6. Un mito antiguo de la Creación.
- Al comienzo estaban Yahvé y Rahab, a quien algunos llaman Tehom. Ambos eternos, ambos rivales. Yahvé era un dios poderoso y joven, Rahab una deidad antigua y temible. Yahvé creía en el orden, en la razón y en el poder. Rahab representaba el caos, lo imprevisible, la fuerza ciega de los elementos. Yahvé era el desierto y sus tempestades, Rahab; el mar y sus torbellinos. Yahvé era varón, Rahab, mujer.[1]
- En los oscuros tiempos en que los dioses batallaban sobre la Tierra; Rahab se alzó, poderosa, y dio a luz al temible monstruo marino, Leviatán. Todos los dioses y diosas se asustaron ante él y huyeron. Yahvé no temió, sin más tomó su arco de caza, el arco iris, y lanzó sus flechas contra la bestia, venciéndola. Sin perder un momento aplastó con una maza la cabeza de Leviatán, la gran serpiente marina, que desde entonces se convirtió en su fiel servidora y su diversión para los momentos de ocio. También se dice que, por entonces, dominó al monstruo terrestre Behemot. Luego arremetió contra Rahab, a la cual despedazó. De sus despojos salieron la Tierra y los seres que la habitan.[2]
- Yahvé hizo surgir las montañas del cuerpo muerto de Rahab y asentó los pilares de la Tierra en las más elevadas de entre ellas, luego fijó los límites del mar y estableció las rocas contra las cuales se estrella. Extendió el manto de los cielos, desplegándolo sobre la superficie plana del mundo, colocó las luminarias en él, el Sol y la Luna, formó las constelaciones y fijó sus movimientos a lo largo del año. Por fin creó el calendario, ordenando que los días y las noches se rigieran por el curso solar. Este fue el primer día, del primer año del mundo y desde entonces se celebra, con gran estrépito, la victoria divina el primer día de cada año.
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Triunfador, Yahvé se alzó en medio de la Asamblea de los Dioses, y se proclamó a sí mismo el único y supremo Dios, rebajando a los demás a la categoría de simples servidores. Durante un tiempo, sin embargo, permitió que alguno de ellos compartiera su morada terrenal, en la montaña del Norte, y así mantuvo a su lado a la gran serpiente Nehustán, a Helal, el Lucero y, especialmente, a Asherá, la Reina del Cielo, diosa que eligió como su consorte.[3]
Sin embargo estos dioses se mostraron ingratos con Yahvé y le traicionaron. Nehustán pretendió ser considerada la salvadora de los hombres y Helal quiso igualar su poder con el de Yahvé, Asherá, por su parte, le fue infiel con alguno de los otros dioses. Así, pues, fueron expulsados de la montaña del norte hacia las regiones inhóspitas del sur y Yahvé, en solitario esplendor, reinó sobre la Tierra y sobre la Humanidad.[4]
[1] Job 9,13. Deuteronomio 33,2.
[2] Salmos 40, 4. 89, 6-15. 74, 12-17. Génesis 9, 13. Job 26, 12. 40, 15-21 41, 1-34. Isaías 51, 9. Libro de Enoc, 60, 7-8.
[3] Salmos 82, 1-7. Jeremías 7, 16-20. Templo de Tell Arad. Inscripción de Khirbet el Qom. Inscripción de Kuntillet Ajrud. A. Cowley, Aramaic Papyri of the Fifth Century B.C., Oxford, Clarendon Press, 1923, 147 (n.º 44,3).
[4] Segundo Libro de los Reyes, 18, 4. Isaías 14, 12. Jeremías 44,17. Salmos 47,1-2
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