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viernes, junio 16, 2006

La rebeldía, esa que refuerza el (des) orden actual

Sigo siendo un rebelde, pero ya no un perturbador.
Tuve una visión fugaz de una inútil rebeldía en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001; ¿te acordás?, algunos hasta se atrevían a hablar de situación pre revolucionaria... y quizás lo era, no lo sé, pero lo cierto es que sólo fue una de esos infructuosos incendios, hojarasca y nada más
¿Por qué?
Por lo mismo que los conatos de revuelta a nivel mundial de las décadas del 60 y del 70 se frustraron, por la misma razón que los movimientos sociales de los ochenta se agotaron, por el mismo triste destino que pesa sobre las protestas antiglobalizadoras si siguen el mismo camino.
Falta el proyecto, falta la visión del destino, falta el horizonte, o si se prefiere, la utopía.
La utopía, alguna vez volveré sobre ella, no es un momento de irracionalidad, no es un bello sueño irreal; es el esbozo del mundo por venir, es el prediseño de lo que deseamos, es un momento profundamente racional, pero de una racionalidad anclada en el devenir, que nace de la negación pero la supera (perdón por la “grosería”) dialécticamente.
Y lo repito; a todas estas rebeliones les falta dialéctica.
Una dialéctica que no sea mera repetición (repetición de la historia o repetición de consignas) sino que sea real, actuante, verdadera...
No sirve decir que todo esto es una mierda, que lo es, no sirve patear todo, no sirve negar permanentemente. Porque cansa, porque no crea nada (no crea ni en el mundo real, ni en las conciencias), porque a fuerza de negar se termina por repetir lo negado.
Cuando les hablaba a los pibes de catequesis (allá por los 80) acerca de la injusticia social, de los ricos y los pobres, de la miseria ¿qué otra cosa hacía que describirles eso que ellos ya sabían?, eso que vivían (y yo también, aunque tan alienado que me consideraba de una improbable clase media)
Cuando justificaba que mis alumnos (allá por los 90) robasen a los ricos, cuando les daba como marco de referencia una inverosímil comunidad de los pobres (a estas alturas ya me reconocía como miembro de la clase trabajadora), cuando, en fin, inventaba con ellos un quimérico mundo de solidaridad entre “nosotros” y proponía la “ruptura” con la enseñanza “oficial”, en beneficio, decía, de una participación horizontal y presuntamente democrática; ¿qué otra posibilidad les daba, una vez que ese mundo solidario y futurible no tenía existencia real en el barrio, que crecer sin ninguna norma? ¿qué hacía sino destruir los débiles lazos sociales sin reemplazarlos por otros? Creía acelerar la revolución; sólo fomentaba la rebelión.
Y de hecho alejaba la rebelión.
Los “maestros progres”, como creía ser yo entonces: ¿no habremos ayudado a crear sólo pibes/as cuya vida no vale nada y que carecen de valores?
Con todo ese discurso de “creatividad”, de “rebelión”, de “anti estructuras” y hasta de “autogestión”¿no los empujamos hacia la delincuencia?
Pregunta que no se hace en voz alta, pregunta incómoda, pregunta que hace creer que uno “está quebrado”

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