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jueves, abril 01, 2010

Afinidades (más o menos) electivas.

Soy donde no pienso, dice J. L en algún sitio.
Hay paisajes, lugares mentales, gustos espirituales, aromas del alma, que nos definen más allá de la conciencia, más acá del sentimiento.
Resultados de elecciones que no siempre fueron racionales, esos afectos personales nos habitan.
De ellos quiero hablar.
Ahora.

En estos días recuerdo, especialmente, mi predilección por el judaísmo. La cultura, la historia, la religión de ese pueblo (con el cual, que yo sepa al menos, no tengo vínculos genéticos) me fascinan. Visito con frecuencia sitios judíos en la Red, escucho su música, intento leer su lengua.
Es notable, o tal vez no lo sea tanto, esta predilección pues rechazo al sionismo y en especial, la existencia del Estado de Israel tal como fue establecido. Estoy convencido, sin embargo, de que Medinat Yisra'el es en muchos aspectos la negación de del judaísmo; todo cuanto de noble tiene esta cultura tres veces milenaria resulta traicionado por la existencia de ese estado que, en la práctica, defiende valores políticos casi fascistas.
Los sentimientos, claro, no saben de racionalidad, por eso la Hatikvah me conmueve y no pierdo las esperanzas, ateo y goy, de participar alguna vez del séder de Pesaj…

Mi amor por este pueblo tiene sus raíces en la adolescencia.

Entonces era cristiano y me esforzaba por leer la Biblia en sus lenguas originales. Estudié, torpemente, la gramática hebrea y no perdí oportunidad de hacerme con libros escritos en el idioma de Moisés, de Isaías, de Amós. Ansiaba tener el “típico” amigo judío y hasta jugué imaginariamente con volverme un גיור‎.

Aún conservo el diccionario hebreo que escribí entonces, el tocho indigerible de una proyectada historia hebrea y mis apuntes gramaticales con el nifal, el pataj furtivo y las matres lectionis (no estudiaba neo hebreo, sino hebreo bíblico, por supuesto).












Los años pasaron, conocí hermosas personas de ese pueblo, y quedaron lindos recuerdos de ellas en mi corazón.
Políticamente defiendo la causa palestina y desearía, a pesar de todas las dificultades del caso, que pudiera establecerse un estado laico y binacional en la región; pero aún me emociono, hasta las lágrimas, con el ירושלים של זהב (Yerushalayim Shel Zahav).




Inglaterra es otro de mis hogares espirituales.
En este caso tiene que ver con la literatura inglesa que pude leer, casi siempre en traducciones, con Sir Walter Scott y su mito del “Norman yoke”, con Robert Graves y su persuasiva prosa, con G. K. Chesterton y, en especial, con this jewel among englishmen; J.R.T. Tolkien.

Ellos me hicieron conocer esa Merry England, que nunca existió, me llevaron de la mano por los páramos de las Middlans y los sombríos inviernos de Northumbria.

Luego llegaron Shakespeare, Milton, Blake y el entrañable Hobsbawm, cuya prosa inglesa soy incapaz de juzgar pero que está lleno de esa mezcla de audacia y sensatez que constituye la clave del carácter de los isleños.

Allí, quizás, reside mi afecto por el pueblo inglés, por su cultura, por su literatura sobre todo; en la sencillez, la manera convincente de encadenar el razonamiento.

El common sense anglosajón me "puede"; un placer a la vez estético y lógico. Los alemanes son más precisos a la hora de razonar, pesados, minuciosos, no dejan nada librado al azar; los ingleses, en cambio, confían en que la idea penetre lentamente en nuestro sistema, la destilan, la diluyen si cabe la expresión, y la hacen parecer tan natural como la caída de las hojas en otoño. Y siempre, sin excepción, encuentro en sus palabras esa nota de humorismo no exento de ironía que nos dice, silbando:


Life's a laugh and death's a joke, it's true.
You'll see it's all a show,
Keep 'em laughing as you go.
Just remember that the last laugh is on you.






Me gustan, pues, los ingleses.
Me gustaron aún más cuando, solos, enfrentaron a los nazis, cuando resistieron las bombas asesinas, cuando marcharon al Continente para derrotar a Sauron.


Y eso no quiere decir que olvide nuestra historia, ligada al Imperio Británico para bien y para mal.

Y eso no me impide reconocer su cinismo a la hora de explotar al resto del mundo en su propio beneficio.

