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jueves, agosto 21, 2008

A long time ago, in a galaxy far, far away...

Uno de los post que más comentarios reciben es el dedicado al Libro de Mormón, es evidente que los muchachos LDS (Latter Day Saints=Santos de los Últimos Días) están muy activos en la Red...En éste agrego detalles poco conocidos de su mitología. No tengo intención de ofender, sólo de contar una buena historia...

En algún lugar del espacio profundo se encuentra el planeta (otros dicen estrella) Kolob. Un mundo paradisíaco con un extraño periodo rotatorio de mil días (es decir que un día kolobiano es un milenio terrestre) lo cual seguramente trae serios problemas a su medio ambiente.

En Kolob, o cerca, reside Dios. Un ser maravilloso, de gran poder cuyo cuerpo es el de un hombre maduro, de raza blanca.

La serie televisiva Battlestar Galactica estaba basada, en parte, en los mitos mormones.

Fuerte, autocrático y omnisciente, este súper ser no ha creado el Universo, ni la materia, que es eterna, y convive con miles, quizás millones, de inteligencias espirituales.

El nombre de este Dios es Elohim, pero también se lo conoce como el Padre Celestial y es posible que comenzara siendo un hombre, como nosotros, pero que con el devenir de las edades haya llegado (por caminos de los que poco y nada se nos dice), a convertirse en una divinidad.

De un modo misterioso, o no tanto porque algún himno mormón habla de la Madre Celestial, Elohim creó cuerpos espirituales (sea lo que sea eso) para algunas de esas inteligencias que vinieron a ser, así, su hijos. El primero de estos seres no fue otro que Jehová (el dios hebreo Yahvé), conocido desde su encarnación en el planeta Tierra como Jesús. Jehová, pues, es Dios pero un tanto menor que Dios, un igual no tan igual...

El Padre, quizás en sus noches de insomnio, diseñó una suerte de proyecto o plan director con la finalidad de que todos estos cuerpos espirituales llegasen a tener un cuerpo físico como el suyo y de este modo lograr "la completa felicidad" convirtiéndose en dioses de mundos por venir. Como el régimen de Kolob era una especie de monarquía constitucional, Dios convocó a un concilio de todos sus hijos para exponer los fundamentos de su proyecto. No parece que se tratara de una asamblea deliberativa, sino más bien informativa, y no se registra que, al menos en la sesión, hubiese voceros de la oposición...


El plan divino era de una sencillez asombrosa; los cuerpos espirituales serían enviados a un lejano planeta; la Tierra, donde recibirían un cuerpo físico. Allí, olvidados de su vida previa, deberían hacer la experiencia de ejercitar su libre albedrío escogiendo el bien, es decir la voluntad divina que podía incluir algunas acciones moralmente cuestionables como la guerra, la coerción y el robo de tierras, antes que el mal.

Como un auxiliar para estos seres exiliados; Elohim enviaría a un Líder plenipotenciario de manera que, siguiendo sus enseñanzas, aceptando su autoridad y renunciando al libre albedrío, fuese más fácil el ejercicio de la libertad...

Esquema simplificado, y traducido al inglés, del Plan Divino

Como si de una clase de obsequiosos alumnos se tratase; varias manos se alzaron para solicitar el privilegio de ser nombrado Líder de la misión, la elección divina, empero, recayó en Jehová (el futuro Jesús, ¿me siguen?) quien quedó designado desde entonces como Mesías.

No todos estuvieron de acuerdo con esta decisión. Lucifer, otro de los hijos de Dios, quería el puesto y tenía sus propias ideas al respecto. En efecto, su pretensión era que los futuros humanos fuesen obligados directamente a obedecer, más bien que guiados por sutiles presiones, y que se le otorgase esa misión a él mismo, quien sabría llevarla a buen término. En fin, la vieja disputa entre los incentivos morales y los materiales, condimentada con un debate acerca del liderazgo, lo que prueba que hasta en el Cielo "se cuecen habas".


Como resultado de esta discrepancia estalló la Guerra Celestial. Lucifer logró el apoyo de un gran número de rebeldes y se enfrentó con Jehová y sus tropas leales. No hay crónicas certeras de este conflicto, pero se sabe que Jehová fue el vencedor y que los rebeldes fueron expulsados de Kolob, quitándoseles la Tarjeta Verde (o su equivalente) que les permitiría encarnarse en cuerpos físicos.

Lucifer se convirtió de este modo en Satán, y sus aliados en demonios, dirigiéndose raudamente a la Tierra para molestar a sus futuros moradores e incitarlos a escoger el Lado Oscuro. Algunos añaden que, en consonancia con esta elección, su apariencia se volvió desagradable; es decir que se convirtieron en ángeles de piel negra.

