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miércoles, agosto 13, 2008

Nuestro pequeño dios


Hará cosa de un siglo y medio atrás, décadas más, años menos nuestro pueblo creó su propio dios.

El hecho en sí pasó inadvertido porque aquella era una época de creación de divinidades y la nuestra no descollaba precisamente entre tantas y tan célebres.

Hoy, en tiempos menos proclives a investir de numinosidad, se impone conocer a este peculiar ser supremo, cuya jurisdicción y culto se extienden a nuestro territorio, pues tiene, en verdad, características notables.

En orden a ponerle un nombre le llamaremos simplemente dios, en minúscula, destacando que no debe confundirse con el en exceso promocionado personaje de ficción denominado Dios.

El dios de nuestra gente es poderoso y arbitrario. No tiene esas cualidades que ya postularan Aristóteles o Tomás de Aquino de omnisciencia, benevolencia y ubicuidad, más bien se parece a la divinidad absentista de Epicuro, pero con ciertos rasgos de los despóticos seres divinos orientales. No tiene una residencia fija y mis compatriotas suelen decir que está en todas partes, afirmación que nunca deja de ser matizada al señalar que sólo presta atención a las plegarias que se le dirigen en la principal de nuestras ciudades. Es un dios un tanto sordo, la verdad sea dicha, y como somos tantos parece natural que sea incapaz de escucharnos a todos, de hecho prefiere oír no sólo a los que se postran en su Santuario (aunque tiene capillas por todo el país) sino a los que insisten con sus pedidos una y otra vez refrescándole la memoria con el simple expediente de retacearle las ofrendas que se destinan a su mantenimiento.

Se dice que la tarea de dios es regir los destinos de nuestros coterráneos, pero nada más falso, puesto a organizar es notablemente torpe, gestionando recursos sumamente tonto y protegiendo a sus fieles totalmente ineficaz; de hecho parece seguro que si estamos vivos y hemos casi llegado a los dos siglos de existencia ha sido a pesar de él y no gracias a su accionar.

En lo anterior quizás peque de injusto, cualidad que con orgullo ostenta mi pueblo junto con la maledicencia, la soberbia y la sospecha, pero lo cierto que la mayor parte de nosotros pensamos así de dios. Cierto filósofo, profesión extraña a nuestras costumbres porque requiere utilizar la inteligencia o al menos la memoria, sostiene una peregrina pero no menos plausible teoría acerca de dios. Dice que ha sido creado para cargar sobre sí el peso de todas nuestras iniquidades, incompetencias y pecados, y que su única función no es gobernar, como tradicionalmente se ha dicho, sino ser insultado. No es imposible esta finalidad, puesto que ante cualquier tragedia, accidente, crimen, revolución o desastre culinario mi gente exclama: ¿y dios que hizo?, buscando con afán un sacerdote de su culto para quemarlo en la plaza pública.

Este dios es también un redomado pillo, como lo fueron sus creadores, y sólo acepta ser servido por sacerdotes corruptos. En la puerta de su Santuario está escrito: nadie prospera trabajando lema que, a diferencia de los de muchas religiones, el propio dios se encarga de demostrar a diario. Mucho de su prestigio está basado en esta suerte de maldad complaciente, como fue creado bajo los auspicios de la mano invisible (suerte de diosa primordial) nuestro dios se esfuerza en no ver nada de lo que sucede a su alrededor; además, y seguramente con la intención de afianzar la fe de nuestro pueblo en su (la de él y la de ellos) incapacidad, redobla los esfuerzos comportándose como doblemente inepto. Así ante una coyuntura económica favorable hará todo cuanto esté a su alcance para desaprovecharla y si posee alguna posesión que genere riquezas se deshará de ella rápidamente, vendiéndola por nada y endeudándose en el proceso. Como es un dios extremadamente crédulo, sobre todo ante los representantes de otros dioses, siempre aceptará sin dudar lo que estas divinidades le indican, y les obedecerá en todo, mucho más si la indicación viene acompañada de la amenaza de un castigo o la promesa de una vana distinción.

Es fatuo, claro, y oscila entre el más crudo narcisimo y la más patética autocompasión; está convencido de ser odiado por los demás dioses y busca con ansias complacerles aunque de hecho sabe que a los otros númenes no les importa demasiado sus quehaceres. Hace ya medio siglo que dios se psicoanaliza, pero las plegarias de sus creyentes, y el hecho de que le mienta a su analista, han trabado por el momento toda posibilidad de iniciar la transferencia; sólo le han brindado un excelente vocabulario freudiano que usa en cualquier ocasión, más aún si no viene al caso…

Todas las clases sociales lo adoran, sin embargo, claro que a la manera bárbara que hemos descrito más arriba; arrojándole estiércol, y están convencidas de no poder vivir sin él. Muchos, secretamente, lo prefieren duro, adusto, castigador e insensible y están convencidos que tal despotismo debe ser ejercido sobre todos sus compatriotas con la única excepción de ellos mismos.

Los más pobres lo ven lejano, fuente inagotable de males y de bienes, distribuidor de prebendas y dones, dadivoso e incomprensible. Los más ricos lo consideran un idiota útil, a quien siempre le pedirán dinero cuando necesiten (o no) y del cuya avaricia se quejarán puntualmente todas las mañanas y las tardes ante las cámaras de televisión.

Quienes lo adoran con más consecuencia son, no obstante, las clases medias. Lo odian y lo aman, claro, como corresponde a su naturaleza; es el dios cuya presencia reclaman cuando están en problemas y cuya acción deploran cuando socorre a otros. Consideran como un dogma de fe que dios les debe todo, su existencia, subsistencia y permanencia a ellos y que si se relajasen un momento él se caería tan abajo que es imposible saber cuando tocaría fondo, por eso les duele que dios les pague con la misma moneda y los ignore a la hora de actuar, aprovechando sus dones cuando tiene que pagar.

Recientemente este dios ha padecido serios cuestionamiento por parte de sus fieles, pero pese a todo continúa firme en sus altares pues, desaparecido él: ¿a quien culpar pot todos los males de mi pueblo?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

El problema de dios es que es un tipo del que no te puedes fiar, es decir supón que necesitas imperiosamente entregar un proyecto antes de mitad de mes, pues el 15 será festivo, estará todo el mundo de vacaciones y como muy temprano lo tendrás todo listo para el 18, fecha que no te conviene.
Da igual lo que supliques, luego alguién vendrá diciéndote que como no conocemos los designios de dios, a lo mejor te convenía entregar tarde por algún motivo que sólo dios sabe.

Mis conclusiones (provisionales) son que dios no escucha las súplicas (salvo excepciones) y suele proveer para quien trabaja mucho (con excepciones).

En esas circunstancias es indistinguible del puro azar, pero lo gente sigue rezando, imagino que les tranquiliza.

Saludos

Gus dijo...

Totalmente de acuerdo, es un tipo jodido, al menos según sus defensores... pero en este artículo no hablaba de él, sino del "más frío de los monstruos fríos"; el Estado, en particular el Estado Argentino...

Anónimo dijo...

Imagino que se le aplica todo lo dicho excepto el punto segundo:
1)No escucha las súplicas.
2) No provee para quien trabaja mucho.

:o)
Saludos

Gus dijo...

En efecto, el Estado provee para quien se afana mucho… (juego de palabras en argentino)

Anónimo dijo...

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