyecto claro de hegemonía sobre la Cristiandad. Esas cosas despiertan recelos, resentimientos y sobre todo, envidia: ¿por qué esa orden de monjes guerreros y no el Rey de Francia?

Así fue que Felipe el Hermoso (no doy fe) con la complicidad del Papa incoó un proceso contra ellos. ¿De qué no se los acusó entonces?, de todo, en efecto, menos de aquello que era la razón del juicio, es decir su riqueza y su poder.

Allí aparece el vocablo que nos ocupa: Baphomet. Se trata, nos dicen las actas, de una suerte de ídolo que los Templarios adoraban. Su descripción varía de una a otra “confesión” (las comillas valen si se piensa como se obtenían) y algunos caballeros, más valientes o resueltos, niegan saber de qué se trata.

Los que se atreven a trazar sus rasgos nos dicen que tiene una o varias cabezas, que parece un gato, que es una suerte de demonio, que estaba oscuro y el testigo no vio bien…

Es curioso, no obstante, que en otros procesos amañados por el Rey Felipe, donde se repiten las mismas acusaciones propagandísticas (sodomía, opiniones heréticas, irrisión de los símbolos sagrados) falte la curiosa mención del Bafomet. El papa Bonifacio VIII, por ejemplo, fue procesado por cargos similares, pero nunca se dijo que venerase al ídolo de marras, sólo los Templarios fueron acusados de ello.


La palabra tiene un par de breves apariciones anteriores. Unos cincuenta años antes del proceso a los Templarios, en un poema en lengua de Oc (provenzal) se menciona a Baphomet en el contexto de las Cruzadas, parece evidente que se refiere a Mahomet, forma frecuente de Mohammed, es decir, Mahoma, el profeta del Islam. El poema dice así en una traducción de la que no doy fe: Y todos los días nos derrotaban: pues Dios, quien solía velar en nuestro favor, estaba ahora dormido y Baphometz acrecentaba su poder en apoyo del Sultán”. Aquí vale recordar que para los medievales, excepto los más instruidos, Mahoma no era sino el nombre de la divinidad de los musulmanes y éstos adoraban su imagen… ¡cosas de la propaganda!

Así que Bafomet, si nos gustan las explicaciones “claras y distintas”, amén de simples y algo prosaicas, no es sino la corrupción del nombre del Profeta. Siendo la misión original de los Templarios el combate con los musulmanes, y estando en frecuentes tratos con ellos; ¿no era lógico pensar que se hubiesen contaminado con sus prácticas idolátricas? El departamento de “prensa y difusión” de Felipe haría el resto…

No a todos, claro, satisface esta explicación. Más aún cuando el Bafomet, apenas insinuado en la Edad Media, se convierte en una figura importante en el satanismo de los siglos posteriores.

Pero de ello hablaremos en otra ocasión…

domingo, diciembre 07, 2008

Escribir... nada más


Se quejaba Friedrich (Nietzsche, claro) de los lectores y los escritores.
Odiaba, así escribía, a quienes leían (leemos) sólo para pasar el rato y exclamaba: ¡Un siglo más de lectores y hasta el espíritu comenzará a oler mal!.
No nos iba menos mal a los que borroneamos hojas (y pantallas): El que todo el mundo tenga la oportunidad de aprender a leer, a la larga echa a perder no sólo al que escribe, sino también al que piensa. Sospecho que no le gustaría nada Internet al bueno de Friedrich...

Podríamos dejarlo de lado pensando que era un, como dice Sabri, "cosquito" o insultarlo con clasificaciones al uso (precursor de los nazis, lo que es injusto, repetidor de viejos mitos, como insunuó Jorge Luis con bastante acierto pero poca profundidad... o alguna otra definición de manual). Prefiero respetarlo, cuestionarlo y hacer de él un amigo que me señale, como flecha, el camino hacia mi más honda esperanza.

Es que hay muchas palabras escritos y cuando paso por una librería, digamos el Ateneo (por hacer publicidad gratis) me descorazono ante tanto texto que desborda en los estantes. Es que uno se pregunta para qué escribir si todo, o casi, parece haber sido dicho. La biblioteca de Babel y el Libro de Arena están aquí, entre nosotros.

Escribir es mi vida.

Escribir es una pasión compulsiva y torturante que me llena, paradoja, de placer y me exaspera hasta el dolor.

Escribir es eso que me propongo hacer todo el tiempo y aquello que postergo siempre porque hay otras cosas, ¿más importantes? que hacer (un resumen para Ella, una tarea para los chicos, una canción que me pidió bajar Belén, una partida de Age of Empires con Daniel...) porque cuesta encontrar la palabra justa, porque hay mucho ruido en torno, porque, en definitiva, ¿a quién le interesa?.

Mejor buscar una tonta presentación en Power Point, chistosa sin gracia, melosa sin substancia, y enviársela a mi compañera que me dice:"Blog actualizado, siempre blog actualizado, ¿por qué no me mandás el cuento de la mujer inteligente que...?"

Escribir es mi compromiso para hacer efectivo ese transire benefaciendo que, dicen, es el propósito de toda vida respetable.
Escribir es participar de la creación del mundo, es hacer operante aquello que tenemos de más humano; el lenguaje.
Es un sacramento para aquellos que no creemos en los de la Santa Iglesia. Es un sacrificio cultual y un ritual extático.
Quien no escribe, y no se compromete con las letras, quizás se sonría (puede que no le falte razón) y menee la cabeza, diciendo, como Festo: Insanis, Gustave; multae te litterae ad insaniam convertunt!...

En esta cultura que nos acostumbra al éxito inmediato, que nos fascina con las fortunas súbitas, que nos incita a la ambición, al robo, a la salida más fácil.

