La Edad de Oro de la Ciencia
La Ciencia no es burguesa por accidente, la emergencia de una nueva clase social es determinante para su desarrollo, del mismo modo que tampoco es casual que la Burguesía naciente sea acérrima partidaria de la investigación científica. Cada una es condición de la otra.
Los paradigmas de la Ciencia son los mismos que los de la burguesía destinada a conmover el mundo; libertad de pensamiento, expansión del dominio humano, conocimiento, control y conquista del otro.
Y permítanme decir que estaba bien, históricamente bien, que así sucediese. No justifico con esto el dominio europeo del mundo, ni avalo las atrocidades de esa conquista. Nunca son buenas las guerras, ni siquiera las guerras de liberación, pero a veces son necesarias. La lucha burguesa contra el Antiguo Régimen, la de Ciencia contra la Tradición y el combate de ambos contra la dominación ideológica fueron un capítulo épico y obligado de la Historia en cuanto desenvolvimiento de las potencialidades humanas. Quizás podría haber sucedido de otra forma, quizás no era ineludible esclavizar a tres cuartos del Mundo en el proceso, quizás no se requería echar por tierra toda traba moral, quizás la revolución burguesa no hubiese exigido tanta sangre pero lo cierto es que así fue como sucedió y que sus enemigos eran demasiado gigantescos como para entablar una lucha caballerosa.
La Ciencia que surge desde el Renacimiento es una criatura golosa de nuevos saberes, conocimientos teóricos pero también prácticos. Quería libertad y quería riquezas, en consecuencia comienza a ser aplicada a la producción y deviene en Tecnología. Inseparables y a menudo confundidas marcarán el lugar social del nuevo saber: el saber hacer, la Invención.
Los territorios que controla la Ciencia van aumentado de manera exponencial, por así decir; la Lógica en el siglo XVI, la Matemática y la Astronomía en el XVII, la Física, la incipiente Biología, la Geología y la Química desde el XVIII determinan rumbos y modos de obrar en el campo científico.
Estas ciencias, concebidas y venidas al mundo en tiempos bélicos, aspiran a situarse por encima de las mezquinas pasiones cotidianas, se proclaman neutrales en la guerra de clases y se apartan ostensiblemente de la cuestión política, pero en realidad son minas destinadas a socavar las fortalezas del enemigo. Su distanciamiento aparente es una manera de conferir objetividad a los reclamos burgueses; la lucha de éstos es, así, una lucha por el triunfo de la Razón.
El 1800, con el triunfo definitivo del Orden Burgués, es, también, la centuria de la Ciencia.
Se avanza a pasos de gigante, destruidas las trabas de la religión, la monarquía y las tradiciones, el mundo aparece como un objeto externo pronto a ser conocido y, por ende, dominado.
El Estado, ya no un enemigo, pues está en manos de la clase triunfante, promueve y fiscaliza la práctica científica y promueve la aplicación de sus avances, es decir de la tecnología, en su tarea, paralela, de poner orden en la áreas bajo su dominio… que vienen a ser todas, o casi todas.
Nacen así las llamadas ciencias sociales, empleadas a medio tiempo del Estado burgués. En su seno, sin embargo, surgen también las primeras críticas al nuevo orden, balbuceantes a veces, más seguras otras, se convierten en la avanzada de la lucha de las nuevas clases subalternas que aspiran a reemplazar a la burguesía.
El modelo a seguir, con todo, no es otro que el de las Ciencias Naturales, reputadas como objetivas y asépticas, con su rigurosidad estadística, sus formulaciones matemáticas y su aparente distanciamiento de la sociedad. Las Ciencias Naturales, arietes de la Revolución Burguesa, siguen siendo sus aliadas, pero ahora como fortificaciones, magníficas defensoras del orden establecido.
Esto no quiere decir, por supuesto, que las Ciencias Naturales fueran, en sí, ciencias burguesas, mucho menos que las naciente Ciencias Sociales devinieran, por este mismo hecho, en cuestionadoras del sistema capitalista. La realidad nunca resulta tan esquemática. Sin embargo las primeras se sitúan en un contexto de expansión y auge de la burguesía, por lo que son delimitadas dentro de ese paradigma económico y social, en tanto que las segundas advienen cuando el orden establecido es ya burgués y pueden, por tanto, situarse más allá del mismo… lo cual no es siempre el caso!
En efecto. El paradigma de la racionalidad científica es materialista y mecanicista, ajeno a los procesos y a la dialéctica, basado en la experimentación, la observación y la lógica inductiva. Así lo constituyeron las Ciencias Naturales y así aspiran a seguirlo las Ciencias Sociales.
Desde el siglo XVII esta concepción tenía un ilustre ejemplo a seguir; la Física de Newton. Elegante, clara, demostrable y exitosa. Todas las demás ciencias querían ser como ella… hasta que llegan los descubrimientos de la nueva física y ponen en cuestión la validez universal de este modelo. Newton, nos dicen Planck, Einstein y Heisenberg, no estaba equivocado, pero sus leyes sólo tienen un alcance limitado, son determinadas por su contexto e inaplicables bajo otros parámetros.
Esta sospecha interna dentro de la Física, aparece cuando otras sospechas similares rondaban el campo científico desde disciplinas consideradas "parientes pobres" de la Ciencia; la Historia, la Geografía Humana, las primeras indagaciones sociológicas y la incipiente Psicología ya ponían en cuestión la legitimidad "eterna" del modelo de Ciencia moderna que avanzaba por medio del experimento hacia la consecución de una Verdad pre existente. La pregunta era: ¿hay un solo camino para la Ciencia? Y, ya que estamos en ello; ¿camino hacia dónde?
Continuará...
1 comentario:
Mala suerte que me pillas de vacaciones cuando aprovechas para escribir sobre psicología, psicoanálisis y método científico...
Confío estar de vuelta cuando acabes la serie, y ya te haré unos cuantos comentarios al respecto "desde dentro".
Hasta entonces, un saludo,
Sibila.
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