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martes, noviembre 20, 2007

12 (de la columna de clasificados)

Doce, por la reverencia debida a los números sagrados, y no más son los que busco.

Doce Patriarcas. Doce Profetas. Doce Apóstoles. Doce Hombres Justos. Doce Pares de Francia.








Deberán amar las palabras como se ama la carne y la sangre. Deberán padecer el goce de escribir. Deberán respirar el aliento vital de los vocablos. Deberán engarzar con dedos hábiles párrafo tras párrafo de inanes predicados tras un único (pater noster...) sujeto en un brutal rosario opresivo y liberador; de preferencia oximorónico.

















Doce Tribus. Doce Constelaciones. Doce Planetas. Doce Meses en el Año.

Deberán sentir en sus espaldas el peso de la Historia. Deberán ser contemporáneos de Ejnatón y de Kropotkin. Deberán tratar de igual a igual con las sombras de los muertos. Cenarán cada noche pirámides y ziggurats, babeles de papiros polvorientos, pérgamos arrasadas por el fuego, carabelas pobladas de fantasmas e islas de nombres olvidados. Deberán estar silénicamente ebrios de pasado.









Doce Caballeros. Doce Reyes de la idílica Feacia. Doce Hijos de Atlas. Doce Sabios. Doce Dioses en el feliz Olimpo. Doce Naciones bajo el dosel del Cielo.










No pido blasones, no leeré curriculums vitae, no ofrezco salario, bolsa o comisión. No atraigo, ni rechazo.

Doce efímeras polillas busco para unírmeles en su loco vuelo y perecer, trece, en las obsesivas llamas de un fuego de verano.




sábado, noviembre 17, 2007

Vigilia de amor

Anoche te miré dormir;

tus ojos cerrados,

los labios, tan suaves, tan ansiados,

el pecho que subía y bajaba.

Soñando ¿quién sabe con quién?

Me quedé un largo rato

velando a tu lado

sin siquiera animarme

a quitar tu cabello del rostro

sin atreverme apenas

a cubrirte de besos

silenciosos y calmos

Anoche te miré desnuda;

tan sedosa y tan deseable,

tan ajena, tan lejana

pero a la vez la misma

que descubrió a mi lado

el placer de dejarse querer,

el gozo de caer desde el cielo

en mis brazos abiertos

perdiéndote en besos profundos

y en hondos abismos de dicha.

Anoche te vi dormida.

Y volveré a verte hoy,

y seguiré en las noches, velando

tu sueño

sin descanso y sin reproche

sin esperar más amor

que el que siempre me diste

atento a tu deseo

pendiente de tu respiración

suspenso en la esperanza

de que despiertes

me sonrías y,

como en esos años de nostalgia,

tiendas tu brazo dormida

y me lleves a tu lado

sin dejarme escapar

nunca más.

sábado, noviembre 10, 2007

Ser ateo es ser libre.






















Inicio, con este, una serie de artículos acerca de que significa, para mí, ser ateo y el por que de esta toma de posición.

Es parte de un movimiento mundial de autoafirmación, una manera de hacernos visibles y de decir: ¡eh, un momento, los ateos no somos criminales, desviados o monstruos!























Es, también, un testimonio personal de una manera de ver el mundo que no pretendo imponer (ya diré por qué no soy ateísta) pero sí difundir y animar a más y más personas a que experimenten la misma felicidad que yo vivo al descubrir, maravillado, un mundo sin dioses...

Como de costumbre espero sus comentarios.

Como de costumbre sé que no habrá demasiados...

Ser ateo es ser libre.

Sin dudas es una opinión muy personal; pero lo cierto es que no creer en ninguna divinidad proporciona una estimulante sensación de libertad y serenidad.

No hay nadie allí. No hay un ojo mirando, fisgón, ni tampoco otro con quien hablar.

Estoy solo, gloriosamente solo, excepto (gran excepto) por mis amigas y mis amigos. Vos entre ellas o ellos…

Esto es una apuesta inversa a la de Pascal.

Es una apuesta por la cordura y por la madurez. O, lo que es lo mismo, un rechazo a la locura y a la fantasía en cuanto normas de vida.












La locura sensata de la fábula, la quijotesca locura creativa, la fantasía que se reconoce como tal, que divaga por el mero placer de extraviarse en senderos desconocidos son maravillosas; las reivindico y las conservo a mi lado como compañeras de ruta.

Alejo, sí, de mi corazón esa locura frenética que se yergue en cordura, esa fantasía ebria que se dice realidad. Esa necesidad de un mundo ilusorio para poder sobrevivir en éste.

Ser ateo, con orgullo lo digo, pero sin soberbia, es lo mejor que me pudo haber pasado.

En las áridas arenas del exilio que he vivido, ha sido para mí un estímulo y un consuelo no haber caído tan bajo como para buscar el consuelo de un dios…

viernes, noviembre 02, 2007

2 de noviembre, día de los fieles difuntos


Dice la jaculatoria...

He de morir
más no sé cuándo.
He de morir
más no sé dónde.
He de morir
más no sé cómo.

Lo que sí sé
es que,
si muero en pecado mortal,
me condeno para siempre...

¡Maravillosa mitología!
Vivir pendiente de la muerte. Vivir para el instante de la aniquilación. Vivir en el temor de; ¡justo ahora!, pecar, caer, fallar, desfallecer, errar el blanco y perder, así, cualquier atisbo de salvación, haciendo completamente inútil todo cuanto se ha vivido. Convirtiendo la vida entera en un derroche que culmina, no en la nada, esto sería soportable, sino en el Tormento Eterno. ¿Es eso vivir, acaso?. Más bien es morir cada día.

Caminar sobre un terreno minado de tentaciones. Transcurrir en el miedo, más aún, en el temor del descuido, de la inopinada culpa.

¿Puede imaginarse esto?

No es tan ajeno y lejano.
Miles, millones, lo han padecido creyendo, satisfechas, haber llegado a la cima de los valores morales, orgullosas de la espada pendiente sobre sus cabezas y llamándola Virtud.

No es tan ajeno y lejano.
Millones hoy lo creen, millones esta hermosa noche esperarán la muerte suspirando de terror por sus, reales o imaginarias, culpas.

No es tan distante y extraño.
Muchos más de los que suponemos, más allá de si musitan oraciones o se entregan a la meditación o, incluso, se duermen mirando una pantalla de TV, cargarán este peso en sus espaldas.

He de morir. Soy culpable. Todo camino está cerrado.

Y sin embargo.

Sin embargo, estas palabras se pensaron como un reaseguro de la moralidad, como el freno que la conciencia social imponía a un cuerpo siempre díscolo, siempre rebelde, peligroso en su fecunda exhuberancia, temible en sus húmedas oquedades.

Sin embargo, estas palabras deberían guiar la vida, pensaban sus formuladores, una vida que era sin duda una preparación para la muerte ¿no lo es siempre, acaso?, palabras que debían hacer cotidiano lo inevitable y darle un regusto épico a la gris rutina de trabajar y dormir, dormir y trabajar, esperando el día del descanso eterno.