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sábado, enero 04, 2014

Vieni, conosce il Prete

El esposo de la prima de mi compañera, digamos mi primo para abreviar, se asoma.
Dile a Gustavo que venga, al menos es lo que puedo traducir, así conoce al Padre... il Prete, suena con mayúsculas.
El pueblo de San Giovanni Ilarione, en la Región del Véneto. Visto desde la colina de Castello
Me abrigo y camino hasta el final de la calle, tan silenciosa como zigzagueante; apenas dos casas. Aquí todo está cerca, menos el pueblo que queda a un kilómetro, al pie de la la colina donde estamos.
Se abre la sencilla puerta sobre la calle. Son las nueve de una noche invernal; fresca y  serena.
Un hombre, entrado en carnes, atildado, con una cuidada barbita blanca en su rostro rubicundo, me tiende la mano. ¿Il Prete? No, su hermano.
Pasamos al comedor. Diplomas de la Gregoriana, magna cum laude, y del Politécnico de Turín, muebles de estilo, buen gusto y sobriedad. Un cuadro de Don Bosco preside la habitación, sobre un sofá asoma un  sarape multicolor.
Alto, robusto, entero. Traje azul oscuro, sólo el alzacuellos indica el estado eclesiástico de quien me da la bienvenida. Se toca con un sombrero, que se excusa de quitar, y me observa a través de un par de lentes redondos, más de profesional que de intelectual. Una ligera sonrisa; me examina con cortés desinterés; después de todo él es Il Prete...
Nos invita a sentarnos.
Saludos, presentaciones.
- ¿De Argentina?
Asiento.
Mi, para abreviar, primo le cuenta que la semana próxima estaremos en Roma.
- Forse- agrega- voi poi...
Me pierdo con las palabras, pero lo que mi pariente quiere pedirle es que nos haga pasar, sin tantos requisitos, a la Capilla Sixtina y, ¿por qué no?, a lugares del Vaticano inaccesibles a los turistas ocasionales.
Por mi parte recuerdo a Enrique de Navarra y me digo: Paris vaut bien une messe... y el Vaticano ni te cuento...
Ensayo la sonrisa de buen chico, pulo la chapa de antiguo franciscano y me dispongo a desempolvar mis conocimientos de mitología cristiana...
El cura sonríe; ser católico, en estos pagos, es algo que se da por supuesto y bien poco le impresiona un hermano profeso de la Orden Franciscana Seglar. No obstante dice que estará en Roma para la fecha de nuestro viaje y me da una tarjeta personal, me asegura que lo llame cuando llegue aunque, claro está, no sabe si estará disponible, pero... hay un dejo de exquisita diplomacia italiana en sus palabras y gestos, una amabilidad tan bien fingida que parece auténtica; hasta quizás lo sea.

El hermano del sacerdote nos ofrece un espumante local, producto de sus propios viñedos. Abre la botella sin estridencias, sirve sendas copas que coloca sobre platitos de plata.
Saboreo el licor. Delicioso, suave, ligero; predispone a la charla sin imponer su espíritu alcohólico.
El Padre, me entero que es una autoridad en Teología Fundamental (curioso intento de poner en diálogo la Razón con la Fe... no del todo imposible si se acepta esa premisa incomprobable llamada Dios), que es salesiano y que ha viajado a lugares tan distantes como Venezuela y Filipinas. La mención de ambos países, católicos e hispanos como no deja de recordar, viene a cuento porque la conversación nos lleva a un tópico habitual para los "nativos"; la presencia creciente de inmigrantes de origen asiático y africano. A poco uno comienza un diálogo, más allá de los saludos de rigor, surge la preocupación por estos nuevos bárbaros que quieren participar de la prosperidad de la civilización. En el café, en la cena familiar, durante un paseo por el valle o, como ahora, en la visita social todos comentan sobre los indios, de la India, los musulmanes o los chinos que se infiltran por entre los rígidos mecanismos de control fronterizo.
Por un momento imagino que estoy en la sala de algún decurión romano del siglo III; ansioso por todos esos godos, francos, vándalos y hunos que "están echando a perder el Imperio Romano".

Regreso al siglo XXI.

El cura se apresura a señalar que la cuestión no es que los extranjeros sean musulmanes, sino que su cultura es muy distinta de la nuestra, su mirada me incluye; "al fin y al cabo", dice, "los argentinos son afines a nosotros, fueron colonizados por españoles y participan de nuestra civilización..." Agrega que así como Argentina acogió a los inmigrantes italianos cuando la pobreza los forzó a abandonar esas tierras, del mismo modo Italia debería recibir a sus descendientes. Sonrío comprensivo; podríamos hablar mucho sobre el choque de las civilizaciones, la inmigración y la dialéctica norte sur, pero no es sencillo hacerlo cuando todo cuanto sé de italiano se limita a: buon giorno, buona sera y un biglietto per Verona, per cortesía..

Me limito a beber otro sorbo de ese maravilloso champagne local, mientras el teólogo me lleva hasta una foto que se tomó saludando a Ratzinger. El circunstanciado relato del encuentro incluye la cita en alemán de la frase que el Papa le ha dedicado: un elogio de circunstancias, pero que enorgullece a nuestro anfitrión. Había olvidado que en este país republicano y tumultuoso, existe un enclave teocrático que evoca, aún, el pasado estamental y absolutista. 
Iglesia de Castello, San Giovanni Ilarione





Nos despedimos. El sacerdote me regala una botella de la cosecha familiar (que desaparecerá presto en la fiesta de Fin de Año) y quedamos en volver a vernos en Roma, forse, agrega.
Forse significa, quizás, tal vez, acaso, si hay suerte...

Regreso a la casa de los parientes. Mi compañera me pregunta por mi visita; hay una chispa de sarcasmo en sus ojos, pero nadie lo nota.

- Todo bien- le digo- nos "hicimos amigos" y cuando lleguemos a Roma nos llevará a visitar todo el Vaticano...forse...



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