El caso es que la Tierra no estaba todavía creada, por lo cual Elohim tuvo que proceder a formarla.

La tarea fue confiada a Jehová, para lo cual le fue otorgado el sacerdocio de Melquisedec (el mismo que hoy ostentan muchos líderes mormones), sacerdocio que es definido como un "dominio soberano".

En este trabajo de construcción, que hace recordar al Demiurgo gnóstico, Jehová contó con el auxilio de varios seres espirituales, ansiosos por ornamentar su futuro hogar, entre los cuales estaba Miguel, el famoso arcángel que se había destacado en la Guerra Celestial.

Una vez que se terminó de formar la Tierra, Dios mismo, con la asistencia de Jehová, hizo el cuerpo del primer hombre: Adán, tomando como modelo su propia persona, es decir que Adán era rubio, alto y de ojos celestes... ¡bueno tal vez, verdes!.

En cuanto al espíritu o alma del primer hombre, el propio arcángel Miguel se encarnó en él.

En cuanto a Eva no se sabe quien sirvió de modleo, ¿la Madre Celestial tal vez?, pero lo cierto es que recibió el espíritu de una de las hijas de Dios.

Adán y Eva, como se sabe, fueron colocados en el hermoso Jardín del Edén, (que no estaba, según una errada y extendida interpretación, ubicado en algún lugar del Medio Oriente sino en las cercanías de Independence, Missouri, Estados Unidos) y allí Dios les dio dos órdenes fundamentales; una de ellas positiva: tengan chicos (habría que imaginarlo a Dios con la voz del Padrino) y la otra negativa, la relativa al famoso Árbol del Conocimiento.


Es de público dominio que Eva y Adán tentados, según declararon el juicio sumario que siguió, por Satán comieron del fruto, fueron expulsados del Paraíso y tuvieron que avenirse, ellos y sus descendientes, a sufrir la muerte. Hete aquí, sin embargo, que esto no fue tan malo después de todo.


En efecto, los LDS aseguran que todo ya estaba previsto y que la caída les permitió, además de conocer el bien y el mal, ser capaces de hacer bebés…por lo cual se considera que el pecado de Adán fue la condición necesaria para que los humanos existiéramos, así lo afirma la misma Eva en el Libro de Moisés (inútil buscarlo, no está en la Biblia):

"Y,Eva su esposa, oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo: De no haber sido por nuestra trasgresión, nunca habríamos tenido posteridad ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes".

Es decir que por ser desobedientes lograron el premio de aquellos que son obedientes ¿está claro?

Como sea, el caso es que los nuevos nacidos no podían regresar a la presencia de Dios, por lo cual el Plan se estaba cumpliendo y sólo faltaba la llegada del Mesías.

Unos cuatro mil años después de que Adán fuese enterrado en Adam-ondi-Ahman (un valle de Missouri ¿dónde sino?) Jehová vino al mundo en "el país de Jerusalén", engendrado por Elohim en María (dicen que de un modo parecido al que utilizaba Zeus con las mujeres mortales), momento en el cual tomó el más conocido nombre de Jesús.

Jesús, de quien también se dice que estuvo casado, organizó no una, sino dos iglesias como puntales para su misión terrestre, que consistía, como vimos, en preparar el regreso al planeta Kolob de los hijos de Dios; ahora con cuerpo físico.

Una de estas iglesias estuvo ubicada en el Mediterráneo Oriental, la otra en algún lugar de América (el istmo de Tehuantépec para algunos, la región de los Grandes Lagos para otros).

Ambas, sin embargo, fracasaron en su cometido.

La iglesia del Viejo Mundo fue presa temprana de la corrupción y se volvió una entidad abominable.

Más pura, la iglesia americana duró casi cuatrocientos años hasta ser destruida por sus enemigos, los indios lamanitas...

El plan parecía fracasar, Lucifer era ahora el Líder indiscutible del planeta Tierra y el retorno a Kolob parecía imposible para los hijos de Dios.

No todo, sin embargo, estaba perdido, mil ochocientos años después surgía una nueva esperanza destinada a reparar los errores de Jesucristo.

Érase un joven granjero, que vivía en un remoto rincón del condado de Wayne, estado de Nueva York…



Todo cuanto se cuenta aquí ha sido tomado, y chequeado, en fuentes del movimiento LDS y se basa, sobre todo, en las traducciones que hizo José Smith de unos papiros egipcios que resultaron ser escritos de la "propia mano" de Abraham, el Patriarca bíblico. Investigadores modernos, incrédulos, sostienen que en realidad se trataba de vulgares copias de un texto egipcio tradicional; El Libro de los Muertos pero, por supuesto

¡ellos no han orado para recibir sabiduría!