En esta cultura global hecha de sonidos y luces, magnífica, maravillosa y opulenta a su modo desaforado e injusto.

En esta cultura sin letras, o con letras banales, del copiar y pegar, del googleo, de la vertiginosidad.

En este arrabal del mundo del 2008, escribir es tanto una locura como una apuesta por lo inútil, un desafío a superar el destino de la papelera de reciclaje, una lucha desigual contra el Latin American Idol que resuena en mis espaldas, un berretín y una pérdida de tiempo.

Escribo, sin embargo, y me sumerjo en las letras.

Intento una vez más, sin importar las caídas, ni las condescendencias, ni los comentarios sarcásticos, ni el sol que brilla en el jardín...

Escribo y sigo intentando.

¿Por qué?

Porque es todo cuanto sé, más o menos, hacer.

Y vos ¿me seguís leyendo?

jueves, diciembre 04, 2008

Vientos de guerra


La palabra ha sido dicha una vez más.
¡¡Guerra!!

El enemigo, el nuevo enemigo, es una construcción ideal; el Islam y el mundo oriental en su conjunto. El oponente, de cuyo lado por supuesto está la justicia, es otra entelequia; Occidente.

No faltarán filósofos que justifiquen los aprestos bélicos. Nunca faltan, por supuesto. Ellos nos dirán que es una lucha por la civilización y contra la barbarie, faltaba más.

Uno podría descartarlos pensando que son simples sicofantes del Imperio si no fuera que, en muchos casos, tienen razón. Es verdad que los combatientes islámicos no se destacan por su respeto por las convenciones que, en mejores días, acordaron los pueblos del Oeste; en la guerra que libran contra el Gran Satán las víctimas parecen ser lo de menos, su propio pueblo perece (véase Irak, léanse las crónicas de Gaza ocupada), los militantes se inmolan, la guerra es llevada a las calles y las casas de manera brutal; pero también es cierto que, humillados y ofendidos, han sido empujados a abrazar el islamismo más radical para resistir el avance de los nuevos cruzados.

¿Justificación?.
¡De ningún modo y para nadie!

La religión, esa especie de travesura de la mente cansada que ha prohijado tanta belleza como fealdad, fue invitada al convite y ya no puede ser expulsada de él. Todos invocan a sus dioses, todos encuentran en sus libros sagrados los motivos para emprender una lucha que, si fuera por el petróleo (esa adicción del Occidente), la geopolítica y los recursos naturales que se agotan, tendría menos atractivo para las masas desposeídas y para los propagandistas del odio.

Al fin y al cabo ya el propio Agamenón tuvo que recurrir al fantasma de Helena para arrebatar a los troyanos el control del Helesponto...

Así vimos constituirse (Israel) un estado nacional, y cada vez menos laico, es decir, menos racional, en nombre de viejas escrituras y fallidas profecías.

Así la resistencia (la nación árabe abusivamente identificada con el Islam) que comenzó en nombre de un pueblo despojado se convirtió en una guerra santa (magnífica pero atinada contradicción).

Así el mosaico étnico y cultural del Cercano Oriente estalló en pedazos a los cuales ni el más paciente de los restauradores puede recomponer.

Israel y Palestina, Irak, Siria y Líbano, los fundamentalistas estadounidenses que votan según las profecías bíblicas y un Papa que desempolva viejas anécdotas de emperadores se mezclan...
La intolerancia en nombre de la tolerancia, cuando se impide el uso del velo...

La violencia con la máscara de la paz, cuando se argumenta que, puesto que ellos no respetan nuestras “sabias leyes”, tampoco nosotros debemos respetarlas

La libertad acotada por leyes de vigilancia, al crecer la manía de ver al enemigo en cada barba, turbante o caftán.

¿Es eso todo? ¿Estamos ante una nueva, y al parecer inevitable, guerra en el Oriente?
¿Es ese Islam que busca armarse con dispositivos nucleares, el gran culpable?

¿Son las apetencias imperialistas, y el hambre de combustibles, de los países avanzados el origen de esta espiral que parece no tener fin?

¿Regresamos, cinco siglos después, a las Guerras de Religión?


La Historia puede darnos pistas, siempre que no la miremos a través de los mitos que supimos construir.



El mundo musulmán, multiforme, posee una gran riqueza espiritual; sus filósofos fueron, alguna vez, maestros de Occidente.

Los países árabes, que no se superponen con los primeros, constituyeron alguna vez una escuela de tolerancia.

El judaísmo sembró valores que aún hoy se cuentan entre las más elevadas creaciones de la Humanidad.

Cristianos fueron quienes derribaron, otrora, las supersticiones que trababan el avance de la ciencia.

No toda religión es, o debería ser, negativa.


Sin embargo hemos visto en los últimos ciento cincuenta años como el avance de Occidente sobre el mundo doblegó y demonizó al otro, hemos asistido a la pérdida de los mejores valores de las tradiciones monoteístas en beneficio de concepciones tribales que hubiesen hecho sonreír, o retroceder espantados quién sabe, a los pensadores del medioevo y que los mejores de los filósofos del siglo diecinueve considerarían caducas.


Un nacionalismo cargado de leyendas, el fin de las grandes utopías transformadoras y la presencia ubicua del más arcaico misticismo han servido de coartada a las ambiciones y los negociados de un puñado de empresas fundamentadas, ¡paradoja!, en el cálculo racional y la maximización de los beneficios.

Ahora parece casi imposible desandar el camino.

No hay soluciones fáciles, tampoco resultan viables, una vez que se invocaron Absolutos, la negociación o la misma política.

Condiciones todas que, otra vez habla la Historia, siempre han llevado a esa palabra quizás la más mala palabra de todas: ¡Guerra!