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sábado, abril 13, 2013

Ella y su bolso


Soliloquio de un varón perplejo.



Hay momentos en los que uno se pone reflexivo.
Momentos para abstraerse de lo fenoménico y enfocarse en lo importante (como dice mi psicóloga cuando le digo que no me parece que aumente la sesión).
Momentos de contemplación.
Una buena música y algo para beber son siempre buenas compañías para estas excursiones mentales.

Esta noche quisiera que fuera uno de esos momentos.
Esta noche quisiera llevar su atención, amable oyente, hacia uno de los grandes misterios del mundo moderno.
Misterio que contemplamos a diario, sin percibir la profundidad, complejidad y multiplicidad que contiene. Y nunca mejor dicho contiene porque vamos a referirnos a ese enigma, ese oscuro objeto de deseo para todas las mujeres: el bolso.
El bolso, cartera en su variedad elegante, maleta si de un viaje se trata es un misterio netamente femenino sobre el que, sorprendentemente, Arjona aún no ha expresado su opinión… ¿qué tiene que ver Arjona con esto?, preguntarán ustedes… y yo pregunto a mi vez… ¿Y qué tiene que ver Arjona con la música?
Pero estoy divagando. Volvamos al bolso, que es como decir volvamos a ese insondable abismo donde mis amables amigas pueden guardar las cosas más inverosímiles… objeto fantástico porque, como el Aleph borgeano, es capaz de contener todas las cosas.


Sábado a la noche.
La acompañamos a su departamento. Cine, la peli romántica que a ella le gusta, cena, la pizza que permite el presupuesto, caminata hasta la casa de ella.
Ya estamos frente a la puerta. Cerrada, claro.
-         Esperá, dice ella, acá tengo las llaves.

Entonces comienza la búsqueda, el operativo, el rastrillaje de las escurridizas llaves.

Ella se apoya en la puerta, si hay un parapeto mejor, y comienza la maniobra.
Que consta de varios pasos.
No es cualquier cosa, claro.
Primero procede a tomar el bolso con ambas manos y balancearlo con entusiasmo; ni más ni menos que empujando al sobrinito en la hamaca o agitando una coctelera. Este movimiento, allegro molto vivace, provocará un característico rumor metálico que indicará, sin ninguna duda nos dice ella, la presencia de las llaves dentro del bolso.
-         ¿Dónde?
-         Ahí mismo- responderá como si indicara algo evidente.
-         ¿En qué parte?- insistirá uno, que ya empieza a mirar a ambos lados al calle vacía y le gustaría estar en el ascensor para continuar la historia de esa noche…
-         Adentro del bolso, esperá que enseguida las saco- su sonrisa es tan linda que uno deja que ella continúe la operación.

Hasta el momento no he conocido mujer que no haga sonar su bolso primero para verificar la presencia de las llaves; es casi una ley natural, física o quizás una constante universal, como la gravedad, vaya uno a saber.
Terminada esta primera fase del operativo, podríamos llamarla sonora o polifónica porque no sólo suenan las presuntas llaves, comienza la parte dos.

Es la etapa táctica.
No por que se proceda con arreglo a cualquier tipo de estrategia… sino porque se basa exclusivamente en el tacto, con independencia del uso de cualquier otro sentido.

Aquí el parapeto es particularmente útil. Si tal muro no estuviera, nuestra bonita acompañante optará por sentarse en el piso, provocando en su acompañante la necesidad de sentarse a su lado… cosa no tan difícil como lo será levantarse luego ¡qué uno ya no tiene veinte años!
 El rostro de nuestra amiga, y el nuestro por reacción, se convierte en un reflejo de las alternativas de la búsqueda; desolación o expectativa… ¿Dónde están las llaves de…?

La fase táctica tiene una duración variable, pero nunca, jamás, resulta efectiva. Digamos que es perfectamente inútil, pero ninguna dama que se precie de tal dejará de llevarla a cabo. Es algo que se trasmite de generación en generación; consagrado por el uso, por así decir.

Llegamos, de este modo, a la tercera etapa, a la esperada fase tres, a la resolución del enigma planteado ante la puerta cerrada… a las dos de la mañana de un sábado… calle desolada, ruido de pasos….

Esta tercera parte corresponde al análisis, a la separación, a la disgregación de una entidad en sus factores componentes. Es como si se desarmara el motor del auto, se desmontaran los componentes de un equipo informático, o se procediera a una autopsia.

