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miércoles, agosto 20, 2008

Primera Directiva







Lo confieso, soy un fan de Viaje a las Estrellas (Star Trek), un poco por "aparato" como dice una amiga, un poco porque es una de las series de Ciencia Ficción más inteligentes y además porque... pero no es ese el tema.


En los viajes espaciales que imagina la serie, los protagonistas; pertenecientes a la muy democrática y multicultural Federación Unida de Planetas, (una especie de EE UU como deberían haber sido, una suerte de ONU más eficaz) suelen encontrarse con civilizaciones alienígenas en distinto grado de evolución tecnológica.


Las relaciones que entablan con ellas, y que dan origen al conflicto dramático, están codificadas en una suerte de código ético conocido como Primera Directiva (o Directiva Principal, según las traducciones, en inglés es Prime Directive) que establece básicamente la no interferencia de los viajeros en el desarrollo social o cultural de las sociedades que estén en una etapa tecnológica "inferior"; es decir que no tengan naves capaces de viajar entre sistemas estelares.

En otro momento y lugar podríamos hablar de lo que implicaba esta característica de la serie (ideada por su creador Gene Roddenberry) para la narrativa televisiva de su época y en relación con una visión filosófica que es, en último término, de raíz iluminista. Hoy quiero concentrarme en un aspecto más cotidiano.

Sin necesidad de exploraciones estelares podemos encontrar, en este mundo nuestro, diversas culturas diferentes. El proceso de globalización, iniciado en el siglo XV, hace que unas y otras se relacionen cada vez más, pero hoy sabemos que siguen existiendo grandes diferencias entre ellas.

La Historia ha sido la gran forjadora de estas distintas visiones y maneras de estar en el mundo.

A lo largo de los siglos cada comunidad humana ha desarrollado su propia escala de valores y la ha codificado en la forma de costumbres ancestrales, tradiciones religiosas, relatos mitológicos o fórmulas legales. También el contacto entre estas culturas; que puede ir desde las relaciones de dominación, incluso de explotación, hasta las de simple vecindad determinó respuestas que hoy nos afectan a todos.

El problema es, entonces, el de la convivencia y el respeto.

Algunos pensadores plantean que las costumbres y la moral de una de estas culturas, en concreto la Occidental, deben servir de norma para todas las demás. Señalan que Occidente, en alguna de sus variantes; anglosajona, latina o eslava, es la única cultura capaz de reflexionar sobre sí misma, la única que se plantea la moral de sus actos y la única, en fin, que puede garantizar un equilibrio entre deberes y derechos entre todos los humanos. Otros añaden, aún, que el formidable desarrollo tecnológico de Occidente es prueba de su capacidad, que ese mismo desarrollo es consumido ávidamente por las demás culturas del mundo y que, por lo tanto, el modelo occidental debe prevalecer sobre los demás.

La Primera Directiva, para los sostenedores de esta posición, no podría aplicarse en nuestro planeta por la sencilla razón de que la cultura occidental es la meta que deben alcanzar, más temprano que tarde, todos los seres humanos.

En otros ámbitos se cuestiona esta postura y se marcan los enormes crímenes que promovió la conquista occidental del mundo, así como el desprecio por las demás culturas de la Tierra a las que, muchas veces, calificó como inferiores.Proclaman que la tolerancia y el respeto son valores esenciales para la convivencia entre los seres humanos, por lo que toda cultura tiene derecho a seguir sus propias costumbres y normas. El avance tecnológico no da derecho a ninguna prerrogativa y de hecho muchas de las sociedades consideradas “inferiores” poseen principios y valores que superan a los de Occidente y, en algunos terrenos, como la medicina, la ecología o la filosofía lo superan ampliamente.

Los defensores de esta tesis abogan, pues, por una suerte de Primera Directiva adaptada a nuestro planeta en la cual se supriman los juicios de valor sobre otras culturas y no se interfiera con su desarrollo interno.

Estas dos posiciones dejan de ser teóricas cuando nos encontramos con la necesidad de dar una respuesta concreta a la realidad de los movimientos masivos de población, a la presencia de grupos étnicos de diverso origen conviviendo en el mismo territorio, a los reclamos de autodeterminación de distintos colectivos humanos que reivindican sus culturas ancestrales, a los enfrentamientos entre portadores de diferentes visiones del mundo, al miedo al extraño y a la xenofobia.

Si nos decantamos por la solución de los que ven en Occidente la expresión más avanzada de la cultura humana y el modelo a seguir, debemos preguntarnos:

¿Se deben imponer esas normas por encima de aquellas que son tradicionales entre gentes de otro origen? ¿Cuál es el límite? ¿Debe existir algún tipo de respeto o consideración para con las costumbres ajenas? ¿Se obligará, por caso, a hablar inglés o alguna otra lengua occidental al resto del mundo? ¿Se impondrá este modelo a como dé lugar, usando la fuerza si fuera necesario?. Y, más importante, ¿es posible hacerlo? ¿Cuál es su costo? ¿No se generará una mayor resistencia por parte de la cultura “invadida”? ¿No se reforzarán aquellas características que, Occidente, considera indeseables?

Por el contrario, si se defiende la tolerancia y la multiculturalidad: ¿Debe guardarse respeto también a las culturas que resultan irrespetuosas? Dicho de otro modo; ¿se puede ser tolerante con gentes que defienden la intolerancia? ¿El hecho de ser el fruto de tradiciones ancestrales, les confiere algún derecho especial? ¿Qué hacer con respecto a la discriminación cuando los que la llevan a cabo pertenecen esa misma cultura que no se quiere discriminar? ¿Cómo actuar cuando el otro pretende imponer su escala de valores, más aún, cuando sostiene que de no aceptar esta imposición se lo está oprimiendo? ¿No se fomenta de esta manera aquello que se desea evitar? ¿Cuál es, otra vez, el límite, esta vez del respeto?

A poco que miremos a nuestro alrededor descubriremos que no se trata de preguntas ociosas, por el contrario, la aplicación o no de la Primera Directiva en el trato entre las culturas mundiales es, seguramente, el dilema fundamental del siglo XXI.

Y ya no se trata de Ciencia Ficción…

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