Facsímil de una parte de los papiros traducidos por Smith. Según él es una escena de la estancia de Abraham en Egipto, según los egiptólogos parte de los rituales funerarios en el país del Nilo.


Este video, un joyita, resume muy bien las creencias mormonas y lo hace en forma de dibujos animados. Tengo entendido que ha sido "prohibido" por la Iglesia LDS, pero vale la pena verlo (aunque esté en inglés)


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gadores modernos, incrios. odo enpados morales y los materiale ha llegado por caminos porco

miércoles, agosto 20, 2008

Primera Directiva







Lo confieso, soy un fan de Viaje a las Estrellas (Star Trek), un poco por "aparato" como dice una amiga, un poco porque es una de las series de Ciencia Ficción más inteligentes y además porque... pero no es ese el tema.


En los viajes espaciales que imagina la serie, los protagonistas; pertenecientes a la muy democrática y multicultural Federación Unida de Planetas, (una especie de EE UU como deberían haber sido, una suerte de ONU más eficaz) suelen encontrarse con civilizaciones alienígenas en distinto grado de evolución tecnológica.


Las relaciones que entablan con ellas, y que dan origen al conflicto dramático, están codificadas en una suerte de código ético conocido como Primera Directiva (o Directiva Principal, según las traducciones, en inglés es Prime Directive) que establece básicamente la no interferencia de los viajeros en el desarrollo social o cultural de las sociedades que estén en una etapa tecnológica "inferior"; es decir que no tengan naves capaces de viajar entre sistemas estelares.

En otro momento y lugar podríamos hablar de lo que implicaba esta característica de la serie (ideada por su creador Gene Roddenberry) para la narrativa televisiva de su época y en relación con una visión filosófica que es, en último término, de raíz iluminista. Hoy quiero concentrarme en un aspecto más cotidiano.

Sin necesidad de exploraciones estelares podemos encontrar, en este mundo nuestro, diversas culturas diferentes. El proceso de globalización, iniciado en el siglo XV, hace que unas y otras se relacionen cada vez más, pero hoy sabemos que siguen existiendo grandes diferencias entre ellas.

La Historia ha sido la gran forjadora de estas distintas visiones y maneras de estar en el mundo.

A lo largo de los siglos cada comunidad humana ha desarrollado su propia escala de valores y la ha codificado en la forma de costumbres ancestrales, tradiciones religiosas, relatos mitológicos o fórmulas legales. También el contacto entre estas culturas; que puede ir desde las relaciones de dominación, incluso de explotación, hasta las de simple vecindad determinó respuestas que hoy nos afectan a todos.

El problema es, entonces, el de la convivencia y el respeto.

Algunos pensadores plantean que las costumbres y la moral de una de estas culturas, en concreto la Occidental, deben servir de norma para todas las demás. Señalan que Occidente, en alguna de sus variantes; anglosajona, latina o eslava, es la única cultura capaz de reflexionar sobre sí misma, la única que se plantea la moral de sus actos y la única, en fin, que puede garantizar un equilibrio entre deberes y derechos entre todos los humanos. Otros añaden, aún, que el formidable desarrollo tecnológico de Occidente es prueba de su capacidad, que ese mismo desarrollo es consumido ávidamente por las demás culturas del mundo y que, por lo tanto, el modelo occidental debe prevalecer sobre los demás.

La Primera Directiva, para los sostenedores de esta posición, no podría aplicarse en nuestro planeta por la sencilla razón de que la cultura occidental es la meta que deben alcanzar, más temprano que tarde, todos los seres humanos.

En otros ámbitos se cuestiona esta postura y se marcan los enormes crímenes que promovió la conquista occidental del mundo, así como el desprecio por las demás culturas de la Tierra a las que, muchas veces, calificó como inferiores.Proclaman que la tolerancia y el respeto son valores esenciales para la convivencia entre los seres humanos, por lo que toda cultura tiene derecho a seguir sus propias costumbres y normas. El avance tecnológico no da derecho a ninguna prerrogativa y de hecho muchas de las sociedades consideradas “inferiores” poseen principios y valores que superan a los de Occidente y, en algunos terrenos, como la medicina, la ecología o la filosofía lo superan ampliamente.

Los defensores de esta tesis abogan, pues, por una suerte de Primera Directiva adaptada a nuestro planeta en la cual se supriman los juicios de valor sobre otras culturas y no se interfiera con su desarrollo interno.

Estas dos posiciones dejan de ser teóricas cuando nos encontramos con la necesidad de dar una respuesta concreta a la realidad de los movimientos masivos de población, a la presencia de grupos étnicos de diverso origen conviviendo en el mismo territorio, a los reclamos de autodeterminación de distintos colectivos humanos que reivindican sus culturas ancestrales, a los enfrentamientos entre portadores de diferentes visiones del mundo, al miedo al extraño y a la xenofobia.