Ella comienza a extraer del bolso todos los objetos que guarda con el inteligente propósito de, por descarte, extraer las ansiadas llaves.

Uno se relaja, sí el varón es medio estúpido y no aprende de la experiencia, y se dice:
-         Bueno, enseguida van a aparecer. Al fin y al cabo, ¿qué tantas cosas pueden caber en un simple bolso?
Cartesianos por temperamento calculamos que el volumen del objeto, limitado, limita, por definición, la cantidad de objetos que contiene. Craso error que repetimos con la insistencia propia de nuestro género. Si uno hace las mismas cosas, dijo alguien que no sé si fue Einstein o Marcelo Tinelli, tiene que lograr los mismos resultados…


La poseedora del bolso comienza, entonces, el metódico proceso de vaciado del mismo. Los más diversos cuerpos materiales se apilan en mayor o menor orden, en el parapeto antes mencionado o se agrupan en torno de las lindas piernas de nuestra amiga…

Una enumeración exhaustiva de los mismos sería imposible. Hay algunos, sin embargo, que nunca, por ningún motivo, pueden faltar en ese misterioso receptáculo de lo inverosímil llamado bolso femenino:

Un cepillo para el cabello, con folículos pilosos de diversos tonos y colores  agrupados en alegre desorden entre sus cerdas… ¿Pero vos no eras rubia? dice el tipo, ignorante como todo macho de que las tinturas existen desde la más remota antigüedad.

Peine, para el ídem… y no, mejor no preguntar si el peine y el cepillo no vienen a ser casi la misma cosa, con idéntico fin. A menos que uno quiera una clase, teórico práctica, sobre el arte del peinado y sus importantes consecuencias estéticas… que lo hará sentirse un bárbaro procedente de los confines de la civilización, además.

Rimel: peculiar sustancia, de composición desconocida, que suelen usar para marcar con una delgada línea negra … bueno, no sé que se marca con exactitud, pero supongo que las pestañas o alguna zona aledaña. Esto se hace  con el fin de que se corra cuando lloran y uno se sienta más culpable de lo que sea que haya hecho mal…
Una dama que no tenga rimel en su bolso es siempre alguien de cuidado. Peligrosa. Puede ser una psicópata que en lugar de culpa quiera acomodarte un par de tiros cuando descubra en tu agenda el número de tu ex… Si no tiene rimel, muchacho argentino, aléjate de ella…

