Dicen que un tipo que nunca había visto el mar quería conocerlo
y fue nomás y se tomó el bondi hasta el mar
y llegó a la ciudad, pongamos Necochea, porque Mardel es muy obvia, de noche
y allí se encontró con un amigo que lo invitó a tomar algo
pero él no quiso hacer otra cosa que
ir y mirar el mar
¿me acompaña usted?, le dijo al amigo (eran otros tiempos)
y el amigo le dijo:
si
Fueron hasta la costa, era noche cerrada y no había luz,
ni tan siquiera brillaba la luna que andaba haciéndose la remilgada en su ciclo de veintiocho días,
"Epa, amigo", le dijo el necochense al recién llegado, "que se va a mojar los tamangos"
(definitivamente eran otros tiempos)
el otro se detuvo en seco
había llegado a la orilla
el mar soplaba sordamente en las rocas (¿hay rocas en Necochea?, en esta historia sí)
el viento silbaba con desgano en la
distancia
y el hombre quería penetrar el secreto del mar
quería verlo
no sólo escuchar sus quejidos
o sorber su sabor de iodo y sal
o aspirar el aroma fuerte del agua extendiéndose por todas partes
no le bastaba, tampoco, con el agua que lamía sus zapatos.
Entonces buscó en sus bolsillos,
sacó una pequeña cajita
la abrió
y tomó una cerilla de su interior
encendió la cabeza del fósforo
y la sostuvo frente a su rostro
Entrecerró los ojos para ver mejor
esperando el momento supremo de ver, por fin, el océano.
Sin embargo sólo logró ver sus propias manos y el rostro, vecino, de su amigo
que lo observaba con curiosidad.
El fósforo se extinguió, quemando su mano, y decidió regresar por donde había venido
sin poder ver el mar.
Así nos pasa con el futuro.
Queremos verlo en la noche de nuestra soledad,
queremos, con la ayuda de la pequeña cerilla que llamamos reflexión,
sondear el inmenso océano en la hora más oscura de nuestra vida.
Es sólo un cuentecillo
jueves, abril 05, 2007
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