Si nos decantamos por la solución de los que ven en Occidente la expresión más avanzada de la cultura humana y el modelo a seguir, debemos preguntarnos:

¿Se deben imponer esas normas por encima de aquellas que son tradicionales entre gentes de otro origen? ¿Cuál es el límite? ¿Debe existir algún tipo de respeto o consideración para con las costumbres ajenas? ¿Se obligará, por caso, a hablar inglés o alguna otra lengua occidental al resto del mundo? ¿Se impondrá este modelo a como dé lugar, usando la fuerza si fuera necesario?. Y, más importante, ¿es posible hacerlo? ¿Cuál es su costo? ¿No se generará una mayor resistencia por parte de la cultura “invadida”? ¿No se reforzarán aquellas características que, Occidente, considera indeseables?

Por el contrario, si se defiende la tolerancia y la multiculturalidad: ¿Debe guardarse respeto también a las culturas que resultan irrespetuosas? Dicho de otro modo; ¿se puede ser tolerante con gentes que defienden la intolerancia? ¿El hecho de ser el fruto de tradiciones ancestrales, les confiere algún derecho especial? ¿Qué hacer con respecto a la discriminación cuando los que la llevan a cabo pertenecen esa misma cultura que no se quiere discriminar? ¿Cómo actuar cuando el otro pretende imponer su escala de valores, más aún, cuando sostiene que de no aceptar esta imposición se lo está oprimiendo? ¿No se fomenta de esta manera aquello que se desea evitar? ¿Cuál es, otra vez, el límite, esta vez del respeto?

A poco que miremos a nuestro alrededor descubriremos que no se trata de preguntas ociosas, por el contrario, la aplicación o no de la Primera Directiva en el trato entre las culturas mundiales es, seguramente, el dilema fundamental del siglo XXI.

Y ya no se trata de Ciencia Ficción…

lunes, agosto 18, 2008

Ciencia, pseudociencia y escepticismo II


La Edad de Oro de la Ciencia

La Ciencia no es burguesa por accidente, la emergencia de una nueva clase social es determinante para su desarrollo, del mismo modo que tampoco es casual que la Burguesía naciente sea acérrima partidaria de la investigación científica. Cada una es condición de la otra.

Los paradigmas de la Ciencia son los mismos que los de la burguesía destinada a conmover el mundo; libertad de pensamiento, expansión del dominio humano, conocimiento, control y conquista del otro.

Y permítanme decir que estaba bien, históricamente bien, que así sucediese. No justifico con esto el dominio europeo del mundo, ni avalo las atrocidades de esa conquista. Nunca son buenas las guerras, ni siquiera las guerras de liberación, pero a veces son necesarias. La lucha burguesa contra el Antiguo Régimen, la de Ciencia contra la Tradición y el combate de ambos contra la dominación ideológica fueron un capítulo épico y obligado de la Historia en cuanto desenvolvimiento de las potencialidades humanas. Quizás podría haber sucedido de otra forma, quizás no era ineludible esclavizar a tres cuartos del Mundo en el proceso, quizás no se requería echar por tierra toda traba moral, quizás la revolución burguesa no hubiese exigido tanta sangre pero lo cierto es que así fue como sucedió y que sus enemigos eran demasiado gigantescos como para entablar una lucha caballerosa.

La Ciencia que surge desde el Renacimiento es una criatura golosa de nuevos saberes, conocimientos teóricos pero también prácticos. Quería libertad y quería riquezas, en consecuencia comienza a ser aplicada a la producción y deviene en Tecnología. Inseparables y a menudo confundidas marcarán el lugar social del nuevo saber: el saber hacer, la Invención.

Los territorios que controla la Ciencia van aumentado de manera exponencial, por así decir; la Lógica en el siglo XVI, la Matemática y la Astronomía en el XVII, la Física, la incipiente Biología, la Geología y la Química desde el XVIII determinan rumbos y modos de obrar en el campo científico.

Estas ciencias, concebidas y venidas al mundo en tiempos bélicos, aspiran a situarse por encima de las mezquinas pasiones cotidianas, se proclaman neutrales en la guerra de clases y se apartan ostensiblemente de la cuestión política, pero en realidad son minas destinadas a socavar las fortalezas del enemigo. Su distanciamiento aparente es una manera de conferir objetividad a los reclamos burgueses; la lucha de éstos es, así, una lucha por el triunfo de la Razón.

El 1800, con el triunfo definitivo del Orden Burgués, es, también, la centuria de la Ciencia.

