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domingo, julio 22, 2007

Evita, esa mujer...

La foto de Evita que conocí en mi infancia


El próximo 26 de julio (dia caro a los latinoamericanos revolucionarios por cubanos motivos), a las 20 y 25, se cumplirán cincuenta y cinco años de, como decían los locutores de la época, "el paso a la inmortalidad" de Eva Perón.

Me han preguntado a menudo sobre ella.

Amigos de otras tierras, jóvenes para los cuales es sólo un eco, compañeros que saben que a uno le gusta la Historia y quieren conocer una versión, supuestamente, más objetiva.

Es difícil, claro, ¿qué puedo escribir yo, aquí y ahora, sobre Eva Perón, Evita, Esa, La Abanderada de los Humildes, La P…, Jefa Espiritual de la Nación; que de todas estas maneras, y más, la llamaron?

Intentaré una aproximación desde el punto de vista de quien, por su edad, nunca la conoció pero, por su origen y su interés, ha tenido un trato intenso con el difuso punto donde el mito se encuentra con la historia.


La Razón de mi Vida, autobiografía "oficial" de Evita

Tenía diez o doce años cuando dí con La Razón de mi Vida, una autobiografía de ella que mi abuela atesoraba y sólo me dejaba leer después de un correspondiente permiso. Me fascinó, aún después de saber que no la había escrito Evita y que esas frases, simples pero contundentes, porvenían de algún redactor a sueldo. Era casi mágico leer lo que, suponía, había escrito esa mujer de la cual había oído hablar durante toda mi infancia. Era maravilloso imaginar esa Argentina que soñaba un futuro de prosperidad y justicia social, tan alejado de lo que comenzaba a descubrir a mi alrededor. Era desafiante casi escuchar esas frases encendidas llamando a la vindicación de los olvidados entre los cuales, lo sabía, estaba yo mismo...


Desde entonces data un interés que ha crecido a medida que me enamoraba de la Historia.

Interaré, pues, más desde la sensibilidad de un argentino que, cosa extraña, ama y está orgulloso de su patria y de su pueblo, esbozar algunas apreciaciones sobre Eva Perón.

John William Cooke ha dicho que el peronismo es el hecho maldito del país burgués, si es así, entonces Evita es el núcleo central de ese “hecho”.


Evita, antes de ser Evita


Los datos de su vida; hija de Juana Ibarguren y de Juan Duarte (ambos de ascendencia vasca), no reconocida por su padre, pobre, marginada, aspirante a actriz; no muy buena, por cierto aunque, cuando su escenario fue todo el país, magistral (aunque quizás ya no actuaba, era), esposa de un líder popular de difícil catalogación, impulsora de un programa de asistencia social inédito para aquellos años, tradicionalista y revolucionaria, promotora del voto femenino, muerta de cáncer a los treinta y tres años, santa, odiada, amada… ni siquiera después de muerta pudo descansar en paz, un cuerpo profanado, una bandera de lucha social, un símbolo y un emblema para manipular… un musical, una moda, un recuerdo y una presencia que no se va de la historia argentina.

Una imagen poco conocida de Evita

Datos.

Pueden obtenerlos de la Wikipedia, de alguna enciclopedia, de los libros que escribieron quienes la amaron y quienes la odiaron.

Y muchos de ellos les ayudarán a entender a esta mujer extraordinaria.

Voy a contarles, empero, de la Evita que llegó a mí, una Evita que no conocí pero fue una presencia permanente en mi infancia.

Evita en calle Córdoba y Sarmiento, Rosario, en torno a los años '50

Mi madre proviene de una familia peronista; de esas que, dice el chiste, nunca se meten en política; siempre fueron peronistas. Ser peronista no era, para ellos, una adscripción ideológica, era un sentimiento, una relación visceral, afectiva, irracional si se quiere, de amor, como prefiero llamarla. Mi abuela provenía de un tronco radical, ligado al caudillo popular Irigoyen, sus raíces más lejanas se hundían, creo, en el federalismo.

Mi padre proviene de una familia radical (que el nombre no llame a engaño, un radical sólo lo es por su apoyo irrestricto a la Constitución, nada más) y antiperonista.

Ser antiperonista, “contreras” se los llamaba entonces, “gorilas”, después, también era una cuestión afectiva, más bien cultural. Un antiperonista era alguien que pertenecía a la pequeña burguesía, o bien quien ejercía una profesión liberal, en definitiva; una persona que se enorgullecía de ser culta, blanca, racional y con un pasar económico más o menos desahogado.

Un típico libro "contrera"

Cuando murió Evita, los pobres la lloraron y la llamaron santa. Durante varios días hicieron cola frente al Congreso Nacional donde velaban sus restos.

Cuando murió Eva Duarte, los ricos festejaron, descorcharon botellas de champagne y escribieron en las paredes, contra su costumbre de no ensuciar la propiedad privada: “viva el cáncer”.