Polvera. En el 99,9 % de los casos con espejo integrado. Llegada aquí la búsqueda, nuestra gentil compañera la interrumpirá decididamente para abrir la mentada polvera y mirarse en el espejito… que está más sucio que el retrovisor de Raikonnen después del Dakar…
La polvera femenina es la envidia de un Van Gogh, un Gaugin o hasta un Miguel Ángel… tanta variedad de colores, tonos, matices en un espacio tan reducido. Para uno, que no es siquiera pintor de brocha gorda, la misma descripción del objeto plantea un problema: el del vocabulario. Varones y niñas aprendimos en la Primaria que hay siete colores del Arco Iris… sólo siete,  de los cuales el índigo sigo sin saber muy bien cuál es… Las chicas, en el curso de su vida, aprenden cientos, ¡qué digo, miles!, de colores. Colores con los nombres más inverosímiles: chocolate, petróleo, habano, fucsia (chocolate y habano me los imagino, aunque me parecen idénticos, pero ¿fucsia? ¿qué diantres es una fucsia?...)
Como sea.
La polvera es otro adminículo indispensable en todo bolso que se precie. Viene con una elegante brocha que, análisis forense mediante, testimonia las combinaciones de colores que su poseedora ha experimentado… como diría el orador, las palabras me faltan para describirlas.
Después de la polvera, inesperada como liebre de la galera o aumento de tasas y servicios, sale la agenda.
¡La agenda! Un estudio extenso de la misma llevaría más tiempo del que disponemos pero cabe destacar que siempre, sin excepción, esta agenda tiene dos características ineludibles, a saber:
Primero; está como indigestada de papeles, papelitos, documentos, manuscritos y hasta papiros supongo guardados por su poseedora desde tiempos inmemoriales, por si acaso.
El número de celular de la amiga de un compañero de trabajo que conoce a alguien que puede conseguir un turno en… convive con comprobantes de extracciones del cajero que datan de los tiempos del corralito, se codea con el ticket de la perfumería, la receta de esas pastillas para adelgazar que nunca se compró y esa servilleta que él le regaló en una noche romántica y escasa de soporte para escritura. Aclaremos que él no es uno, por supuesto, sino un él de hace mucho del cual ella dice que se olvidó…
Tantos papeles asoman entre las hojas de la agenda que ya parece un bibliorato… peor; un expediente de oficina pública, si bien en realidad no es sino un valioso repositorio documental, un archivo, que sintetiza los últimos quince años de vida de nuestra amiga.
La segunda característica de la agenda que vemos salir del bolso es que responde, puntualmente, a la personalidad de la joven en cuestión.
Prolijamente encuadernada en cuero negro, con sobrios apliques metálicos, definen a una mujer segura de sí misma, eficiente, secretaria competente y organizada.
 Colorida, con diseños geométricos o no figurativos indica una personalidad amante de las artes, imaginativa y un poco bohemia, pero sin salirse de los límites de lo establecido. Si los colores son estridentes, si notamos mandalas, símbolos indígenas, jeroglíficos mayas o runas estamos ante un ejemplar moderno de mujer hippie en busca de encontrar un compañero que le permita trascender más allá de los sentidos.
Una agenda con el diseño de Kitty, a su vez, es síntoma de una encantadora joven que se conecta con su niña interior, abierta a la fantasía, al juego… ¡e increíblemente caprichosa!
Y podríamos seguir; Maitena para las cuarentonas separadas que la juegan de feministas a la espera del inexistente príncipe azul, Coelho para las que se sienten profundas pero no tanto, Galeano o Mafalda indican diferentes niveles de compromiso social (el primero para docentes de Amsafé Rosario, el segundo para docentes que no se meten en política… pero se sienten “comprometidas”)
En cualquier caso; si ver la encuadernación de la agenda es una experiencia instructiva, mucho más lo sería el examen de su contenido. Tarea imposible pero que nos depararía inenarrables sorpresas… y evitaría esos malentendidos que terminan en el Registro Civil un año después… y en Tribunales pasados los cinco…
Dejemos de lado, con todo, este pedagógico recorrido por la agenda de nuestra compañera… y olvidemos los números telefónicos sin el 4 adelante, las direcciones de mail con dominio UOL y las diferentes claves del cajero, el correo y la sesión en la oficina… todas evocadoras de algún cumpleaños importante.
Dejémoslas porque ahora el bolso proyecta hacia el exterior unos cuantos bolígrafos, algunos de colores inverosímiles, dos resaltadores, el liquid paper, un par de sacapuntas, un capuchón que no corresponde a ninguno de los bolígrafos antes mencionados, clips, ganchitos mariposa, quizás alguna chinche, un rollo de cinta scotch, varias banditas de goma, grampas de la abrochadora, tres hebillas para el pelo y un lápiz que, contra lo que pudiera pensarse, no sirve para escribir sino para atarse el cabello… y otro que se llama delineador ¡vaya a saber por qué!
Un amigo mío jura que vio una llave de cruz y una Kalashnikov junto con esta miscelánea de objetos… pero se trata de un tipo exagerado… ¿para qué querría una llave de cruz una mujer?
-         ¿Ya encontraste las llaves?- pregunta uno con la mayor dulzura de la que es capaz, dulzura que no puede evitar un cierto tono de fastidio que ella podrá o no notar, dependiendo del grado de interés que tenga en nuestra compañía. Digámoslo de una vez, siempre lo notará (y peor aún, lo guardará en su disco rígido de un terabyte) pero si le resultamos atractivo, deseable o meramente necesario, hará como si le hubiésemos preguntado por qué está tan bella y nos contestará con esa voz que nos desarma:
-         Todavía no, dulce… pero tienen que estar por acá…
-         ¿Por acá?
-         Sí, lindo, en el bolso…- con una voz tan inocente que uno estaría dispuesto a testificar a su favor incluso ante un tribunal del pueblo en China.

