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sábado, julio 07, 2007

Disquisición para un dolor de muelas



El atroz, espantoso, abominable ¡Neguijón! (no me vengan con el Necronomicón, Abdul Alhazred no sabía cuál era el mayor horror del Universo)











¡El gusano de las muelas! ¿quien que haya sentido alguna vez ese insoportable dolor, que se hace más terrible a medida que aumenta el fin de semana y se cierran las guardias odontológicas, no ha experimentado en carne propia el aguijón del terrible Neguijón?. Porque ese es el nombre del terrible monstruo, no por pequeño menos destructivo; flagelo enviado por Dios para que purguemos nuestros pecados, azote de los hombres y con una malignidad mayor que el mismísimo demonio Asmodeo.
Todos los pueblos han creído, quizás con la razón que da el dolor, en la existencia del terible diablo que se aloja en las piezas dentarias. Neguijón era el nombre que se le daba en el Siglo de Oro (y es también el título de una novela del escritor peruano Fernando Iwasaki, nacido en Lima, 1961) y como un anticipo del igualitarismo por venir atacaba a todos por igual; ricos y pobres, santos y pecadores, mujeres, hombres, indios, negros y hasta al mismísimo rey. No existía, claro (¿seguro?) pero ¿de que otro sitio podían proceder esas punzadas, ese latido, aquella destrucción lenta y torturante de los dientes?.
En las sociedades antiguas, que reducían todo a la dimensión religiosa, supersticiosa si prefieren mis amigos creyentes, no podía caber duda que tantos males que se abatían sobre el hombre caído sólo podían proceder de seres malignos, a medio camino entre entes mágicos y ángeles oscuros. Había, claro está, remedios pero era evidente que sólo resultaban efectivos cuando eran acompañados de las oraciones apropiadas, sin ellas la corteza de sauce, por citar el ejemplo de Josmag, carecería por completo de acción. Modernos y positivistas rechazamos estas creencias fruto de etapas, nos gusta creer, superadas en favor de la ciencia fría, dura y objetiva. Si te duele la muela, camarada, tómate una de estas y, como dicen los médicos yanquis, "llámame por la mañana".
En vano echamos a estas entrañables creencias por la puerta de entrada; se nos cuelan de nuevo por la ventana.
No está mal, después de todo sabemos que esta especial combinación electroquímica que es nuestro cuerpo hay mucho más que sinapsis y neurotransmisores; la conciencia, esa especie de virtualidad de base física, juega un rol fundamental y su influjo es determinante a la hora de producir la cura. Cuentan que, carezco de la cita precisa, un día el matemático y filósofo Blaise Pascal sufría un horrible dolor de muelas; sin embargo, puso toda su atención en la resolución de un problema, concretamente el de las curvas cicloidales (¡vaya afición!). Cuando logró su cometido, dicen, se dio cuenta de que su dolor había desaparecido.
¿Volveremos, entonces, a la magia y a los conjuros contra el viejo Neguijón?
No estaría mal, en algún punto, pero sería un falso retorno (fundamentalista le decimos algunos) la modernidad no puede, ¡no debe! ser obliterada pero como buenos dialécticos sí podemos recuperar, con conciencia de sí, la vieja magia y saber, como intuyó el genial Blaise, que la virtualidad tiene su lugar en la curación.



Ahora, si me disculpan, voy a atarme una piel de culebra (¿dónde consigo una a esta hora, en Peressotti?) en torno de la cabeza y a quemar alabastrites molidas ¡porque no doy más con este dolor de muelas!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pero antes de atarte una piel de culebra para calmar tu dolor de muela, mejor te recomendaría que optaras por las alternativas naturales como el clavo de olor, jugo de cebolla o de ajo que nos pueden salvar del apuro. Por eso es muy recomendable visitar periódicamente al dentista para hacernos nuestros chequeos y evitar complicaciones en el futuro. Pero si el dolor nos ataca repentinamente, creo que el uso de un medicamento analgésico puede resultar efectivo.