¿Quién era? ¿Cómo una mujer podía despertar esos sentimientos?

Gigantografía en Rosario, que evoca la visita de Evita en la entonces Jefatura de Policía

En el siglo XXI se nos hace difícil entender la importancia del liderazgo, nadie ya grita consignas en la que se dé la vida por tal o cual gobernante, nadie habla de “padrecitos”, caudillos o führers, no se rinde, salvo excepciones, culto a la “clarividencia” del dirigente; somos más escépticos, menos esperanzados, incrédulos, quizás. Por suerte.

En el siglo XX era diferente. Los fervores se desataban por cuestiones donde la política, la cultura, la fe y el anhelo de un mundo mejor se mezclaban confusa y apasionadamente.

Esta era la Argentina de los años cuarenta de ese siglo pasado tan movido:

Una Argentina rica en materias primas y profundamente desigual; donde pocos lo tenían todo, y lo derrochaban en los burdeles de París, y muchos no tenían nada, donde la república era poco menos que una ficción y los políticos se jactaban de practicar el “fraude patriótico”, donde, en fin, coexistían tres países diferentes; el de los nativos marginados, los inmigrantes más o menos integrados y los terratenientes (la oligarquía vacuna se la llamaba) dueños del poder político, cultural y económico.

Evita era hija de esa Argentina.

El peronismo surge como respuesta y reacción a la realidad.

Orígenes confusos, donde se mezcla la admiración de los militares por el orden de los regímenes autoritarios, una vaga defensa de la industrialización, la antipatía por Inglaterra, considerada colonial y rapaz, el desprecio por las instituciones republicanas, la defensa de la religión católica entendida como matriz cultural en peligro frente al avance “judeomasónico”.

Perón sintetiza esa difusa ideología (nacionalismo, tradicionalismo e industrialización en un marco autoritario) y le agrega dos elementos: una respuesta, paternalista pero eficaz en lo inmediato, a los reclamos de los sectores obreros y su propia capacidad personal para manejar a los grupos antagónicos. Un tipo hábil y mentiroso, taimado pero sencillo en el trato, campechano; capaz de sonrisas, como sólo se encuentran entre los amigos del barrio, y también de escarmientos ejemplares.

Eva Perón, sin embargo, proporciona algo más.

Una mística.

Una sensación de revancha.

Un cuento de hadas, quizás, pero que no afecta sólo a su protagonista, sino a todos los demás: Un cuento de hadas con contenido social…

"María Eva Duarte, Primera Dama de la República"

Fue la única Reina que tuvimos, como dijo María Elena Walsh (http://www.lapatriagrande.com.ar/eva.htm)

Reina al mejor estilo de aquellas que dieron origen a leyendas en la joven Europa del Medioevo.



Evita, joven, reina, hermosa...

Fue esta la Evita que conocieron en la hambrienta y aislada España de Franco. La que quedó ligada, para siempre, a las manifestaciones “espontáneas” de la Plaza de Oriente. Poco se sabe, empero, de la relación tirante que mantuvo con Carmen Polo al recordarle el origen “impuesto” del poder de su esposo o la conmutación de pena que logró para la militante comunista Juana Doña.



Evita junto a Franco en la España aislada de los últimos '40. "Qué bronca le va a dar a Trumman (el presidente norteamericano) vernos juntos"... dicen que dijo

Así era ella. No hay coherencia, dirá alguno, quizás no haya que buscarla en ninguno de nosotros…

Cuando, después del golpe militar que se dio en llamar “Revolución Libertadora” (fusiladora sería más acorde con sus prácticas), se exhibieron públicamente los vestidos y joyas de “esa mujer”, hubo un incesante ir y venir de personas sencillas, de pueblo si así lo quieren, para contemplarlas. Con cariño, con devoción, con tristeza y hasta con ternura. Eran las joyas de la corona usurpadas por los dueños de la tierra, por los mismos que decían; al derrocar al peronismo: “ahora vamos a volver a tener sirvientas gratis”. El pueblo no veía mal que una de sus hijas se engalanase de aquella manera, por el contrario, era motivo de orgullo que María Eva, hija natural, actriz, dudosa y pobre luciese esos adornos que, desde una mirada más racional, y fría, estaban muy lejos de la sencillez republicana.

Evita, no obstante, no era sólo una mujer de orígenes humildes que llegaba al poder. Era, también, una revolucionaria.



Evita, joven, revolucionaria, hermosa...

Instintiva, sin teoría, alejada a años luz del sesudo marxismo argentino que, como todos los de los países periféricos, conocía a pie juntillas la realidad de la Rusia zarista pero lo ignoraba todo de la de los peones de campo argentinos. No sabía de política social, pero la ejecutaba con eficacia.

