No fue sino hasta después de mis cuarenta años que pude empezar a pensar dialécticamente.
Por supuesto la conocía, a ella, a la bella dialéctica, desde mucho antes pero tardé cierto tiempo en abrirle sin hesitar los portales de mi mente. Aún más, considero que sólo en los últimos años pude hacerla mi pareja permanente y, de todos modos, confieso que muchas veces le soy infiel.
No es fácil, claro, romper con los esquemas tradicionales, rígidos y basados en el principio de la no contradicción., para abordar una forma diferente de conciencia.
Es que la dialéctica, novia celosa pero paciente, requiere un cambio radical de mentalidad; una verdadera metanoia para decirlos en los términos de mi querido amigo; el Flaco de Galilea.
Cuando, pese a todo, pude entregarme a sus amorosos brazos descubrí un mundo nuevo. Es como si, de pronto, después de una fatigosa marcha por un páramo, encontrara un ameno valle entre cumbres pintadas de verde y blanco. No quiero abandonar este sitio, pese a que el río corre, abajo, en un fragoroso precipicio y no siempre el cielo será tan azul como hoy, porque aquí hallé mi hogar espiritual junto a ella: la dialéctica.
La dialéctica, como todos creemos saber, es un juego de oposiciones o, más bien, de momentos que se enfrentan unos a otros. El Oscuro, su padre, decía bien que era un estado de guerra, de cambio permanente. Un fuego, un río donde nadie se baña dos veces, en frase que alguna vez inscribiré en una remera.
Ante una proposición cualquiera el pensamiento dialéctico asume, de inmediato, su antítesis. Deja suavemente, al mejor estilo de Lao Tsé, que la idea opuesta germine en la mente, la alimenta y la riega para que desarrolle sus posibilidades y, con agrado, la contempla en su eclosión final; de larva a mariposa.
El escenario, la propia mente, entonces está listo. Una proposición positiva y su opuesta, hermosas, radiantes, seductoras, mostrando cada una sus atributos más encantadores.
Deviene, ahora, el momento de la lucha, del enfrentamiento y la discusión. Ambas formulaciones, hermanas enemigas, se traban en combate sin cuartel, buscan, haciendo fintas, los puntos más débiles de su oponente y clavan los dientes en los flancos expuestos.
Es el tiempo, crítico, de la crítica.
Es la instancia de la confrontación.
El combate, empero, no se saldará con victoria y derrota, sino con luz. Asentado el polvo de la lucha, punteado el terreno con las víctimas de la contradicción, surge una nueva entidad que lleva el pomposo nombre de síntesis superadora.
¿Quién es esta consecuencia, deseada, del conflicto?
Ciertamente no la suma de las partes, ni siquiera una suma cero, sino la integración de los opuestos. Es un pensamiento nuevo que incluye lo mejor de los antagonistas y deja latente, para futuros desarrollos, los puntos no resueltos del conflicto. Es una conclusión no conclusiva, un espacio delimitado pero abierto, una tregua, si se quiere, pero ubicada en un nivel superior respecto de sus predecesores. Algunos lo llaman equilibrio, y está bien dicho, siempre que se recuerde que es un equilibrio precario pronto a ser desbalanceado por nuevos y opuestos problemas.
En este modo de abordar la realidad, que respeta sus complejidades, no hay lugar para malos y buenos; el juicio se suspende y cada antagonista tiene la oportunidad de demostrar su punto; se sabe, es lo único que se sabe, que ni uno ni otro serán conclusivos. Se intuye, también, que pese a las simpatías personales del pensante (perfectamente posibles y hasta deseables) no habrá trato de favor; ambos contendientes merecen ser escuchados y ninguno de ellos tiene la verdad en exclusiva.
He aquí, pues, el proceso que sigue mi manera de pensar, manera (método si se prefiere), que aprendo trabajosamente día a día, que nunca termina y que exige una permanente atención, capaz de superar prejuicios estrechos y consideraciones apriorísticas.
No es fácil ¿quién dijo que lo era? pero es hermoso, bello en su aparente desorden y signo, es lo que creo, de vitalidad intelectual; remedio excelente contra todo tipo de esclerosis, la dogmática incluida.
Tal es la dialéctica, que humildemente me enorgullezco de practicar y que he aprendido de grandes maestros y maestras, famosos unos, ocultos pero no menos lúcidos otros y otras...
2 comentarios:
Muy bueno Gustavo, es evidente que eres un filosofo del cambio. Estoy deacuerdo con con tu método de analisis de la historia, muy hegeliano y si lo aderezas con materialismo, muy Marxista.
Es que pertenezco a, como dice Paulo Netto, a esa especie en extinción...
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