El Hundimiento de Atlántida
(como lo cuenta J.R.R. Tolkien en Akallabéth)
La historia, o leyenda, de la Atlántida es una de esas que nos gusta contar y volver a contar. Un clásico en la cultura occidental: la gran isla – continente que se hundió en el mar en una sola noche de cataclismo. ¿Quién no conoce esta leyenda?, ¿quién no sabe, o cree, saber lo esencial sobre la Atlántida?
Platón y sus historias
Todo empezó con Platón, uno de esos extraordinarios griegos que crearon una maravillosa mitología (en la cual no creían o creían a medias), derrotaron al mayor imperio de su tiempo; los persas y, como de paso, inventaron un modo nuevo de pensar la realidad al cual no quisieron llamar “sabiduría” sino filosofía, es decir amor, o apego, a la sabiduría... Este Platón gustaba de exponer sus pensamientos en forma de diálogos, diálogos en los cuales él nunca aparece sino que son llevados por su maestro Sócrates y diversos interlocutores que, finalmente, deben rendirse ante la superior dialéctica de aquel. En dos de estos diálogos, el Timeo y el Critias, nombres que toman de sus protagonistas, el buen Platón nos acerca el “mito” de la Atlántida. Nos dice que se trata de una historia de origen egipcio (Egipto era ya la tierra de las antiguas maravillas) la cual llegó a él por tradiciones familiares y, recurso muy usado luego, pero entonces novedoso, por un manuscrito antiguo.
Posidón, el dios tutelar de la Atlántida
Estamos en el siglo IV a. C. y el relato de Platón comienza unos doscientos años atrás, cuando el legislador ateniense Solón viaja a Egipto y los sacerdotes le cuentan una historia extraordinaria que los griegos, “siempre niños” dice el interlocutor, han olvidado. Hace unos nueve u ocho mil años, no es claro el lapso, pero a tan gran distancia bien puede perdonarse un milenio (¡apenas!) de discrepancia, ya existía la ciudad de Atenas y era, dicen los egipcios, la mejor gobernada de todo el mundo mediterráneo (uno percibe el tono de las palabras de Platón; “no como ahora con esta democracia; ¡ah aquellos viejos tiempos!”). También había, en un lugar “más allá de las que ustedes llaman “columnas de Hércules”, es decir en el remoto occidente, una gran isla mayor que Asia y África unidas (se refiere al Asia Menor, la actual Turquía y el norte de África, pero no debemos buscar precisión topográfica) llamada Atlántida. De entrada descubrimos que todo en la Atlántida es maravilloso y abrumador; desde sus orígenes que se remontan al dios Poseidón, hasta sus templos de oro y oricalco (una sustancia más valiosa que el oro y que “ya no existe”), pasando por enormes montañas, gigantescos animales (elefantes entre ellos) y magníficos edificios. Con minuciosidad de libro de texto se nos describe la isla y su capital; una ciudad marítima formada por anillos concéntricos de tierra y agua, un canal techado conduce a los navíos hacia el interior y fortificaciones guardan su acceso, en el anillo central están el templo de Poseidón (en el lugar donde engendró a los primeros diez hermanos que gobernaron la isla) y los palacios reales.
Ya están presentados los personajes; dos estados muy diferentes; por un lado Atenas, la polis ideal, por el otro Atlántida, el arquetipo de los imperios bárbaros, poderosos pero inhumanos. Y el enfrentamiento será inevitable, Platón nos anuncia que Solón había comenzado a componer un poema épico, que superaría a los de Homero, donde se describía en detalle la guerra de conquista llevada a cabo por los atlantes contra el Mediterráneo oriental, la heroica defensa de Atenas y el hundimiento, por voluntad de los dioses, de la isla impía. Nos dice, también, que el legislador no pudo completar su obra y en esto hay un preanuncio de lo que vendrá, porque el caso es que tampoco Platón terminó este diálogo.
En efecto, todo parece indicar que tenía previsto escribir una trilogía donde desarrollaría el tema del origen de Atlántida y Atenas, nueve milenios atrás, pero después de presentar su plan en el Timeo y comenzar el relato más circunstanciado en el Critias no sólo no llegó a componer el tercer diálogo (el Hermócrates) sino que dejó inconcluso el segundo, de hecho nos presenta, al mejor estilo épico, una asamblea de los dioses y cuando Zeus va a tomar la palabra, el texto se interrumpe bruscamente.
Mucha tinta ha corrido para explicar este final abrupto, así como para intentar dilucidar que se proponía el filósofo ateniense al contar esta historia que, como remarca el irónico Sócrates: “es un hecho, no una ficción”. ¿Era un eco de antiguas tradiciones egipcias?, ¿o una creación del propio Platón para ilustrar sus propias concepciones de la sociedad, la moral y la política?. Todas las respuestas que se han dado oscilan entre estas dos preguntas, con matices, con leves, o no tan leves, enmiendas, con pasión la mayor parte de las veces.
Nadie había mencionado la Atlántida antes que Platón; hubo, sí, islas más o menos míticas en las tradiciones de los diversos pueblos de la Antigüedad; el país de Dilmún de los sumerios, la Keftiú de los egipcios y la Esqueria de Homero, pero ninguna de ellas (con excepción quizás de Keftiú, como veremos) es una seria candidata para la Atlántida. Nadie, tampoco, volvió a darnos nuevos datos sobre esta tierra, todos parten del relato del filósofo griego y lo aderezan con comentarios o, en tiempos modernos, con presuntos hallazgos arqueológicos que vienen a confirmar, en sus grandes líneas, la narración del Critias.
Sobre esta tradición se injertaron otras historias; historias de catástrofes marítimas nacidas en las orillas europeas del Atlántico (el nombre del océano no remite a la Atlántida, sino al titán griego Atlas que llevaba la bóveda celeste sobre sus hombros), historias de antiguos reinos más o menos legendarios, historias de paraísos allende los mares y de maravillosas culturas olvidadas en el remoto pasado.
Más tarde vendrían los “investigadores” intentando probar que la Atlántida existió, recogiendo con minuciosidad de aficionado los menores indicios a una y otra orilla del océano que probaban un contacto entre los pobladores del viejo y el nuevo mundo (pirámides, mitologías, palabras sueltas, frutos y hasta migraciones de animales), intentando cartografiar la mítica isla, buscándola más allá del océano en lugares tan diferentes como el Mar del Norte, las Bahamas, el Mar Negro y hasta el Sahara.
Una de las últimas "ecuaciones" de Atlántida es la de Díaz Montexano que la ubica en España. En la ilustración una de las "pruebas" un jarro pintado con círculos que, evidentemente según el autor, reflejan los anillos de agua y tierra descriptos por Platón. Así se hace (pseudo)ciencia.
Nació así la imagen moderna de Atlántida; y, así como Platón fue el primero en dar a conocer la existencia de la isla allá por el año 400 a.C., el norteamericano Ignatius Donnelly fue su divulgador en el siglo XIX y el responsable de la noción que hoy tenemos de la mítica isla.
El jesuita Athanasius Kircher (1602 - 1680) trazó este mapa, supuesto, de la Atlántida; el primero del que se tiene noticia
Si querés leer más:
Fragmentos del texto de Platón: http://www.kelpienet.net/rea/platatla.php
A favor de la existencia de Atlántida: http://georgeos-diaz-montexano.blog.com.es/2006/11/29/atlantida_historica_aies_realmente_la_at~1380771
En contra de la existencia de Atlántida: http://www.geocities.com/planetaesceptica/atlan1.htm
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