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lunes, mayo 21, 2007

La pregunta

El Sr. W. había muerto, no había nada que hacer. En vano los intentos de reanimación, en vano las medicinas de avanzada en vano, también, las técnicas de prolongación de la vida. Estaba muerto y eso era concluyente.
Así lo afirmó una junta médica y así quedó asentado en los registros.
Por eso fue una gran sorpresa cuando, tres días más tarde, como Lázaro emergió de su tumba.
Había sido depositado en la morgue en razón de no sé que pleito legal, cuestión de herencia supongo, y al amanecer del lunes (su muerte tuvo lugar a las 18 horas del jueves) un aterrorizado empleado del lugar debió ofecerle un sustancioso desayuno.
De inmediato el hecho dio la vuelta al mundo.
No se trataba, en efecto, de esas resurrecciones que difunden Selecciones o el Heraldo de la Ciencia Cristiana; míseros veinte minutos en el umbral del más allá. No.
El Sr. W. había estado muerto a todos los efectos por un período de 84 horas y dieciseís minutos exactamente.
Los medios, oliendo la noticia, acudieron de inmediato al Hospital I. donde reposaba el resucitado, que así comenzaban a llamarle.
Se convocó, también, a los principales referentes religiosos de la nación; curas, pastores, rabinos, ulemas y hasta un monej budista de paso por la capital. Científicos de todas las ramas del saber, desde los rígidos popperianos de la Facultad de Ciencias Exactas hasta los excéntricos lacanianos de la Escuela Psicoanalítica local, pasando por trasnochados marxistas, devotos existencialistas y exaltados panteístas.
Ni hablar de los políticos, presentes sin saber muy bien para qué.
Un prolijo enfermero trajo al Sr. W., bata blanca, rostro afeitado, sonrisa misteriosa, quien ocupó el podio de honor en la sala de conferencias colmada de público.
El director del Hospital hizo una breve introducción, que nadie escuchó, e indicó a los presentes que, dado el estado de salud del paciente, sólo permitiría una pregunta.
De inmediato los presentes comenzaron una acalorada discusión acerca de quien de ellos tendría la posibilidad de formular, por primera vez, una pregunta a un ser humano venido de la muerte.
Se barajaron muchas posibilidades, obvias las más, sagaces algunas, fuertemente polémicas un gran número.
Por fin un hombre de ciencia de edad madura, reconocido por sus aportes en el campo de la Física de partículas, se impuso sobre los demás y habló.
- ¿Lo vio usted?- dijo en un susurro que los circunstantes amplificaron de inmediato- ¿vio usted a Dios?- repitió como para dejar en claro el contenido de su interrogante- ¿cómo es?
El Sr. W se tomó un momento para responder, volvió a sonreír enigmáticamente y afirmó:
- Sí; ella, es negra.


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