Curioso, el universo de las palabras. Son mucho más que meras indicaciones de sentido, juegan con nosotros, se esconden y se revelan, nos estremecen o nos dejan indiferentes, son portadoras de múltiples sentidos, o de ninguno, pueden realizarse en un chiste, en un retruécano o en un ritual.
Hoy evocaremos juntos una de esas palabras cuyo sonido tiene el silbo de lo prohibido, de lo demoníaco, incluso.
Hoy hablaremos del Bafomet.
¿Quién sabe de donde viene este nombre? ¿Importa, acaso? Sólo a los filólogos y otros heresiarcas similares, pero, por si alguno ronda por aquí van algunas hipótesis.
He aquí la primera de ellas.
Una de las primeras menciones de la palabra es durante uno de los más célebres, e inicuos, juicios que se recuerdan: el proceso a los Caballeros Templarios. No que no se lo hubiesen ganado, tenían enemigos poderosos y no pensemos que esta hostilidad fuese sin motivos; usura, acaparamiento de tierras, negociados y el más imperdonable de todos, un proyecto claro de hegemonía sobre la Cristiandad. Esas cosas despiertan recelos, resentimientos y sobre todo, envidia: ¿por qué esa orden de monjes guerreros y no el Rey de Francia?
Así fue que Felipe el Hermoso (no doy fe) con la complicidad del Papa incoó un proceso contra ellos. ¿De qué no se los acusó entonces?, de todo, en efecto, menos de aquello que era la razón del juicio, es decir su riqueza y su poder.
Allí aparece el vocablo que nos ocupa: Baphomet. Se trata, nos dicen las actas, de una suerte de ídolo que los Templarios adoraban. Su descripción varía de una a otra “confesión” (las comillas valen si se piensa como se obtenían) y algunos caballeros, más valientes o resueltos, niegan saber de qué se trata.
Los que se atreven a trazar sus rasgos nos dicen que tiene una o varias cabezas, que parece un gato, que es una suerte de demonio, que estaba oscuro y el testigo no vio bien…
Es curioso, no obstante, que en otros procesos amañados por el Rey Felipe, donde se repiten las mismas acusaciones propagandísticas (sodomía, opiniones heréticas, irrisión de los símbolos sagrados) falte la curiosa mención del Bafomet. El papa Bonifacio VIII, por ejemplo, fue procesado por cargos similares, pero nunca se dijo que venerase al ídolo de marras, sólo los Templarios fueron acusados de ello.
La palabra tiene un par de breves apariciones anteriores. Unos cincuenta años antes del proceso a los Templarios, en un poema en lengua de Oc (provenzal) se menciona a Baphomet en el contexto de las Cruzadas, parece evidente que se refiere a Mahomet, forma frecuente de Mohammed, es decir, Mahoma, el profeta del Islam. El poema dice así en una traducción de la que no doy fe: “Y todos los días nos derrotaban: pues Dios, quien solía velar en nuestro favor, estaba ahora dormido y Baphometz acrecentaba su poder en apoyo del Sultán”. Aquí vale recordar que para los medievales, excepto los más instruidos, Mahoma no era sino el nombre de la divinidad de los musulmanes y éstos adoraban su imagen… ¡cosas de la propaganda!
Así que Bafomet, si nos gustan las explicaciones “claras y distintas”, amén de simples y algo prosaicas, no es sino la corrupción del nombre del Profeta. Siendo la misión original de los Templarios el combate con los musulmanes, y estando en frecuentes tratos con ellos; ¿no era lógico pensar que se hubiesen contaminado con sus prácticas idolátricas? El departamento de “prensa y difusión” de Felipe haría el resto…
No a todos, claro, satisface esta explicación. Más aún cuando el Bafomet, apenas insinuado en la Edad Media, se convierte en una figura importante en el satanismo de los siglos posteriores.
Pero de ello hablaremos en otra ocasión…
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