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martes, diciembre 18, 2007

El oponente






Maravilloso poeta; Milton.
Releo su Paradise Lost... pesado y pomposo a veces, magnífico y resonante, otras. La única epopeya medianamente aceptable que ha podido producir el cristianismo; religión que calza bastante mal con la épica.
Está escrito en un inglés perdido en las nieblas del pasado, el inglés de una pequeña isla lejana en camino de soñarse imperio, el inglés de campesinos algo huraños, desconfiados, y felices en su monotonía rural, el inglés de los puritanos que rompían los viejos moldes en pos de su república cristiana.
Me detengo en el pasaje del libro 1 donde Satán "recorre sus dóciles escuadras", bello aún en su rebelión y su derrota.


Es imposible no evocar, entonces, a la poderosa figura de Melkor (Morgoth) en el Silmarillion y uno coincide con Auden: "Tolkien ha triunfado donde fracasó Milton".
Es que Morgoth es terrible; respira horror y malevolencia, no se insinúa como un traidor, sino que lo es sin ambages, se siente miedo en su presencia... miedo y una invencible repugnancia.
Otra cosa es este Satán tan bien logrado que deja de ser el arcángel caído, dibujado con tan puras líneas que se nos muestra más humano que el propio Adán, patético cobarde, o la voluble Eva... infinitamente más interesante que un Dios que no puede menos que ser perfecto y, como tal, predecible.
Este líder de la rebelión celestial, este bolchevique o guerrillero del Empíreo, no es en modo alguno un tirano, mucho menos un traidor de sus congéneres. Por el contrario "en sus miradas crueles se percibe el remordimiento y el dolor ante las desgraciadas víctimas de su culpa". Es un demonio compasivo.


Y este dolor satánico crece, nos dice el poeta, "cuando piensa que toda aquella multitud está padeciendo sólo por seguirle, por ser fiel a su causa". Líder de un pueblo en el exilio, encabezando la primera "Larga Marcha" de la historia del Universo, el que será llamado Diablo no rehúye su responsabilidad, ha sabido ganarse el corazón de los suyos y esta lealtad crea en él una obligación que, en modo alguno, rechaza. Es, también, un demonio responsable de sus actos.
Finalmente quiere tomar la palabra ante sus fieles capitanes y sus perseverantes huestes pero, recita con evidente complacencia John Milton, "por tres veces distintas intenta hablar a sus valerosas tropas y otras tantas se lo impiden las lágrimas que se agolpan, sin quererlo, en sus ojos tenebrosos". Sí, Satán, el Diablo, el Demonio, es capaz de llorar.



A esta altura el lector que no esté cegado, adormecido, por la enseñanza religiosa, aquel que conserve su juicio crítico, no puede menos que simpatizar, como Mick Jagger, con el diablo. A diferencia de aquel, educado pero criminal, éste quizás por su juventud, es de otra clase; no un asesino, no un traidor o un sombrío urdidor de males, sino por el contrario, un tipo responsable, un guía que asume como propias las tribulaciones de su pueblo, un conductor, militar, sí, pero sobre todo humano.
Entonces, cuando nos sorprendemos de ver bajo luz tan favorable a aquel que tantas veces nos enseñaron a odiar y temer, o a odiar por temor, Milton da un giro genial, el más logrado de todo el poema a mi juicio, y nos presenta el discurso del diablo a su gente.

Es una pieza oratoria que muchos de nosotros podríamos suscribir, un manifiesto contra la omnipotencia, contra la soberbia de un dios demasiado seguro de sí mismo, un grito de rebelión que se alza en nombre de la libertad, de un alma demasiado grande para aceptar ser, meramente, un juguete del creador.

Un canto de dignidad, de no sentirse vencido ni siquiera en las mazmorras del infierno, una respuesta honorable a la ignominiosa derrota infligida por las fuerzas angélicas que, hermanos nuestros, prefieren doblar el cuello y ser llamados siervos antes que, orgullosos, arriesgarse al azar de vivir sin amo.

