El mito, presente en nuestros sueños... y también en nuestras vigilias.
Decir mito, o mitología, evoca la imagen de criaturas fabulosas y mágicas, de épicas batallas y de dioses (preferentemente olímpicos) en los que ya no se cree.
Lo cierto es que el mito es mucho más que eso.
Intento de encontrar un sentido en el aparente sin sentido de la existencia, el mito es, esencialmente, una explicación.
En este sentido el mito, la palabra significa propiamente "relato", no es por necesidad un cuento mentiroso, ni tan siquiera falso.
Ante el fenómeno; natural, social o histórico, nuestra mente busca comprenderlo. Formula, entonces, hipótesis, arriesga teorías, ensaya respuestas...
Puede hacerlo de acuerdo a reglas estrictas de lógica, confrontando cada hecho con su interpretación, revisando los datos y excluyendo postular explicaciones que requieran, a su vez, la intervención de lo desconocido. En este caso nuestra mente, o la sociedad, hace ciencia.
Cuando la imaginación se desborda, cuando los principios lógicos son dejados de lado, o mutilados, cuando avanzamos en el terreno de las suposiciones o cuando, simplemente, recurrimos a la metáfora, nace el mito.
El mito es, pues, la ciencia procediendo a través de atajos.
Lo dicho no debe hacernos inferir que el mito carezca de toda capacidad heurística; por el contrario, el mito aparece siempre cargado de sentido, pleno de insinuaciones, rebosante de sugerencias más o menos veladas. Tampoco se crea que el mito es un discurso irracional, ajeno a la sensatez, en el mito hay desmesura y hay una tolerancia amplia en lo que respecta a los métodos pero también hay intuición y una certeza que procede más bien de la empatía que del análisis.
Hay cosas que sólo pueden ser dichas por medio del mito; Edipo por ejemplo.
Los mitos nunca mueren, a lo sumo se transforman y es notable la terca ilusión que comparten con su metódica hermana, la religión: la de pretender ser inmutables mientras cambian permanentemente.
Los mitos son grandes travestis del pensamiento, maestros en el ocultamiento y el disimulo, insidiosos, asoman la cabeza cuando uno menos se los espera.
El sueño de la Razón, decía Goya quien lo había sufrido en carne propia, produce monstruos.
Buenos o malos, mensajeros de esperanza o personeros del prejucio, modestos o altisonantes, los mitos están aquí, muy cerca, junto a nosotros.
Basta abrir las páginas de cualquier periódico.
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