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miércoles, febrero 14, 2007

De duelos, muertes, terapias y resurrecciones

Me dice una muy buena amiga: estás triste, lo noto en tu blog...
¿Qué puedo responderte, mi estimada Laura?. Lo estoy.
El blog lo trasunta, el diálogo lo evidencia, la rutina lo confirma.
Estoy triste.
Cuando no lo estoy me dejo llevar por esa vieja y pecadora amante que aún no puedo abandonar: la ira.
Ah, la Ira. El pecado capital que, según Dante, se castiga en el Infierno dentro de un círculo rodeado por un río de sangre.
La ira y la tristeza; dos caras de una misma medalla.
Es que estoy de duelo ¿no lo sabían?

Mi psicoterapeuta (¡caramba con la boquita!) habla mucho de duelo. Mis amigos también. Una persona que estoy empezando a amar suele mencionarlo a menudo.
Ellas - ellos lo hablan, yo lo vivo.
Lo cual es justo, antes ellos - ellas lo vivían y yo lo hablaba.
No voy a abordar el duelo desde la psicología, mucho menos desde el (antes se decía la) psicoanálisis. Me faltan elementos y no es de mi agrado bardear, al menos no en estos temas y en público.
Hablaré de mi duelo, entonces.

Hace un mes, poco más o menos, me separé.
Veinte años juntos, diecisiete de matrimonio, una hija bellísima, un hijo maravilloso, una casa pequeña, mucha gente que nos quería (y aún nos quiere). Todo eso terminó.
A veces pienso que yo lo maté.
A veces me siento un asesino de esa vida que, ahora, se me antoja beatísima... aun cuando no lo era.
Son los momentos de tristeza, los momentos de culpa, los momentos de infructuoso arrepentimiento.
A veces creo, quiero creer, que fue mi esposa (me resisto al ex) quien puso el punto final.
A veces me siento una víctima despojada de todo aquello que tuvo en virtud de una sentencia tan inapelable como injusta.
Son los instantes de ira, de intratable ira, merecedora de todos los tormentos que pudo inventar Dante en su círculo sangriento.
Son los momentos en que, ciego, agredo cuanto está en mi camino. Nada me importa, nada tiene sentido. Sólo respiro venganza.
Es el primer escalón del duelo.
Baja, mis amigos, desciende, mis compañeras, muy profundo, muy, pero muy dentro de los peores lugares del alma.
Ira y tristeza.
Angustia y depresión.
Necesitás hablar, entonces, necesitás hablar en un incesante monólogo pues la más tímida objeción, la más pequeña opinión puede desatar el infierno del enojo o el chato paisaje de la pena.
A menos, claro, que cuentes con una psicoterapeuta como Alejandra... sabe escuchar, sabe callar y sabe decir la palabra justa para que te interpeles.
Se da el caso que, por motivos que no mencionaré aquí, ella ha debido retirarse del consultorio por un periodo más o menos largo.
No tengo, pues, con quien hablar.
La otra tarde hablé en sueños.
O sino escribo este blog.
O me dejo arrastrar por esa amante pintarrajeada y falsa llamada Ira.
O caigo en los pantanos cenagosos de la tristeza.
El duelo es arduo, gentil lector y amable lectora, pero puedo asegurar una cosa: se sale de él.
Aún ahora cuando el duelo involucra hasta la muerte del Gustavo que conocieron estos cuarenta y tantos años.
También hoy, pese a la ausencia de terapia y a la ubicua presencia de una ciudad que me recuerda mis viejos días más de lo que puedo soportar.
Sobre todo en este día, de los enamorados, cuando busco con desesperación la resurrección de mis adormecidos sentimientos.

Subo de regreso la escalera de la cripta.
Allí te quedarás, duelo, hasta que seas convocado nuevamente para, con tu triste ayuda, purificar mi alma de los terrores de la soledad, el cambio y la ineluctable necesidad; divina Ἀνάγκη, surgida de la nada, hermana y esposa de Χρόνος, el Tiempo que todo lo cura, "asigún" dicen por ahí.
Te he encerrado bajo siete llaves, falsa amiga Ira, sólo de cuando en cuando tendrás algún poder sobre mí y aún entonces será sólo por un breve instante.
Te he sepultado aún más abajo, insidiosa Pena, no te abrigaré más (fementida paloma herida) en el hueco de mi pecho donde demasiadas veces hincaste tu pico brutal.

Dejo detrás mío el sudario.
Me despojo de los miedos.
Me sumerjo en el futuro.

No sé lo que hay del otro lado.
Ella me espera, hermosa, en esta noche.
No sé si será así o de otro modo.
Sé que no repetiré la historia, sé que no reforzaré la rueda kármica, sé que nada sé de cierto.

Estaba triste, querida amiga Laura, no te diré que no lo estoy, pero una leve sonrisa asoma a mi rostro... mañana, seguramente mañana, será mejor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Demuestra tu longanimidad (ecuanimidad). Es fácil decirlo y muy difícil hacerlo. Levanta esa cara, mira al frente y al menos intenta, ya que no puedes evitar la mencionada situación, no derrumbarte. Esa tristeza te durará meses, años tal vez o incluso puede llegar a comvertirse en un lastre que te verás obligado (cual estigma) a arrastrar hasta el último de tus días.
Para tu sosiego debes pensar que no eres el primero ni serás el último al que ha ocurrrido esa tragedia. Sentirse culpable es por regla general la reacción primera. Ese sentimiento de culpa es un acto que se lleva a efecto para justificar el injusto revés.

Anónimo dijo...

Gusty:
todos hablan de duelo pero solo los que pasamos por ello, sabemos lo que se siente. Es duro, muy duro porque son muchos años, una vida.Hay hijos, culpas, broncas, iras...Pero te lastima a vos màs que a nadie. Lo se por experiencia.
Claro que despuès de la separaciòn, tuve un golpe, el màs duro que te pueda pasar, LA MUERTE DE UN HIJO. Ahi quedò atràs el odio y las culpas de la separaciòn, porque el dolor es tan fuerte que te oprime el pecho. Aùn hoy cuando me veas reir, lloro por dentro.
Contà conmigo para lo que necesites, estoy con vos ; para escucharte o para escuchar el silencio juntos.
Tu compañera y amiga
Gra

Anónimo dijo...

Veo que ha desaparecido la imagen de aquel Gustavo cabizbajo para mostrar a un Gus más... ¿seguro de si mismo?.
Probablemente digas: yo no he cambiado en absoluto, ¡son tus ojos los únicos que creen haber notado tal diferencia!