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lunes, febrero 02, 2009

Desencantados


Ya todo está visto, dice el desencantado cerrando los ojos.

Es mentira, no puedo creerles, murmura la desencantada, mientras sube el volumen de la radio.


Los desencantados no son un espécimen local, están repartidos por todo el mundo, pero lo cierto es que la variedad argentina es notable por dos motivos, a saber; se consideran progresistas y sienten que el escepticismo más soso es en sí, delicioso.

Ningún desencantado ha nacido por generación espontánea, las circunstancias históricas; el fracaso repetido, las altas esperanzas defraudadas, la sequedad de la rutina, los han configurado como lo que son: delicadamente resentidos.

El miedo también ha configurado la conciencia, e inconsciencia si vamos a ello, del desencantado. Miedo a que lo baleen en cualquier descampado, miedo a que le roben lo trabajosamente conseguido, miedo a caerse de esa posición social que ha podido lograr, miedo, en fin, a su propio rostro en el espejo.

El (la) desencantado/a cree que todo tiene precio excepto él (ella) mismo/a.

Mira con sonrisa torva a los funcionarios del Estado, de sus tiempos de izquierda ha aprendido a desconfiar de ese instrumento de la clase dominante y tiene a gala no olvidarlo nunca, porque intuye que ellos le robarán el saldo de sus esfuerzos.

Se sonríe ante los movimientos sociales; locos lindos, siempre y cuando no corten la ruta cuando se va de vacaciones.

Porque se va de vacaciones, los desencantados nunca son tan pobres que no puedan disfrutar de su merecido descanso.


Apuesta a la protesta porque sí, porque queda bien, porque es una forma de mostrar su disconformidad ante el ascenso de lo vulgar. Protesta desde su casa, desde su departamento golpeando una cacerola, desde el living mirando TN, desde el sitio web enviando burlones comentarios. Nunca participa en construir, no le interesa, ¿para qué si todo sale mal?

Por eso disfruta de las malas noticias, goza cuando aparecen problemas, de la izquierda que fue mantiene ese viejo y tonto lema: cuanto peor, mejor.

Se entusiasma con el discurso racional, sólo un momento, sólo por unos instantes, y desprecia a cualquiera que no sepa usar con corrección la preposición “de”.

Elitista en su concepción, reniega de esa falta oculta para proclamar su amor por el pueblo. Nada lo demuestra mejor que esa cerámica que se trajo, por pocos pesos, del noroeste…


El desencantado lee Noticias, Crítica y Perfil, abomina de los K y tiene la secreta esperanza de que Carrió no lo defraude, apoya al campo sólo porque éste comparte sus fobias y se imagina de izquierda porque ha pasado por la universidad.


Hay mucho de bueno en los desencantados.
El escepticismo es bueno, la crítica también y ni hablar de la desconfianza.

Hay mucho de hojarasca, es una lástima, en los desencantados, trivialidad y una fundamental incapacidad de comprender los procesos históricos. Están acostumbrados a pensar las cosas en blanco o negro, en gris a lo sumo, y no pueden, simplemente no pueden, ser dialécticos; eso les suena a traición.

A veces me tienta ser un desencantado más; quejarme todo el día, burlarme de “la clase política” y exclamar triunfalmente cuando, como es de suponer, algo salga mal: te lo dije.
Me tienta, de verdad, pero entonces me paro, voy al baño, y me miro en el espejo.

Y me des – desencanto.

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