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miércoles, abril 23, 2008

Ō tempora! Ō mōrēs!

Variaciones de principios de siglo sobre un tema “Fin de siècle”.

Hace un tiempo comentábamos con amigos acerca del aumento de los síndromes depresivos, la permanente insatisfacción que se palpa en la calle, los reclamos contrapuestos de distintos sectores y el aumento de la delincuencia (para emplear una palabra que suena antipática pero es concisa y clara) y de pronto alguien evocó aquel consabido:

- Pero nuestros abuelos, inmigrantes muchos de ellos, vivían pobremente, padecían situaciones de indigencia a veces y, sin embargo, no salían por ahí a robar o matar.


Y otro agregó:

- Y mis viejos tampoco la pasaron bien, pero no por eso estaban deprimidos todo el tiempo.

Alineación a la derecha

Para que un tercero confirmase:

- Cuando era pibe no siempre tenía todo lo que quería y de hecho carecía de las cosas que tienen mis hijos, con todo no me sentía triste, ni sufría por no tener entradas para un recital de Soda, por ejemplo.

Antes de que la cosa se transformase en un beati illo témpore y cayésemos en los tópicos de todo lo pasado fue mejor, mi amigo Edgardo intervino:

- Pongamos cada cosa en su lugar -dijo a guisa de introito- por un lado es una tentación habitual proyectar sobre el pasado nuestros sueños sobre un mundo mejor, si así no fuera no habría mitos sobre la Edad de Oro o esas insoportables presentaciones de Power Point que evocan, dulzonas, nuestra infancia como un tiempo de alegrías... No seamos obvios, muchachos, que somos pocos y nos conocemos mucho. Teníamos depresiones, angustias, deseos insatisfechos y sufríamos lo que nos faltaba como el que más. Concedo que no cargábamos esas frustraciones con dramatismo (¡al menos no siempre!, recuerdo algunas charlas de adolescente que...) y reconozco también que teníamos a mano más de un par de recursos para salir de malas y no siempre eran "un caño" o "una birra" como parece ser el caso ahora, pero tampoco abominábamos de estas soluciones, ¿eh?

Los viejos vivían en lo que parecía ser una sociedad en ascenso, aun cuando éste se hubiera frenado hacía ya algún tiempo, y los nonos contaban con la esperanza de "facere l'America" o de "ritornare al paese". En todo caso siempre estaban presentes los mitos y las utopías para hacerlos soñar más que con un pasado maravilloso con un futuro luminoso como coronación del oscuro presente; se llamasen "socialismo", "anarquismo", "peronismo" u "hombre nuevo" existía la convicción, en ese siglo XX que fue nuestro territorio común de origen, de que no sólo podía cambiarse el mundo sino de que ese cambio ya había comenzado y que valía la pena luchar por él. Había aliados y había enemigos claros, había un sentido de pertenencia; fuese a la nación, fuese a la clase, fuesen, siquiera, a los colores del club.

Guardó silencio y nos miró como diciendo: No se hagan los giles.

Entonces prosiguió:

- Si nos ponemos a ver las cosas desde cierta perspectiva, imitando verbigracia a un historiador del siglo XXII, podemos considerar que en los últimos ocho años (dieciocho si me apuran, desde 1990) todo ese andamiaje se vino abajo y, curiosamente, sin demasiado estrépito. No repetiré la sandez del Fin de la Historia, pero sí les digo que entonces, ustedes y yo teníamos veintitantos, dejamos de creer...

- Nos des/ilusionamos- agregó Edgardo marcando la cesura- pues descubrimos que, como quería Nietzsche, "aún el mejor de nosotros era demasiado humano". Crímenes horrendos de regímenes que se presentaban como el alba de la nueva sociedad, mentiras y oportunismo de quienes habían proclamado su opción por la justicia, robo aquí y saqueo allá, intereses mezquinos un poco por todas partes, partidos políticos que se revelaban como gigantes con pies de barro, religiones acosadas por denuncias otrora silenciadas, sujetos antes invisibles que salían a la luz y cuyos reclamos no cabían en los viejos moldes. Derrota, desgano, hastío y, por encima de todo; un Papa que era puro espectáculo, un par de Emperadores medio locos y asesinos, Ayatollás que nos devolvían al pasado medieval y la aterradora posibilidad de saberlo todo y, peor, de que todo fuese una mentira.

Nos quedamos callados pensando en los días pasados, pero Edgardo no nos dio tiempo a reaccionar, siguió pegando:

- La era de prosperidad de los años 60 y 70, que en algunos lugares alcanzó a los 80, se terminaba junto con los sueños del Estado Benefactor, de la Sociedad Socialista o de la Liberación de los Condenados de la Tierra... Fueron días duros aquellos en los que nos casamos, engendramos hijos o comenzamos a ser, nos gustase o no, adultos. Quizás por eso a nuestra generación le cueste tanto dejar de comportarse, en algunos casos, como adolescentes eternos. Hace frío, allá afuera, y no hay nadie.

Nos quedamos en silencio porque eran palabras duras las de Edgardo y nadie sabía como responder.


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