Se avanza a pasos de gigante, destruidas las trabas de la religión, la monarquía y las tradiciones, el mundo aparece como un objeto externo pronto a ser conocido y, por ende, dominado.

El Estado, ya no un enemigo, pues está en manos de la clase triunfante, promueve y fiscaliza la práctica científica y promueve la aplicación de sus avances, es decir de la tecnología, en su tarea, paralela, de poner orden en la áreas bajo su dominio… que vienen a ser todas, o casi todas.

Nacen así las llamadas ciencias sociales, empleadas a medio tiempo del Estado burgués. En su seno, sin embargo, surgen también las primeras críticas al nuevo orden, balbuceantes a veces, más seguras otras, se convierten en la avanzada de la lucha de las nuevas clases subalternas que aspiran a reemplazar a la burguesía.

El modelo a seguir, con todo, no es otro que el de las Ciencias Naturales, reputadas como objetivas y asépticas, con su rigurosidad estadística, sus formulaciones matemáticas y su aparente distanciamiento de la sociedad. Las Ciencias Naturales, arietes de la Revolución Burguesa, siguen siendo sus aliadas, pero ahora como fortificaciones, magníficas defensoras del orden establecido.

Esto no quiere decir, por supuesto, que las Ciencias Naturales fueran, en sí, ciencias burguesas, mucho menos que las naciente Ciencias Sociales devinieran, por este mismo hecho, en cuestionadoras del sistema capitalista. La realidad nunca resulta tan esquemática. Sin embargo las primeras se sitúan en un contexto de expansión y auge de la burguesía, por lo que son delimitadas dentro de ese paradigma económico y social, en tanto que las segundas advienen cuando el orden establecido es ya burgués y pueden, por tanto, situarse más allá del mismo… lo cual no es siempre el caso!

En efecto. El paradigma de la racionalidad científica es materialista y mecanicista, ajeno a los procesos y a la dialéctica, basado en la experimentación, la observación y la lógica inductiva. Así lo constituyeron las Ciencias Naturales y así aspiran a seguirlo las Ciencias Sociales.

Desde el siglo XVII esta concepción tenía un ilustre ejemplo a seguir; la Física de Newton. Elegante, clara, demostrable y exitosa. Todas las demás ciencias querían ser como ella… hasta que llegan los descubrimientos de la nueva física y ponen en cuestión la validez universal de este modelo. Newton, nos dicen Planck, Einstein y Heisenberg, no estaba equivocado, pero sus leyes sólo tienen un alcance limitado, son determinadas por su contexto e inaplicables bajo otros parámetros.


Esta sospecha interna dentro de la Física, aparece cuando otras sospechas similares rondaban el campo científico desde disciplinas consideradas "parientes pobres" de la Ciencia; la Historia, la Geografía Humana, las primeras indagaciones sociológicas y la incipiente Psicología ya ponían en cuestión la legitimidad "eterna" del modelo de Ciencia moderna que avanzaba por medio del experimento hacia la consecución de una Verdad pre existente. La pregunta era: ¿hay un solo camino para la Ciencia? Y, ya que estamos en ello; ¿camino hacia dónde?



Continuará...

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domingo, agosto 17, 2008

Ciencia, pseudociencia y escepticismo. I


A raíz de un correo electrónico recibido, vuelvo a un viejo amor y desempolvo apuntes de mi buhardilla.

Un atento corresponsal me escribe acerca de su desilusión acerca del psicoanálisis al que considera viciado de nulidad, carente de base científica y prácticamente ineficaz como terapia. Curiosamente esa postura, que hoy no suscribo, me resulta sumamente atractiva y me lleva a ampliar mis indagaciones.

No haré aquí una defensa del psicoanálisis. No soy experto en el tema, como tampoco en psicología experimental. Tampoco me interesa romper una lanza en su favor, aunque debo decir que estoy tentado de hacerlo cuando leo críticas tan malintencionadas como las de Bunge o las del demasiado promocionado "libro negro". Mi interés, sin embargo, es más modesto aunque, también, más amplio.

Saber que sabemos.



Somos materia pensante, es decir, materia que se pregunta por sí misma, por su lugar en el Universo, por su origen y por su destino.

Somos seres lanzados a la vida con el interrogante a flor de labios: ¿por qué?

Mitos y religiones, filosofías y teologías intentaron dar respuesta a nuestras preguntas. Lo hicieron con los materiales que tenían a mano, fuertes unos, mellados otros, construyeron paso a paso, avance y retroceso, el camino del conocimiento.

Hubo uno de ellos, que no surgió de la noche a la mañana, sino como el producto de siglos de ensayo y error, de debate y polémica, que se ha revelado como el más valioso, el más seguro y, a la vez, el más productivo de todos; el conocimiento científico.

