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viernes, abril 04, 2014

¿No oyen silbar a las serpientes?

Hablar, escribir, pensar, incluso ¡puta madre que inútil que parece en estos tiempos!
Ayer escuché a una dulce niña, doce años, delicada y hasta ingenua: “Para mí está bien que lo mataran”... los rostros de casi todos sus compañeros, reflejaban aprobación. Si el profe decía lo contrario y hablaba de cosas tan extrañas como derechos o justicia el fastidio era evidente.
El mal se combate, se aniquila; todas las armas son válidas, los malos no merecen vivir ¿no lo dice la tele? Desde Hora de Aventuras hasta 24, desde el presentador que apaga y prende luces hasta el notero que levanta chismes de barrio ¿tiene miedo, señora?, ellos o nosotros, ¿donde estaban los derechos humanos cuando...?

La lucha de clases está a la vuelta de la esquina, pero es un poco más complicada que los buenos proletarios contra los malvados capitalistas. No alzamos el puño para derribar el edificio burgués, eso suena a cuento del pasado, remoto e incomprensible; ¿proyectos colectivos? ¡Es el siglo XXI, despertá, muchacho!
¿Cómo llegamos a esto?
¿Un país con buena gente?
A lo mejor sí, ¿matan a golpes en Iruya o Trevelin?
Si a vos te hubiera pasado... ¿Y sabés qué?, sí, me pasó. ¿Y sabés otra cosa?; los hubiera cagado a palos... por eso es lógico que la justicia no la ejerza la víctima, por eso hacemos este ejercicio de optimismo llamado sociedad. No siempre resulta, que le vamos a hacer, pero es lo que hay. Eso o la barbarie, la edad oscura, la quema de brujas, los variados exterminios que hemos ensayado desde la prehistoria para acá.
No, no tengo respuestas.
Se me queman los papeles cuando veo a los “vecinos” matar a golpes a un tipo, quien sea, haya hecho lo que haya hecho. ¿También a un genocida?, también, aunque escribirlo me provoque el vómito; que lo juzguen, que lo sentencien, que lo encierren, lo que sea, pero con esa particular forma de racionalidad que se llama, quizás impropiamente, justicia.
No te voy a convencer, por supuesto, estimado compañero de laburo, cansado de esquivar “choritos” a las seis de la matina. Tampoco a vos, seguro de tu propia honestidad, encerrado en tu pequeña fortaleza, receloso de tantas caras “raras”. Tampoco uno la tiene tan clara. Hablar de inclusión, de proyectos de vida, de contención social está bueno, pero no alcanza, parece que nunca alcanza.
Es que no es sólo el crimen. No es que te maten por nada. No es la droga que avanza y tampoco la falta de horizontes. Es más terrible que eso.
Es la crueldad, es el desprecio por la vida, es el crimen instalado como modo de ser, el odio como base de la sociedad. Lo dicho, la lucha de clases al desnudo, pero en estado puro, sin cauce político, sin proyecto alternativo; una pesadilla caótica en lugar de un desborde de vida al estilo anarquista.
Es doloroso, en un sentido hasta físico, y es terrible, además.
Porque uno sabe de donde viene esto y a donde conduce. Porque son historias demasiado cercanas las que se repiten. Porque es la receta clásica del fascismo.
Por momentos también me gana el odio, por momentos también me apunto a la violencia (uno no es, nunca fue, un pacifista) pero me sale por otro lado. Los gordos pelotudos de la tele, los comentadores compulsivos de las redes sociales, algún puntero político de cuarta, los candidatos de sonrisas falsas que juegan con fuego, los que incubaron a tantas serpientes en treinta años de democracia y ahora se espantan cuando las oyen silbar...