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jueves, agosto 02, 2007

Argentina, tierra de la plata

Los tiempos de Ñaupapacha
Primera parte









Mi patria es joven y es antigua.
Tiene más de diez mil años y, sin embargo, aún no ha llegado a los doscientos. Más que una paradoja; un cruce de historias.
Las primeras gentes que llegaron a este territorio lo hicieron desde el cálido norte. Sus ancestros, y los ancestros de sus ancestros, cazaban bestias de pesadilla y recolectaban frutos dulces en las selvas, bajo los árboles, bajo los bejucos.
Ellas y ellos habían atravesado pasmosas distancias en busca, quizás, de esa utopía que nos ha llevado a pergeñar religiones y morir por ellas.
Nada marcó su ingreso al territorio que sería la Argentina, las fronteras no existen si no que los humanos cargamos con ellas y las imponemos, fuerza o convencimiento, a los demás.
Entraron por la puna y por la quebrada.
Cruzaron la cordillera y bajaron por el río.
Una tierra inmensa, una esperanza intacta.
Y pasaron largos siglos.

Cueva de las manos, Santa Cruz, 9000 años antes de la Era.




Por los tenebrosos tiempos en que la soberbia de Roma era abatida, cuando las tinieblas cubrían Europa y en las arenas de Arabia se incubaba una revolución en el pensamiento.
Cuando la luz de Zarathustra lanzaba sus últimos brillos en la tierra de los arios, y se agitaban incesantemente las estepas.
En los años en que florecían refinados poetas en la India y los sabios de la dinastía Tang disertaban con elegancia en los pabellones de alguna de las capitales del Imperio del Medio.
Cuando en el lejano norte, Pacal bajaba a su ornamentada tumba y Teotihuacan se convertía en un silencioso recuerdo...


Andina...



En esos años luminosos las gentes de lo que hoy es mi tierra habían alcanzado un alto desarrollo cultural y estético.

Cultivaban su quinua, su papa y su maíz en las "imposibles" laderas de las montañas, pastoreaban llamas y comerciaban con la costa del Pacífico y con los ríos que desaguan en el desolado Atlántico Sur.
Amasaban el barro, tallaban la piedra, forjaban el bronce.

Keru o vaso: Cultura de La Aguada siglo VII.



Otros vagaban por dilatadas llanuras, cazaban el guanaco y el guasuncho, bebían su sangre, reverenciaban a un dios lejano y ocioso, pero no se inclinaban ante ningún hombre por muy fuerte que fuese.

Chaqueña


Muchos surcaban los ríos más caudalosos del globo en frágiles canoas monoxilas o en elaboradas almadías, mientras trenzaban el junco o la totora se preguntaban sobre la tierra y sus misterios, sobre el camino de los seres humanos, sobre los rumbos de las estrellas e indagaban si era posible que el paraíso pudiese existir en este mundo.

En sus ojos Ivy mara ey



Yámana



En el sur las mujeres eran diosas y señoras;

Selk'nam


los hombres las temían y respetaban sus decisiones soberanas cuando salían con sus botes de piel a desafiar las tormentas que, en siglos por venir, hundirían flotas enteras de galeones. Los varones, ciertamente, planeabn rebelarse alguna vez; pero lo cierto es que en aquel helado confín de la que sería mi tierra no había guerra ni matanzas.


Tehuelche

En toda la extensión de la Tierra del Sur, en el vasto espacio comprendido entre la Cordillera y el Mar, no había reyes, no había amos, no había señores. Había comunidades libres, con sus conflictos, sus luchas, sus amores y sus temores... pero todas ellas se cuidaban muy bien de confiar el poder en manos de unos pocos.
Algunas familias, no obstante, en los valles, en las faldas de los Andes, en la puna y la quebrada, tuvieron un acceso privilegiado a los bienes y las prestaciones de sus iguales, se convirtieron en kurakakuna, pero debieron, a cambio, proporcionar albergue, materias primas y elaborados regalos a los demás mimebros de la comunidad. Minga, se llamaría más tarde esa re distribución de bienes, y ni siquiera los poderosos inka, aún por llegar, podrían osar desobedecer esta costumbre que establece que, el que quiere mandar, debe hacer obsequios valiosos a los que pretende dirigir.
Sin embargo en el norte una gran ciudad crecía sin cesar, era grande y quería serlo más, era poderosa y soñaba con dominar el mundo de los Andes, era astuta y sabia y paciente. No amaba la guerra, pero tampoco la temía, y prefería imponer su hegemonía por medio de la persuación y el ejemplo; Taypicala, la llamaban, es decir Tiawanaku, y ya la Puerta del Sol había abierto el espacio andino para la hora de su grandeza.

Tiawanaku


Mis ancestros norteños, ¿quien en mi tierra puede negar tener algo de sangre indígena? ¿quien puede ser tan miope de pensar que la herencia viene por un solo carril genético? ¿quien puede, en fin, ignorar que el ADN de los argentinos corresponde, en 56 un por ciento, a los haplotipos nativos? , como decía, mis ancestros se fascinaron ante el poder de la reina del Altiplano, de la Señora del Titikaka, de la distibuidora de riquezas y prestigio. No se sometieron, con todo, mantuvieron su independencia dentro de una especie de alianza de señoríos y ciudades, pactaron la paz con sus vecinos y aprovecharon el control tiawanaqueño del espacio para expandir su comercio. Esos fueron los años dorados de lo que, andando el tiempo, se llamaría Kollasuyu y ese fue el comienzo de la historia argentina.

1 comentario:

Sergio Edgardo dijo...

Saludos.
Es bien atractivo e instructivo este artículo donde mencionas el Ivy Marä Ey; por esas cosas, y por tejer web, le puse enlace desde el blog mio, en.. "Seguidores de la espuma abrochadora". Ojalá te caiga esto bien.
Y hasta pronto. SEM