Vale pues, preguntarnos; ¿qué es la ciencia?

Una buena manera, quizás la única, de responder a esta cuestión es marcar un límite, una línea que nos permita decir: esto aquí es ciencia, aquello, allá, no lo es. Sin que, por otra parte, todo aquel saber que podamos considerar como "no científico" sea, de entrada, falso, engañoso o peligroso.

A los intentos de elaborar una contestación valedera a la pregunta planteada se le da le nombre de epistemología (del griego, claro, episteme: saber) y constituye una rama de la Filosofía.

No es, aunque lo parezca, una cuestión menor. Recuerdo una viñeta de la historieta Olaf, el vikingo, uno de los personajes decía que las enfermedades eran producidas por unos seres pequeñísimos, invisibles, que atacaban al ser humano, agregando, a continuación: "y se llaman 'hadas malignas".

En efecto, ante una explicación de tal o cual fenómeno, ¿cómo determinar si se trata de una conclusión valedera o si simplemente estamos ante una divagación más o menos fundada?

Y no es una cuestión menor, de ella depende que podamos curar una enfermedad basándonos en el estudio de los virus o por medio de ensalmos.

Es que el conocimiento científico, por muy inútilmente bello que pueda ser en muchos de los problemas que aborda, es también un conocimiento interesado: responde a la pregunta del por qué a la vez que busca como transformarlo. Transformarlo para mejor, al menos en la mayor parte de los casos!

Nacimiento de la Ciencia moderna.

Sin remontarnos a la Grecia Clásica o a culturas aún anteriores (expedición por demás provechosa pero ajena a este artículo) podemos establecer el nacimiento de la ciencia durante la modernidad.

Eran los años finales del siglo XV, en Europa (pero también en el Lejano Oriente) se daba un magnífico florecimiento de las fuerzas humanas de creación, los seres humanos se expandían por el mundo y antes que contemplarlo, buscaban dominarlo. En Asia este movimiento fue rápidamente abortado, pero en el extremo occidental del continente se convirtió en un proceso de expansión y unificación del alcance global.

En ese momento la ciencia comienza su batalla para determinarse y para establecer su lugar en contraposición al doble poder de la Iglesia y del Señor.

En los albores de la Modernidad la Ciencia se define, pues, por oposición. Su pretensión es la de constituir la mejor exponente de la Razón, prestigioso concepto que los griegos heredaron a la Cristiandad y al Islam con diversa suerte, por medio de la Crítica. Razón y Crítica que también pretendía poseer el adversario, Razón en tanto expresión del Logos divino, Crítica en cuanto era la regla contra la cual se juzgaban todos los actos. La legitimación de la Ciencia, entonces, va a realizarse en tanto es capaz de dar la mejor respuesta, calidad que está determinada por su eficacia. La Ciencia moderna, pues, al contrario de la clásica o la medieval, resultará aliada del saber hacer, del artesano, del productor.

Este encuentro del pensar y del hacer, de la reflexión con la acción, no es casual. Esta época asiste al nacimiento de la burguesía como sujeto económico y la Ciencia será la educadora de la nueva clase social.

Esta Ciencia tiene, pues, un primer criterio de demarcación: el experimento, que no es sino un saber hacer guiado. La experiencia, tradición empirista y, por tanto, materialista por detrás, es lo que determina si una explicación es o no científica.

La Ciencia moderna nace, entonces, como Ciencia burguesa.



Continuará...

miércoles, agosto 13, 2008

Nuestro pequeño dios


Hará cosa de un siglo y medio atrás, décadas más, años menos nuestro pueblo creó su propio dios.

El hecho en sí pasó inadvertido porque aquella era una época de creación de divinidades y la nuestra no descollaba precisamente entre tantas y tan célebres.

Hoy, en tiempos menos proclives a investir de numinosidad, se impone conocer a este peculiar ser supremo, cuya jurisdicción y culto se extienden a nuestro territorio, pues tiene, en verdad, características notables.

En orden a ponerle un nombre le llamaremos simplemente dios, en minúscula, destacando que no debe confundirse con el en exceso promocionado personaje de ficción denominado Dios.

El dios de nuestra gente es poderoso y arbitrario. No tiene esas cualidades que ya postularan Aristóteles o Tomás de Aquino de omnisciencia, benevolencia y ubicuidad, más bien se parece a la divinidad absentista de Epicuro, pero con ciertos rasgos de los despóticos seres divinos orientales. No tiene una residencia fija y mis compatriotas suelen decir que está en todas partes, afirmación que nunca deja de ser matizada al señalar que sólo presta atención a las plegarias que se le dirigen en la principal de nuestras ciudades. Es un dios un tanto sordo, la verdad sea dicha, y como somos tantos parece natural que sea incapaz de escucharnos a todos, de hecho prefiere oír no sólo a los que se postran en su Santuario (aunque tiene capillas por todo el país) sino a los que insisten con sus pedidos una y otra vez refrescándole la memoria con el simple expediente de retacearle las ofrendas que se destinan a su mantenimiento.

