Leí a Louisa May Alcott hace ya muchos años, en mi infancia de omnívoro lector. Recuerdo con placer una ajada edición de Hombrecitos, me fascinaba ese peculiar colegio internado y las aventuras de los "pibes", también he de haber hojeado Mujercitas pero, con todo, mi favorita era "Una niña anticuada". El libro era de mi hermana y ella, quizás por reacción al "traga" de su hermano, nunca lo había leído...
No podía, no puede aún, existir un material impreso a mi alcance que no devore con pantagruélico goce de modo que me agencié del libro (colección Robin Hood, tapas amarillas) y me fui a mi rincón preferido de lectura: las ramas medias de un árbol de mandarinas. Allí, entre el aromático perfume y la permanente oscilación, me sumergí en el mundo de aquellas niñas de la burguesía norteamericana de la segunda mitad del siglo que, entonces, era el pasado. No sabía nada de todo esto, ignoraba, felizmente, contextos, ideologías, subtextos y géneros literarios; Eco, Bajtín, Barthes vendrían en un futuro que se me antojaba tan remoto como aquellas románticas peripecias de aquellos tres amigos; la niña del título, cuyo nombre he sugestivamente olvidado (y no pienso acudir a Google para remediar las razones de mi inconsciente), su amiga Fanny y el rebelde y entrañable Tom con quien, en secreto, me identificaba.
Mucha moralina había en esas páginas, mucha defensa del puritanismo que a mí, a tantas décadas, dos guerras mundiales y una revolución sexual reciente de todo aquello, me parecía increíble; la censura del baile, la represión de los sentimientos, el llanto en silencio, las convenciones respecto de varones y mujeres, la permanente voz de la autora, o de la niña, criticando a la "high society" con voces venidas del Mayflower, todo ello era un toque de exotismo que poco tenía que ver con mi mundo de asaltos, así les llamábamos a los bailes, de escuela mixta, de ver a mis vecinitas en bikini, de conversar con mis veijos en la mesa familiar... en ese verano del '75, una sociedad abierta que pronto... pero eso es otra historia.
A través de Una niña anticuada me asomé, por vez primera, al mundo femenino; a un mundo, con el perdón de los teóricos de la Historia, que no era tan diferente en sus anhelos más profundos. Conocí los celos, las rivalidades, el desengaño, el amor callado, la generosidad, los recovecos, en fin, del alma femenina. Exploré los primeros recodos de un río por el cual ya no cesaría de navegar; la mujer. No era, claro, la mujer de mis tiempos, ni siquiera la más modosita de mis compañeritas de primaria se parecía a la niña de marras, pero ¡cuánto en común había entre sus sentimientos y los de aquella protagonista creyendo que Tom la había olvidado! ¡Cómo se hubiesen entendido si se trataba del vestido para el baile, o de esa mirada, indicio de secretos, o de la carta donde no se preguntaba por ellas!. Era un mundo nuevo y, devorando esas mandarinas tan fragantes, un Gustavo de 11 años desembarcaba en sus playas.
Louisa M. fue muy importante para alimentar el lado, digamos, romántico de mi personalidad. Ese que me hace, a veces, estar casi a punto de entender por qué llora mi hija, a que se debe la mirada de mi ex esposa, o cual es la razón del silencio de alguna de mis amigas.
Una de ellas dijo una vez, supongo que en plan de elogio y después de momentos sublimes, que yo era muy capaz de conectarme con mi lado femenino; confieso que es verdad, estoy muy cerca de comprender a las mujeres (por supuesto muy cerca, para un varón, equivale a una distancia mensurable en parsecs) y a veces me siento extrañamente identificado con sus deseos, sentimientos y necesidades, no dura mucho, claro está, y al poco tiempo vuelvo a cometer una barrabasada masculina, pero ese fugaz momento de conexión lo debo, en gran parte, a esas tardes de mandarinas y de lectura de aquel "libro para niñas".
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1 comentario:
GUS NO ME NOMBRASTE Y CREO QUE TENGO LA MAYOR HABILIDAD "SER MUJER"... ¡ESTOY ENOJASIDISIMAAAAAAA!
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