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domingo, enero 19, 2014

Tren nocturno a Roma

Al principio parecía una buena idea:
 Ir desde el norte de Italia; Verona, Padua o Venecia, hasta Roma en un tren nocturno.
Dejábamos de “imponer” nuestra presencia a los primos y ahorrábamos una noche de hotel.

¿Dormir en un tren puede ser más incómodo que dormir en el avión?; pensamos.

¿No es romántico recorrer juntos la Romagna y la Toscana a la luz de las estrellas, juntos y abrazados en un camarote de tren?; imaginamos.

Esperar el tren con ansias, pero sin apuro, subir a la medianoche en una de esas ciudades de ensueño y amanecer, maravillados, en la deslumbrante Roma es casi perfecto; dijimos.

Pensamos, imaginamos y decimos demasiadas cosas...

La partida fue desde Venecia. Retardos que no viene al caso mencionar nos dejaron con la entrada a los museos de la Piazza San Marco pagada y sin usar; aprovechamos el último día en el Véneto para ese recorrido.
El anochecer, léase las cinco de la tarde, nos encontró, ahítos de arte e historia, en el célebre Café Florian. 

 Allí, desde 1720, se daban cita poetas, músicos, revolucionarios y conspiradores de casi toda Europa. 
 
Allí, en el siglo XXI, toman el té encopetadas damas venecianas o turistas de bolsillos rebosantes. Allí estábamos nosotros, del lado de afuera, en la Piazza, con un viento frío y cortante (gentileza del Adriático), intentando aprovechar la conexión Wi Fi...




Finalmente tomamos el vaporetto, recorrimos a lo largo el Gran Canal y desembarcamos en la estación Santa Lucía. 
Una cena en un restaurant de menú libre reemplazó con ventaja los fastos de los lujosos cafés del Rialto.
 En unas pocas horas partiría el tren nocturno a Roma, viajaríamos en un camarote y arribaríamos a la Ciudad Eterna con las primeras luces del alba. Casi un capítulo de Marguerite Duras o Thomas Mann.
¡Pocas horas!
Nunca son pocas cuando uno espera en una estación que se va quedando desierta.


Ni cuando pasan los minutos y el tren no se anuncia.
O al escuchar repetir al altavoz que tal o cual formación, procedente de alguna histórica ciudad, tiene un retraso también histórico.
Y cada cinco minutos una voz ya habitual repetía: “Allontanarsi dalla línea gialla”, como una de esos ritmos que uno no logra sacarse de la cabeza. “Ding dong, atenzione...” y uno espera que anuncien el tren, pero en su lugar: “allontanarsi...”


Llegó la medianoche, se terminó el día de Reyes, que acá es visitado por una curiosa bruja llamada Befana, y por fín, a los veinte minutos del siete de enero “Il treno Intercity” estaba a punto de partir; “allontanarse....”.
El tren en cuestión venía de Milán y el camarote, de seis personas, estaba ocupado por dos mujeres con pieles de ébano, hubiera dicho Salgari, dos negras, comentarían los pibes del barrio. 
Una de ellas intentaba dormir, la otra devoraba un paquete de pochoclo de penetrante aroma mientras, obsesivamente, acumulaba puntos en el juego de su smartphone. Insinuamos que ocupaba nuestro asiento y, sin mirarnos, con un gesto de displicencia, se movió al otro. Su compañera se acomodó en la búsqueda del interrumpido sueño.

Por razones que tampoco hacen al cuento íbamos cargados como paqueteros bolivianos, con el añadido de que la voluminosa valija, despojada de una de sus ruedas en una maniobra aeroportuaria, se desplazaba ahora sobre un práctico carrito, origen China, precio pocos euros, sujeta por la habilidad cordelera de mi compañera. 
Mochila en la espalda, dos valijas pequeñas repletas de regalos para llevar y presentes ya recibidos, valijón en precario equilibrio de tamaño ligeramente inferior al ancho del pasillo, cansancio, sueño y el persistente perfume de los pororó saturados de azúcar... así empezó el viaje nocturno


 
La valija no entraba en el compartimento, así que debió quedarse en el pasillo, tambaleante y molesta. Como era el camarote cercano a la puerta, y al baño, los sufridos pasajeros debían esquivarla nada más subir al tren y nosotros, como encargados de un peaje sin costo, moverla al interior del compartimento ante cada “prego” de los viajeros.
O de los polizones. 
Cada tanto uno veía pasar raudamente a un tipo de gorro y campera o a otro que fingía ir al baño y, detrás, al controlador, “il capotreno”, en inútil demanda del correspondiente pasaje. Después los gritos cada vez más elevados, la súplica casi inaudible en la cual sólo se distinguía la palabra: “fredo” y la promesa o la amenaza, nunca cumplidas, de bajar en la próxima estación.

Entretanto la viajera y el viajero argentinos, con su gran valija renga, procuraban dormir por turnos para cuidar la mutilada posesión, no fuera que alguno se la llevara por error...o justo castigo por ir de colado.

En una parada que ya ni recuerdo se completó nuestro camarote. 
Un digno señor que me recordaba al Tío Tom, pero con más graduación alcohólica, y un un joven procedente de las misteriosas tierras que baña el Ganges                                                       
                                                       ... quien nos pidió que no cerráramos la puerta con una expresión de malestar tal que parecía a punto de dejar en el tren parte de su propio karma; al menos el que había cenado aquella noche.


 





La morocha africana había dejado de trazar círculos en la pantalla táctil, arrugado la bolsa de pororó ya vacía y, cambiando la displicencia por el fastidio, dejó el compartimento por otro menos plebeyo. Nos miró como si fuera Beyoncé
y se abrió paso entre nuestro titubeante equipaje. No la volvimos a ver, pero el aroma de su presencia nos acompañaría el resto de la noche.


Padua, el Po, Bologna, Florencia y tantos lugares de resonancia universal pasaron en la tinieblas. 

Oscuridad afuera, sueño interrumpido en el tren. 

Miré a mi compañera, se había dormido escuchando música, “debo permanecer despierto”, me dije (nota, siempre me hablo a mí mismo como si fuera un personaje de novela), “debo cuidar la vali...” 

Lo siguiente que recuerdo es un montón de luches en sucesión, el fragor típico de toda gran ciudad, un atisbo de amanecer y el anuncio de que en cinco minutos arribaríamos a Roma.

1 comentario:

David dijo...

Desde hace rato tengo ganas de viajar a Roma y por eso me gusta tener la posibilidad de hacer este viaje. Ojala que pueda obtener pasajes a roma baratos ya que no cuento con mucho dinero y por eso me gustaría viajar de forma económica