Se dice que la tarea de dios es regir los destinos de nuestros coterráneos, pero nada más falso, puesto a organizar es notablemente torpe, gestionando recursos sumamente tonto y protegiendo a sus fieles totalmente ineficaz; de hecho parece seguro que si estamos vivos y hemos casi llegado a los dos siglos de existencia ha sido a pesar de él y no gracias a su accionar.

En lo anterior quizás peque de injusto, cualidad que con orgullo ostenta mi pueblo junto con la maledicencia, la soberbia y la sospecha, pero lo cierto que la mayor parte de nosotros pensamos así de dios. Cierto filósofo, profesión extraña a nuestras costumbres porque requiere utilizar la inteligencia o al menos la memoria, sostiene una peregrina pero no menos plausible teoría acerca de dios. Dice que ha sido creado para cargar sobre sí el peso de todas nuestras iniquidades, incompetencias y pecados, y que su única función no es gobernar, como tradicionalmente se ha dicho, sino ser insultado. No es imposible esta finalidad, puesto que ante cualquier tragedia, accidente, crimen, revolución o desastre culinario mi gente exclama: ¿y dios que hizo?, buscando con afán un sacerdote de su culto para quemarlo en la plaza pública.

Este dios es también un redomado pillo, como lo fueron sus creadores, y sólo acepta ser servido por sacerdotes corruptos. En la puerta de su Santuario está escrito: nadie prospera trabajando lema que, a diferencia de los de muchas religiones, el propio dios se encarga de demostrar a diario. Mucho de su prestigio está basado en esta suerte de maldad complaciente, como fue creado bajo los auspicios de la mano invisible (suerte de diosa primordial) nuestro dios se esfuerza en no ver nada de lo que sucede a su alrededor; además, y seguramente con la intención de afianzar la fe de nuestro pueblo en su (la de él y la de ellos) incapacidad, redobla los esfuerzos comportándose como doblemente inepto. Así ante una coyuntura económica favorable hará todo cuanto esté a su alcance para desaprovecharla y si posee alguna posesión que genere riquezas se deshará de ella rápidamente, vendiéndola por nada y endeudándose en el proceso. Como es un dios extremadamente crédulo, sobre todo ante los representantes de otros dioses, siempre aceptará sin dudar lo que estas divinidades le indican, y les obedecerá en todo, mucho más si la indicación viene acompañada de la amenaza de un castigo o la promesa de una vana distinción.

Es fatuo, claro, y oscila entre el más crudo narcisimo y la más patética autocompasión; está convencido de ser odiado por los demás dioses y busca con ansias complacerles aunque de hecho sabe que a los otros númenes no les importa demasiado sus quehaceres. Hace ya medio siglo que dios se psicoanaliza, pero las plegarias de sus creyentes, y el hecho de que le mienta a su analista, han trabado por el momento toda posibilidad de iniciar la transferencia; sólo le han brindado un excelente vocabulario freudiano que usa en cualquier ocasión, más aún si no viene al caso…

Todas las clases sociales lo adoran, sin embargo, claro que a la manera bárbara que hemos descrito más arriba; arrojándole estiércol, y están convencidas de no poder vivir sin él. Muchos, secretamente, lo prefieren duro, adusto, castigador e insensible y están convencidos que tal despotismo debe ser ejercido sobre todos sus compatriotas con la única excepción de ellos mismos.

Los más pobres lo ven lejano, fuente inagotable de males y de bienes, distribuidor de prebendas y dones, dadivoso e incomprensible. Los más ricos lo consideran un idiota útil, a quien siempre le pedirán dinero cuando necesiten (o no) y del cuya avaricia se quejarán puntualmente todas las mañanas y las tardes ante las cámaras de televisión.

Quienes lo adoran con más consecuencia son, no obstante, las clases medias. Lo odian y lo aman, claro, como corresponde a su naturaleza; es el dios cuya presencia reclaman cuando están en problemas y cuya acción deploran cuando socorre a otros. Consideran como un dogma de fe que dios les debe todo, su existencia, subsistencia y permanencia a ellos y que si se relajasen un momento él se caería tan abajo que es imposible saber cuando tocaría fondo, por eso les duele que dios les pague con la misma moneda y los ignore a la hora de actuar, aprovechando sus dones cuando tiene que pagar.

