Buscar este blog

viernes, agosto 21, 2009

Informe de situación I


Hoy, a los 45 y un par de meses.
Hoy, en la mañana fría y soleada.
Hoy y en este lugar, un modesto bar del centro, afirmo, para quien pudiera interesar, que se ha terminado mi adolescencia.
Tengo para mí que en el decurso de los sucesos humanos (¡vaya solemnidad!) este delicioso y tormentoso período que precede a la vida adulta se prolonga más y más. Alejandro era un rey y general exitoso a los treinta años; hoy, por el contrario, estaría terminando un postítulo y viviendo en la casa de sus padres; el violento Filipo y la manipuladora Olimpia... ¡son dos mil trescientos años de distancia!
Estudié, trabajé, me casé y tuve hijos sin dejar de ser un perfecto púber en muchos aspectos de la vida y, más importante, en mi alma. Como dice Sabri; jugaba a ser grande, pero era un pendejo y hacía, claro, cosas de pendejo.
Fue con la separación (nobleza obliga) que empecé a darme cuenta que se había terminado la joda. No fue hasta esta última semana que caí en la cuenta de que empezaba una vida mejor, adulta, plena y responsable, un placer que supera al mero goce improductivo y torturante.
Asumir esto, tiempo y caricias, golpes y satisfacciones, me llevó un cierto tiempo y tal vez me calumnie a mí mismo retrasándolo tanto. Lo cierto es que hoy dejo ir definitivamente al pibe, melancólico y esquivo, aficionado a la mentirilla tonta y a las excusas tardías, para darle lugar al hombre que quiero ser.
Un tipo masculino sin clichés ni impostaciones de voz, capaz de sostener sus convicciones sin agredir y sin sentirse agredido, que se para frente a un curso y ya no se cree un genio o un idiota.
Orgulloso de ser Gustavo Rubén Bessolo, un hombre común (que no es sinónimo de mediocre) que ya no es "el chico Odol Pregunta" (Gustavito, el que sabe, como decía mi nona y yo, iluso, me lo creía) ni el irresponsable, tortuoso, vago y mal entretenido que aceptaba sin beneficio de inventario.



¿Me preguntás cómo me siento?
Bien, viejo, muy bien.
Hay cosas que faltan (¡y tantas!) pero ellas ya no me impiden crecer, vivir, sentir, amar y ser amado; doy gracias a la Historia (esa divinidad de los ateos) por la falta de esas cosas y de otras que todavía ignoro... de no ser así estaría muerto.

Y estoy vivo, escribiendo, sintiendo, respirando a pleno este aire renovado de la mitad (¿llegaré a tanto?) de mi vida.

Y doy gracias, porque no hice solo este camino, pero de eso escribiré otro día.