Viene cuando menos la espero.
Insidiosa, no deja de molestarme en el momento menos indicado.
Suena en mi celular a deshoras y se descuelga con un importuno e mail mientras intento preparar la clase de mañana.
Entra detrás de mí en el lecho, me asalta en el sueño a duras penas conciliado, sube conmigo al colectivo, me llama, sin recato, en medio de una importante entrevista laboral.
No está, claro, cuando la busco.
No se presenta en esas horas que he reservado para ambos. La pantalla y el teclado se desperezan de puro aburrimiento, los libros me tientan con sedentarias excursiones, el sol se desliza, pesado, en el cielo de la tarde y ella sigue sin acudir a la cita.
En vano la llamo, la busco, la estimulo con extractos de dudoso origen, la invoco si es preciso acudiendo a viejas y olvidadas supersticiones. No responde ni a mensajes, ni a ensalmos, ni a canciones de amor, poemas ni aun a, último recurso, acariciadores sueños.
Es mujer y desdeña a todo amante que no sea incondicional.
Es mujer y dicta una ley más antigua que el Olimpo o el Horeb.
Es mujer y me desprecia cuando no la venero por encima de todo.
Le han dado diferentes nombres, pero, como Homero, prefiero llamarla Θεια...
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