Recientemente este dios ha padecido serios cuestionamiento por parte de sus fieles, pero pese a todo continúa firme en sus altares pues, desaparecido él: ¿a quien culpar pot todos los males de mi pueblo?

viernes, agosto 01, 2008

Guerras púnicas 1


Mosaico con una personificación de Roma ( siglo I -II después de Cristo). Encontrado en las cercanías de la antigua Cartago, ya bajo dominio romano, sintetiza el carácter divino (Dea Roma) de la ciudad vencedora de las Guerras Púnicas. Museum Collection Fund, Brooklyn Museum.


Este es un ensayo de texto para un futuro libro de Historia... Por su carácter de prueba me interesaría mucho recibir sus comentarios. También puede ser útil para quienes estén interesados en referencias sobre la Historia Antigua.
Aquí va....

El año era 264 antes de nuestra era.

Las ciudades Cartago y Roma, frente a frente, separadas por el mar, divididas por la Historia.

Cartago (Carquedón para los griegos, Kart Hadasht , la Ciudad Nueva) era una colonia fenicia. Había sido establecida desde por lo menos el siglo IX a.C. en las costas de lo que hoy llamamos Túnez.



El puerto de Cartago en época moderna (la foto fue tomada en 1958) con el islote del Almirantazgo en el centro del antiguo puerto militar. Su forma circular ha hecho pensar que quizás Platón se inspirara en él para su historia de Atlántida...

Cartago, una poderosa ciudad estado, controlaba un vasto imperio comercial. Era una de las dos potencias emergentes en el Mediterráneo Occidental pero, en tanto sus navíos dominaban sin disputa el mar, sus ejércitos de tierra no eran tan fuertes; de hecho se trataba de mercenarios reclutados, a un alto precio, un poco por todo el mundo clásico; desde Grecia hasta las Baleares, de África a las vastas mesetas de Anatolia.

Esta es una reconstrucción de Cartago. Representa la ciudad tal como la reconstruyeron los romanos siglos después, pero algunas características, como el doble puerto, reproducen la de la época púnica.


El área de dominio cartaginés, o púnico, y la zona de hegemonía romana, en el año 264 antes de Cristo... en el medio, las ciudades griegas.


Roma, una ciudad extraña, sin duda. Tiempo después el rey griego Pirro diría que no era ni bárbara, ni helénica o más bien que eran bárbaros sin comportarse como tales.

Grabado del siglo XIX ("Geschichtsbilder" publicado en 1896 por Friedrich Polack) que muestra una posible reconstrucción de Roma durante la época republicana (siglos VI a I antes de Cristo)

Roma había surgido de la unión de varias aldeas en torno al curso bajo del Tíber. Latinos y sabinos, encuadrados por los Etruscos, le habían dado un carácter sobrio, agresivo y algo desconfiado. Sus ejércitos se habían expandido por todo el centro y sur de la península itálica siguiendo una curiosa política de defensa preventiva. Los romanos temían a los vecinos demasiado poderosos, por lo tanto los atacaban antes de ser atacados y, de este modo, creaban una “zona de seguridad” en torno suyo. Una zona que ahora, en el siglo III a.C., se extendía cada vez más.

Una reconstrucción moderna (http://www.vroma.org/images/raia_images/index.html) de Roma en el siglo III a.C. Se destaca el carácter casi "rural" de la ciudad...

Cartago era el mar, el comercio, el dominio económico seguido de la influencia política. Era también el culto de dioses ancestrales, misteriosos y seductores. El refinamiento, el lujo, la sabiduría de tres mil años de cultura oriental.

Roma era la tierra, la guerra, el dominio militar seguido de la hegemonía política. Era también el culto de dioses previsibles y formales, dioses con los cuales se podía tratar en base a contratos claramente establecidos. El poder, la simplicidad, la pujanza de un pueblo que había roto los lazos con el Oriente para lanzarse a una permanente búsqueda de seguridad.

Tan pronto como Roma consolidó su control sobre Italia y las botas de sus legionarios se mojaron en las aguas del estrecho de Mesina, el Senado y el Pueblo tuvieron en claro que su destino era enfrentarse con Cartago.

Cuando Cartago se convirtió en la mayor potencia occidental y las siluetas de sus barcos se volvieron una imagen habitual en toda la costa de Sicilia, sus gobernantes supieron que debían resistir el arrollador empuje de los romanos.

Y al verlos aparecer en su horizonte, los griegos del sur de Italia y de Sicilia, comprendieron que el futuro del mundo tal como lo conocían dependía del triunfo de uno u otro de aquellos contendientes. Y que sus tierras serían el campo de batalla de ambos.


Una trirreme, barco de combate con tres filas de remeros superpuestos. Con navíos como éstos se librarían las primeras batallas de las Guerras Púnicas.