Y sigue el repertorio de objetos en el bolso.
Billetera, no para llevar el dinero, que puede estar suelto, distribuido en diferentes monederos y escondido en el corpiño…
La billetera alberga diversas tarjetas, algunas con vencimiento en mayo de 1999, el pase de multijuegos del sobrinito, el carnet de Central, con el cupón de la última cuota paga firmado por Vesco, la tarjeta sin contacto del Bondi, cinco o seis tarjetas que testimonian sucesivos aumentos de la tarifa, un cospel del subte de cuando fue al recital de Sting y la entrada para ver a Soda Stéreo en San Nicolás… Junto con las fotos de la familia hasta la tercera generación en grado colateral, amen de ciertas instantáneas que, mejor no preguntar, están violentamente recortadas. A veces un envoltorio de Tubby 3 completa la galería de recuerdos que otras personas llaman billetera.
Un monedero, sin monedas. Un paquete de algo que alguna vez fue un alfajor. Un pendrive (¡mirá vos, así que estaba acá!, dice ella mientras comenta que tuvo que comprarse otro porque no lo encontraba… y que acaba de volver a olvidarlo). Una calculadora, cuya única función es hacer sumas. Y la lista sigue y sigue…

Tres encendedores.
-         ¿Fumás tanto?
-         No, tontito, uno es mío pero no funciona, el otro es de mi amiga que me lo prestó… el otro ¡qué cosa! No sé como apareció acá…

Aclaremos que la presencia del encendedor no implica que su portadora sea fumadora, parece que tiene varias utilidades, calentar la punta del delineador, derretir la punta de acetato de los cordones, prender las velitas del cumpleaños… y prestárselo a una amiga que olvidará devolverlo.

Los cigarrillos tampoco implican una fumadora. Pueden estar como recuerdo de una pareja que lo era, como resabio de un vicio que se intenta dejar o porque, benditas amigas, alguna de ellas se los olvidó en la oficina y cuando la vea se los devuelvo. Si las explicaciones no son verdaderas, al menos resultan verosímiles.

Dos, a veces tres, lápices labiales. Tonos inextricablemente distintos, al menos eso dicen porque para mí rosa hay uno solo.
Uno de estos labiales, curiosamente, tiene un extraño compartimento destinado a una diminuta pila, como la de los relojes, que amerita la pregunta.

-         ¿Un lápiz de labios a pila?
-         No, tontito- en un tono que uno creería destinado a un niño de salita rosa, nivel inicial- es un juguetito… personal… si te portás bien te muestro como funciona.
-         No gracias, soy grandecito para los chiches.
Ella se ríe, ¿de qué?, ¡quién sabe! y sigue desenterrando cosas del bolso, morral o zurrón mágico…

Libreta de teléfonos, no confundir con agenda.
Teléfono celular. Extrañamente con un tono de llamada muy similar a ese que sonó, indiscreto, durante toda la película… y que nadie se molestó en apagar.
Estuche de lentes de sol; no importa que la haya pasado a buscar a las nueve de la noche. La mujer moderna no sabe donde y en qué condiciones podrá amanecer.
Estuche de lentes recetados (¿presbicia?, ¿no me dijiste que tenías treinta años?)
Pastillero, si ella es del tipo metódico, de lo contrario varias cajitas de medicamentos contra las más peregrinas pestes… cajitas vacías en su mayoría. La exploración posterior determinará que los blisters, o incluso las pastillas sueltas, vagan cual moléculas en estado gaseoso por todo el interior del bolso.
Pinzas (en plural) depiladoras. Alicate o cortauñas. Esmalte, dos frasquitos, quita esmalte, un resto de la caja de tintura con el código del último tono elegido (lleva el inverosímil nombre de caoba intenso o ceniza caramelo). Cargador del celular, modelo anterior al que lleva en el bolso, un par de auriculares, bolsita vacía por las dudas…

-         ¿Y las llaves?
-         ¡Querés tener un poco de paciencia! Están acá- el tono ya es casi maternal, no por el cariño, sino por lo terminante.
-         Acá ¡dónde?
-         En el bolso. Si me dejás buscar tranquila…

Pañuelos de papel, servilletas de papel, trocitos de papel.
Estampita de San Expedito, no por creyente, sino porque… ¡bueno, te vas a poner a cuestionar mis creencias!
Crema para manos.
Crema para el rostro.
Crema maquilladora.
Crema desmaquilladora.
Alcohol en gel… no vaya a ser que la gripe A…
Un chocolate.
Un bon o bon.
Un envoltorio de bon o bon.
El estuche interior de los huevitos Kinder, repleto de monedas.
Pinzas que parecen sacadas de un museo de la inquisición, pero que, explica bondadosa, son para rizar las pestañas…
Una caja de chicles.
Una linterna (a veces se corta la luz, aclara) y un cabito de vela (de cuando se cortó la última vez, dice).
Un saquito, por las dudas. Un sobrecito de azúcar, otro de edulcorante, uno más de café instantáneo.
El paraguas portátil.
Dos sobres de preservativos… el chico siempre dice que se los olvidó en el otro pantalón pero a ella “no la engañan más”.