No cae, Satán, en el individualismo. Es la suya una lucha colectiva contra el despotismo y la comodidad de las doradas cadenas celestiales. Apela a sus compañeros no como déspota, sino como militante de una misma causa libertaria.

Este diablo tan humano, este demonio compasivo y rebelde, este Lucifer que arriesga todo por la independencia, es más que un cuento religioso, es un poderoso mito en el cual, como en cifra, veo la eterna lucha entre la opresión y la libertad.


3 comentarios:

Sibila dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sibila dijo...

El Diablo de Milton es más tangible que su Dios. Quizá más digno de respeto, o de aprecio. No creo que sea capaz de expresarlo bien. Conocí a Milton a través de un diálogo en una novela, en un libro que acabó marcándome para siempre, en más de un sentido. Mejor que sean sus palabras las que hablen por mí (siento si el comentario queda demasiado extenso, no estoy muy acostumbrada a este formato).

"—Acabas de mencionar el precio —tenía ahora el rostro en penumbra, silueteado en la pantalla de luz—. Orgullo, libertad… Conocimiento. Siempre hay que pagar por todo, al principio o al final. Incluso por el valor, ¿no crees?… ¿No te parece necesario mucho valor para enfrentarse a Dios?

Sus palabras sonaban quedas, un susurro en el silencio que invadía la habitación filtrándose bajo la puerta y por las rendijas de la ventana; incluso el rumor del tráfico pareció apagarse afuera, en la calle. Corso miraba alternativamente ambas siluetas: una de sombra, estilizada sobre la colcha y los fragmentos del libro. En pie la otra, penumbra corpórea ante la fuente de luz. Y en aquel momento se preguntó cuál de las dos era más real.

—Con todos estos arcángeles —añadió ella, o su sombra. Había desdén y rencor en la frase; incluso un eco de aire expulsado de los pulmones, suspiro despectivo y derrotado—. Guapos, perfectos. Disciplinados como nazis.

No parecía tan joven, en aquel momento. Cargaba consigo un cansancio viejo de siglos: oscura herencia, culpas ajenas que él, sorprendido y confuso, no era capaz de identificar. Después de todo, se dijo, tal vez no fuese real ninguna de las dos: ni la sombra en la colcha ni la silueta que se perfilaba en el contraluz de la lámpara.

—Hay un cuadro en el Prado, ¿recuerdas, Corso?… Hombres con navajas frente a jinetes que les dan sablazos. Siempre tuve una certeza: el ángel caído, al rebelarse, tenía la misma mirada, idénticos ojos extraviados que esos infelices de las navajas. El valor de la desesperación.

Se había movido un poco mientras hablaba; apenas unos centímetros, mas al hacerlo su sombra avanzó, acercándose a la de Corso como si tuviera voluntad propia.

—¿Qué sabes tú de eso? —preguntó él.

—Más de lo que quisiera.

La sombra cubría todos los fragmentos del libro y casi tocaba la de Corso. Retrocedió éste por instinto, dejando una porción de luz interpuesta entre ambas, en la cama.

—Imagínatelo —dijo ella con el mismo tono absorto—. Solitario en su palacio vacío, el más hermoso de los ángeles caídos urde sus trampas… Se esmera, concienzudo, en una rutina que desprecia; pero que le permite al menos disimular su desconsuelo. Su fracaso… —la risa de la chica sonó queda, sin alegría, igual que si viniera de muy lejos—. Tiene nostalgia del cielo."

Arturo Pérez-Reverte, El Club Dumas

Anónimo dijo...

En el blog de Antonio Piñero (un prestigioso experto español en lenguas y literatura bíblica) hay algo de información relacionada:
Por ejemplo en:

http://blogs.periodistadigital.com/antoniopinero.php?cat=7063