El río tiene un nombre melancólico y bello; Atuel, lamento en mapundungun, y baja hipando saltos desde la cordillera.
No lo conozco y ya lo añoro. El Glaciar de las Lágrimas derrama una tristeza milenaria en sus aguas, los manantiales lloran en las dolinas que lo ciñen , los hombres del valle le han sangrado con múltiples canales y, como toda pena, acaba en la sequedad de los desiertos pampeanos.
¿Qué honda soledad aqueja al Atuel?
¿Qué agravios le han hecho tanto daño para esa aflicción tan honda que ha cavado un cañón en su curso medio?
¿Qué historia esconde el Atuel, en el sur de la comarca del Cuyum?
Hace más de diez milenios que las mujeres y los hombres pueblan sus riberas. Quizás mucho antes, en ese tiempo luminoso y perdido para siempre cuando Los Antiguos moraban en TierralSur, el entrañable país que reposa bajo las luces del Choique.
Más tarde llegaron cazadores de leyenda que diputaron palmo a palmo el territorio con el megaterio y el smilodón, el terrible tigre "dientes de sable".
Cuando los grandes monstruos desaparecieron, o quizás se ocultaron en algún recóndito valle, los pueblos aprendieron los secretos de la agricultura y de la cría de las llamas, el arte de tejer las redes de totora, el misterio del barro cocido y el temor a la noche eterna de la muerte.
Siglos pasaron y se hicieron amigos del río torrentoso y afligido. Huarpes se llamaron, vivieron en casas redondas y hablaron una lengua musical. Eran altos y barbados, nadie sabe muy bien de donde eran, pero lo cierto es que habían hecho, con paciencia y riego, con sueños y sembrados, de esta TierralSur la suya propia.
Cuando el Hijo del Sol reclamó, trastornando el mundo en el anunciado Pachacuti, el dominio sobre el país del arenal los huarpes se sometieron a su poder y guardaron los pasos de la Cordillera.
Más tarde llegaron los invasores procedentes de la lejana Ultramarina. Duros y fieros no se pararon en tratados, ávidos no dejaron de perseguir a los hijos de la tierra, pero muchos fueron los que, rendidos a los encantos de las mujeres huarpes, se hicieron también ellos moradores de aquel país árido y fascinante.
Hubo guerras y hubo amores, pues, en los años aquellos. Hubo pestes que los recién venidos traían en sus pieles resecas de culpas olvidadas. Hubo nuevos dioses. Hubo escalvitud y hubo mucha, mucha muerte.
Quizás de allí provenga la tristeza del Atuel.
1 comentario:
Hermoso lugar, a juzgar por las fotos. Espero la segunda parte para conocer un poco más de su historia.
Un saludo,
Sibila.
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