"En la Nueva Argentina de Evita y de Perón, los únicos privilegiados son los niños" se decía en esos tiempos...

Evita era una mujer visceral y plena de contradicciones. Su cultura política, hecha al lado del milico que era Juan Domingo, mezclaba conceptos y se guiaba más por el sentimiento que por la razón. En sus discursos y sus escritos, incluida la “apócrifa” Razón de mi Vida, siempre se mezclan el amor por Perón y el amor por el pueblo, la reforma y la revolución, el odio a los explotadores y el mantenimiento del status quo ante, las posturas avanzadas sobre los derechos de la mujer y una concepción tradicional de ella como “madre de familia”.

Perón al piano y Evita ¿sonriendo?

Era y no era parte del gobierno.

No pudo, no la dejaron, su propio esposo incluso, ser vicepresidente.

El llamado Cabildo Abierto del Justicialismo, en el cual Evita "debió" renunciar a ser candidata a Vice presidente de la Nación

Logró, a fuerza de un trabajo que se llevó su vida, usar los recursos que el país había acumulado después de la Segunda Guerra, para concretar lo más parecido a un estado de bienestar que hubo en América Latina. No desmerezco con esto las medidas “sociales” e incluso “progresistas” de Perón, pero ella hizo mucho más que complementarlas desde su Fundación, desde sus planes de asistencia, desde su “revancha” social.

Murió, agotada, unos pocos años antes de la caída del peronismo como partido gobernante. Siguió presente de mil maneras diversas.

Funerales de Evita, un pueblo de luto, y algunos festejando...

Su cuerpo, embalsamado, fue robado, mutilado, vejado y enterrado en secreto en un perdido cementerio italiano, para ser devuelto, años más tarde a su viudao, ya vuelto a casar con esa antítesis de Evita que se llamó Isabel o María Estela (ni nombre pudo tener).

Si tienen tiempo les sugiero que lean el “cuento” de Rodolfo Walsh; Esa mujer, donde esta historia se relata de manera insuperable.(http://www.literatura.org/Walsh/rwmuje.html)

(¡Qué curioso los dos textos que cito son de dos "parientes" María Elena Walsh, antiperonista y "bienpensante" y Rodolfo Walsh, peronista y revolucionario...!. Así es la Argentina)

El cuerpo embalsamado de Evita

En los años ’70 se cumplió una supuesta “profecía” de Evita: Volveré, y seré millones.

En el peronismo se habían formado numerosos grupos de acción política que reivindicaban el accionar de Eva y la consideraban una precursora del “socialismo nacional”.

"Yo sé que ustedes tomarán mi nombre y lo llevarán como bandera la victoria" imposible escribirlo y no oír las aclamaciones por detrás, imposible leerlo y no entonar, en secreto, aquel cantito: "Si Evita viviera, sería montonera"

Una corriente de izquierda, conocida genéricamente como La Tendencia, propugnaba entender al peronismo como parte de un proceso de liberación social y económica, análogo al sandinismo nicaragüense (la ironía era que Perón tuvo una cierta amistad con Somoza) o al castrismo cubano. Para ellos Evita, la evita de traje sastre o de camisa descubierta y melena al viento (hermosa si se me permite una apreciación muy personal), era la abanderada de la Revolución. Evita era la precursora de las columnas montoneras, se recordaba a menudo su propuesta, rechazada por Perón, de armar a los obreros en defensa del régimen, era la compañera por antonomasia (compañera o compañero, en el lenguaje peronista, equivale al camarada de los soviéticos) y se cantaba en las manifestaciones:


¡Perón, Evita, la Patria Socialista!

A lo cual los militantes de izquierda, no peronistas, respondían con sorna:

¡Perón evita la Patria Socialista!

Los años setenta vieron el mayor genocidio de la historia argentina. El que nos hizo autores de una palabra que, en el mundo entero, se escribe en “argentino”: desaparecidos…

El peronismo desapareció convirtiéndose en lo que es hoy, un ritual en el cual ya no hay fieles y donde la nostalgia reemplaza al sentimiento fervoroso de otras épocas. Donde conviven los negociados y los negocios, la izquierda reciclada y la derecha con rostro más o menos humano.

Evita ha trascendido todo aquello.

Sigue siendo la mujer que partió en dos nuestra joven Historia.

La de los derechos, la de la revolución inconclusa, la del sueño eterno de llegar a ser.

Las dos candidatas a la presidencia de la nación; Cristina Fernández De Kirchner, de extracción peronista, y Elisa Carrió, de origen radical y una concepción progresista moderada, la reivindican en sus discursos y, secretamente, apelan al inconsciente colectivo donde se instala esa mujer.

Candidata al puesto: CFK ¡hummm!
Candidata al puesto (2): Lilita Carrió ¡seguramente no se puede decir "sería montonera"!

Esa mujer llamada Evita.

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