Y al fin, en el fondo, en el último recoveco del bolso, allí donde nadie esperaba encontrar ya nada… relucientes, pulidas, mecánicamente perfectas… ¡las llaves!

Ella sonríe, uno también sonríe mientras relojea a esos pibes, gorrita y birra, que pasan por la calle, prueba las llaves, las gira, las saca, vuelve a ponerlas, las gira una vez más…

-         Dejame a mí.
-         Si yo no pude vas a poder vos, ja…
-         Pruebo, a lo mejor…

Pero nada. No giran, no abren. Los pibes están más cerca, las llaves están trabadas.
Ella se ríe, se ríe fuerte, uno la mira. ¿Risa de temor? ¿Habrá enloquecido? ¿Pasa algo gracioso?

En sus manos tintinea un, otro, manojo de llaves.

-         No lo vas a poder creer… las tenía en el bolsillo. ¿Vamos?

Y en menos de lo que lleva decirlo, el despliegue de objetos que portaba el bolso retorna a su inmensa, infinita, morada y uno la sigue obediente hasta el séptimo piso…
Sí, su bolso es un desastre pero, como diría el Indio; “ella es tan linda…”



domingo, abril 07, 2013

Opinando, que es gerundio...

Al modo de Juan de la Cruz... "decíamos ayer..."
No, no estuve preso en los calabozos de alguna de las Tres Santas. Tampoco cuestión de censura, más bien falta de ganas y exceso de trabajo.
Con las cosas un poco más ordenadas me siento y pergeño algunas ideas de esas que me andan dando vuelta.




Mucha, muchísima gente, opina. Lo bien que hace, opinar es un derecho, uno de esos derechos que le debemos a esa Modernidad tan denigrada por algunos. Opine, mi amigo, opine y comprométase con su opinión. Juéguese. No repita lo que otro dice, aporte lo suyo.
Más aún, avance más allá de la opinión y ensaye la argumentación. Busque elementos, racionales, compartibles, comprobables para defender su punto de vista. 
Razone, piense, escriba con mediana claridad. 
Y bánquese el debate, mi amigo. 
Bánquese que el tipo o la mina que están del otro lado opinen diferente, esgriman otros argumentos, busquen derribar sus tan caras certezas. 
No empiece con la cantinela: yo digo lo que pienso, merezco respeto... Nadie se lo está faltando cuando le dice que no, que no piensa lo mismo, que por A o por Z considera que usted se equivoca. 
Aguántese, incluso, algunas falacias y soporte firme los manidos argumentos ad hominem... sabrá que son el último recurso de quienes carecen de razones.
Si tiene ganas de ejercitar un poco ese deporte de riesgo llamado dialéctica aproveche para debatir con quienes no tienen las mismas ideas que usted, o con aquellos que las tienen parecidas, o hasta con esos que siempre se desconciertan cuando no pueden clasificarnos con comodidad. 
El debate, como tantas otras gimnasias, tiene varias ventajas.


Tonifica la mente.
Enseña la paciencia de escuchar al otro (y de bancarse las imbecilidades).
Fortalece las propias convicciones.
A veces, pero sólo en practicantes avanzados, permite clarificar lo que uno piensa y, lo mejor de todo, incorporar las ideas del prójimo para formular mas claramente las propias. Hasta puede ser que uno descubra que puede cambiar de opinión; lo cual no es tan malo como se dice por ahí. Coherencia es una cosa, obcecación, otra...

Por último, pero no menos importante, nos mantiene alertas ante tanto loro que anda por ahí creyendo que repetir consignas es lo mismo que pensar.


Y de eso, del debate, tratarán las próximas entradas de este blog que, como el Gato Félix (¿te acordás de Carlos Aurelio Martínez? ) renace de sus cenizas...

Y ahí te quiero ver...