Durante los años del menemato (neologismo necesario y lamentable) cuando campaba la ilusión de una mágica prosperidad en un paisaje de photoshop, existía un doble frente en la crítica al entonces Presidente Menem.
Unos veían con espanto sus gestos histriónicos, sus torpes bailes con odaliscas, sus monumentales ignorancias, su chabacanería y su mal gusto. Se horrorizaban de ello, sentían algo muy cercano a la vergüenza o no disimulaban su desprecio. En suma, cuestionaban sus formas.
Otros, en cambio, se preocupaban por sus actitudes entreguistas. Se daban cuenta de que la aplicación de un modelo neoliberal a ultranza en todas las áreas del Estado, educación incluida, no representaba solamente una involución social, sino que destruían por completo los restos de sociedad civil que la dictadura y la inoperancia de Alfonsín habían dejado. Es decir, criticaban el contenido de su política.
Ambas tendencias deploraban también la escandalosa corrupción, el crecimiento de la pobreza, el desarrollo de las formas más perversas de clientelismo político y la ilusión, demasiado extendida, de vivir en un país “del Primer Mundo”.
Un análisis más cercano del discurso descubría, empero, sutiles diferencias enre aquellos que abominaban de esos males en nombre de una imprecisa moralidad republicana y los que se enfrentaban a ellos desde los conceptos de soberanía popular e identidad nacional.
Los primeros veían en Menem a Nerón, la Bestia.
Los segundos encontraban en el riojano la culminación del proyecto económico, cultural y social de la dictadura; no Nerón, sino Milton Friedman vestido de oropeles.
Esta distinción, casi una caricatura, es ilustrativa porque define dos maneras, dos talantes, diría, que existen en la América de tradición española a la hora de pensarse como sociedad.
Al primero, obsesionado con las formas, las buenas maneras, con la estética, en suma, le damos en Argentina el nombre de gorilismo.
Gorilas eran, años ha cuando existía realmente el peronismo, aquellos sectores más recalcitrantes en su odio a este ambiguo movimiento de masas. Odio que, es bueno señalar, estaba determinado más por el carácter multitudinario, masivo, popular en suma, del peronismo que por sus acciones políticas o económicas.
Viñetas antiperonistas de 1945/6
El gorilismo, claro, es anterior al peronismo. Se lo puede rastrear hasta los últimos años de la Colonia. Los “gorilas”, sin este nombre, dominaron al país por más de un siglo, e impusieron, con el poderoso auxilio del sistema educativo, la imagen de la Argentina como un país europeo, culto y formalmente republicano.
Una nación racional, sin conflictos raciales o sociales, tolerante y abierta a la emigración. Representante cabal, en el seno de la supuesta barbarie latinoamericana, de la civilización occidental.
Ni siquiera hacía falta ser miembro de esta siempre renovada oligarquía para ser un gorila. La escuela, los publicistas, los discursos formaban diariamente una suerte de ethos gorila en lo más hondo de cada argentino urbano.
Hubo, hay, gorilas de izquierda y gorilas de derecha. Gorilas que se asumen como tales y gorilas que se esconden con discursos impostados.
De raigambre liberal, el gorila de derecha desconfía de los políticos, recela de todo cuanto huela a intervención estatal y confia ciegamente en la iniciativa privada. Todo esto, por supuesto, no le impide enriquecerse con la función pública, aprovechar los contratos del Estado y reclamar, con obsesión de neonato, subsidios para su propio sector productivo. El doble discurso es, en él, una parte de su personalidad, tanto que no es conciente de practicarlo.
Con idéntica raíz, aunque negándola, el gorila progresista (quizás el más temible) abjura de la masa popular, usa y abusa alegremente del concepto de lumpen acuñado en triste hora por Marx y siente asco por el sudor de “los negros”. Aislado en su isla de saberes y teorías de avanzada, lo ignora todo sobre su tierra y, si acaso, la viste con los ropajes a la moda; buen salvaje en el siglo XIX, masas explotadas a principios y mediados del XX, pueblos originarios en el naciente XXI.
Formado por la lectura de pensadores extranjeros, el gorila rinde culto a la racionalidad, el orden, la limpieza y la mesura. Cree que cree en la democracia representativa, en los debates parlamentarios y en “el cuarto poder”. En realidad ama las formas, la afectación, la hipocresía en suma.
Es que el gorila siempre tiene un ojo puesto en el otro lado del Atlántico o más al norte del Río Grande.
¡Qué dirán ellos, se preguntan obsesivamente, de nosotros!
¡Qué pensarán los ilustrados, los cultos, los avanzados de esta gente rústica y atrasada!
¿Se nos ríen en la cara? ¿Nos desprecian? ¿Acaso nos están mirando?
A quien compuso esta foto de un enfrentamiento entre "bandas" peronistas no le interesa en sí el hecho, sino que fuera visto en todo el mundo... Los logos en los márgenes son suficientemente elocuentes.
De izquierda o de derecha, lo cierto es que el (la) gorila tiene miedo, mucho miedo, y vergüenza, demasiada vergüenza.
Miedo a sus honduras irracionales, que es el miedo al espejo.
La vergüenza es hija de ese temor.
El gorila no quiere exponerse, detesta ponerse en evidencia como no sea destacando por encima de todos. A sus ojos, eso es lo peor, a sus propios ojos; su pueblo y él mismo no son más que bárbaros, patanes, villanos residentes en la periferia del mundo.
El miedo y la vergüenza son exorcizados por medio de la pose, del desprecio y el cómodo expediente de cargar en el otro, su compatriota, toda su frustración por haber nacido en la Argentina.
En la revista Noticias o en los discursos de Elisa Carrió, así como en la charla diaria del taxista o en la práctica de las clases “medias” empobrecidas, el discurso gorila está tan asimilado que ni siquiera es advertido como tal. Lo usan cotidianamente y es su medida para todas las cosas.
Sea Menem o Kirchner, los asambleístas de Gualeguaychú o los piqueteros, sea la cumbia o el cuarteto; el gorila argentino se sube al pedestal de su propio ego, tuerce desdeñosamente el labio y exclama, horrorizado: ¡qué pueblo de mierda!
1 comentario:
Peronismo=maquiavelismo, dirigismo, nepotismo, atraso e ignorancia.
El que no lo puede ver así está infectado por esa enfermedad que está llevando a la Argentina a la muerte.
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