Y eso, en fin, no significa que no me enorgullezca al recordar aquellas fallidas invasiones de Popham, que no asome una sonrisa cuando un buen irlandés les patea el trasero o que no haya delirado cuando, un día en México, Dios jugó al fútbol con la camiseta argentina.



Siempre digo que el hogar de mis ancestros es Europa y que soy un hijo de Occidente con todo lo que eso representa.

Mi lengua es europea, mis lecturas son europeas, mi filosofía y muchos de mis maestros lo son. No digo que eso sea mejor, o peor, que otros orígenes pero uno necesita raíces y las mías están en torno al Mediterráneo.

Por eso me siento a gusto en una piazza de Italia, en un café de París o en el Rastro de Sevilla…
¡ y eso que no he estado nunca en ellos sino en mis sueños!

Pequeños afectos también para Italia y sus maravillas, que son mías y de i mío nonni,
                                                         para Grecia y sus islas pobladas de náyades (otra lengua, el griego, que amo y he intentado estudiar),
                                                                           para Francia, madre de la libertad y cuna de los valores de la Modernidad que son los míos propios,
                                                                                            para la petite et héroïque Belgique que, por encima de sus históricos beffrois, del amicale Hercule Poirot, es la patria de aquella que ama mi corazón…


Europeo de estirpe, occidental por cultura, soy americano por nacimiento y, a esta altura de mi vida, opción. Alguna vez me han preguntado si, a semejanza de tantos compatriotas, reclamaría la ciudadanía italiana; mi respuesta, casi instintiva, ha sido ¡no!, yo soy argentino.

Argentino y de Rosario.
Argentino y no porteño.
Argentino nacido y criado en los años 60 y 70.
Argentino que vivió su adolescencia en los estupendos 80.
Argentino que recorrió mil veces la historia y los paisajes de su tierra en las páginas de un libro y, ahora, en las rutas argentinas hasta el fin.



Amo mi país (a mi generación le cuesta decir patria), y me indigno cuando mis compatriotas lo motejan con epítetos escatológicos;

o sea cuando dicen: ¡qué país de mierda! (en criollo) frase que, más que argenta, me parece porteña, deleznablemente porteña.


Amo su historia y amo sus mitos aún no contados.
Amo su lengua. Su música (últimamente hasta el tango). Su diversidad.
No tengo, que sepa, ancestros indígenas; pero no puedo dejar de pensar en una Argentina de diez mil años de antigüedad, de miles de lenguas, de cientos de historias que me hablan al oído y me reivindican como suyo, a mí, que llegué exiliado desde las tierras del Viejo Mundo.

Argentina, América (toda, todita), el Nuevo Mundo y, ya que estamos, el Hombre Nuevo son también parte de mis afinidades electivas. Y de ellas hablaré otro día…

3 comentarios:

Silvina Carla Porpatto dijo...

Me encanta leerte...y conocerte un poco más!!!...Excelente!!!

Llaveros dijo...

Te dejo este comentario aqui que es lo mas actual porque no se donde ponerlo,yo de esto de internet nos se mucho:

amigo gus estoy aqui sentado leyendo lo que escribes de tu ateismo y pienso o mas bien siento profunda tristeza,porque el primer pensamiento que me vino a la cabeza cuando te escucho decir lo que sientes acerca de la existencia de DIOS y tus criticas acerca de otras religiones,no es otra cosa que un profundo vacio que tratas de llenar con todo esto,y que en realidad te mueres por encontrar la verdad sea cual sea que esta sea pero que sabes que irremediablemente algun dia te va a llevar directamente a lo que con tanto ahinco combates y eso mi amigo es DIOS.Se que que no soy una autoridad en ningun area ni filosofia ni letras o algo asi solo te hablo desde mi corazon,deja de tener tanta reveldia temerosa,hincate y llora ,saca todo ese rencor de tu corazon
y abandonate al amor del SEÑOR,deja de estar perdiendo tu tiempo y utiliza la inteligencia que DIOS te dio (quien mas sino) para cultivar tu alma y tu espiritu
porque de toda palabra que digas aqui en la tierra deberas dar cuenta algun dia.QUE EL SEÑOR TE DE LA PAZ QUE TANTO NECESITAS.

Gus dijo...

Gracias Silvina por tus palabras.
Gracias Eloy por tus deseos, sé que te los dicta un buen corazón pero dime, ya que tocas el tema: ¿en cuál de los tantos dioses debería creer?
Con mis mejores intenciones, Gustavo... y sin rencores!